Nuestra Señora de Aluche: el adiós de una parroquia

Las parroquias nacen, se desarrollan y, también, mueren. La Iglesia, no. Es decir, las parroquias viven en el tiempo de lo humano, que se acaba. Mañana domingo se celebrará en la parroquia de Nuestra Señora de Aluche (calle Camarena, 149), una eucaristía en acción de gracias por los cincuenta años de esta parroquia, cuyo decreto de constitución, firmado por monseñor Casimiro Morcillo, data del 6 de febrero de 1968. El próximo 15 de junio se firmará el decreto de disolución de la parroquia. Cincuenta años de vida. ¿Qué ha pasado? 

El padre Juan Martínez Villar, escolapio, será, por tanto, el último párroco. Piedad y letras es su lema. Ahora está entregado, hasta el último segundo, hasta el último minuto, hasta la ultima gota de su sudor, incluso de su sangre, a cerrar las puertas de esta parroquia como si fuera un proceso natural de extinción vital, «como si un matrimonio hubiera vivido cincuenta años y el Señor llamara a uno de ellos a su seno», aclara. El Padre Villar (no hay que confundirle con su hermano, que también fue escolapio, y que en su día revolucionó la Iglesia de San Antón, el otro P. Villar), habla y responde a las preguntas con una sinceridad de corazón que asombra. Es un hombre de Dios, transparente, que reconoce los fallos humanos, que sabe que toda historia de servicio es al mismo tiempo una historia de carencias. 

Épocas de expansión

Esta parroquia se fundó por los Padres Escolapios junto con el colegio Nuestra Señora de las Escuelas Pías, en el madrileño barrio de Aluche. Épocas de expansión. Entonces, bien pegados al Concilio, la Iglesia vivía de primavera. El primer párroco, el escolapio Antonio Gómez, se entregó a una comunidad que también experimentaba las nuevas formas de ser iglesia. Después le acompañó en esta tarea el padre Ignacio Botella. 

Por esta parroquia, y por la comunidad de escolapios que la atendía, junto con el Colegio, se sucedieron hombres entregados a un carisma nacido para educar a los niños más desfavorecidos. Pasó el tiempo y las vocaciones escasean. Como dice el padre Juan Martínez Villar, «los escolapios tenemos que discernir a qué ministerios dar preferencia». Se da, además, la circunstancia de que en el entorno de esta iglesia hay, a pocos metros, dos parroquias, la de san Juan Bautista de la Concepción, de los Padres Trinitarios, y santo Domingo de Guzmán. A partir del próximo día 15 más de ochenta y cinco por ciento de los diez mil fieles de esta parroquia pasará a pertenecer a la de santo Domingo de Guzmán. 

El padre Juan no va a cejar, durante estos meses, en su empeño de celebrar este medio siglo de servicio. Y las actividades programadas para este tiempo serán las mismas de otros años. Si cabe, más. «Aquí no hay liquidación por cierre, ni mucho menos. Estaremos trabajando al doscientos por ciento», insiste. Seguirán funcionando los grupos parroquiales. Por ejemplo, las siete Comunidades del Camino Neocatecumenal, el grupo de la Renovación Carismática, el grupo de Oración Amaos, que procede de jóvenes inquietos por la fe del colegio que se han ido haciendo mayores y ahora forman matrimonios jóvenes que comparten sus experiencias, el grupo de Vida Ascendente, el de teología, el de Cáritas, que atiende a ochenta familias del barrio con un almacén que es también tabernáculo de esta comunidad, y el de la asociación católica de viudas, que se reúnen los domingos por la tarde con un lema que habla de compañía. 

Un barrio apagado

El barrio de Aluche se está apagando. Según el párroco, el treinta y dos por ciento de la población de la parroquia tiene más de sesenta y cinco años. Recuerda los tiempos primeros en los que se reunían aquí, en plena transición política, los sindicatos, los de Comisiones Obreras. Recuerda las campañas de Navidad en las que se implicaban los colegios Calasancios de Madrid con el envío de comida, y la parroquia de Santa Beatriz, que es generosa. Y recuerda el esplendor de la fiesta de la Presentación del niño en el Templo. 

Al padre Juan Martínez Villar no se le saltan las lágrimas, se le salta el corazón. Ese corazón que se ha desgastado por la Iglesia, que no se acaba.

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