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Ni los errores de sus dirigentes podrán destruir a la Iglesia

Sat, 25 Feb 2012 04:03:00
 

Corrientes/ARGENTINA.- Junto con unas sugerencias para la homilía del primer domingo de Cuaresma, y tras referirse al retiro de Jesús en el desierto y al inicio de su predicación, el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo S. Castagna, alude a la actual persecución contra la presencia cristiana y su acción evangelizadora; al asesinato de innumerables cristianos en un “endiablado comportamiento cristianofóbico”; y a la intención de ciertos medios de comunicación de ventilar unas “filtraciones” del ámbito eclesiástico manifestando así interés en desacreditar a la Iglesia Católica. No obstante, señala el prelado, ni los errores humanos de sus dirigentes podrán destruir a la Iglesia, porque ella está asistida por el Espíritu Santo y la promesa de indestructibilidad de su divino Fundador: Jesucristo.

El texto de su homilía-sugerencia es el siguiente:

La Cuaresma y el tiempo cumplido
Hace pocos días, con la celebración del miércoles de Ceniza, se inició el gran Tiempo de Cuaresma. En este primer domingo, el brevísimo texto evangélico - según San Marcos - nos ofrece dos escenas particularmente significativas: el prolongado retiro de Jesús en el desierto y el comienzo de su predicación. Oración, ayuno e inicio de la misión. El Señor comienza a marcar los contornos de quienes, adheridos a Él, llevarán a cabo el mandato misericordioso del Padre: llamar a la conversión y a ser parte del Reino que declara cercano: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Marcos 1, 15). El espacio desértico de la oración será constantemente ocupado por Jesús, vinculándolo a los grandes momentos del “tiempo ya cumplido”. El mundo actual, con nosotros dentro, no deja de oír, a veces sin escuchar, que se ha producido el tiempo de salvación. Como consecuencia de esa sordera la fe cristiana, si la hubo, declina hasta desaparecer.

La conversión y el Reino
Jesús viene a cumplir el tiempo, profetizado largamente en la historia del pueblo de Israel, haciendo resonar su “hora”. La “hora” es el cumplimiento final del tiempo anunciado. Estamos en ella, desafiados a convertirnos para ser ciudadanos del Reino de Dios, que Cristo personaliza y - si creemos - él mismo edifica en nosotros y con nosotros. La Cuaresma abre un espacio privilegiado para la conversión y la oración penitente. Si los bautizados y sus comunidades tomaran en serio esta oportunidad, siempre única, la sociedad, de la que participan, percibiría con más fuerza el anuncio de Jesús. Su efecto sería la conversión y la anhelada transformación del mundo. La persecución enconada contra la presencia cristiana, y su acción evangelizadora, obtiene, del rechazo sistemático de lo religioso, su máxima inspiración. El asesinato de innumerables cristianos constituye la prueba de ese endiablado comportamiento cristianofóbico.

El Evangelio molesto
El Evangelio, que rige la vida de los creyentes, es molesto para quienes se empeñan en excluir los valores cristianos - y sus exigencias - de un orden que se manifiesta al arbitrio individual de las personas y poderosos. Estamos siendo testigos de la imposición de un código llamado “progresista” que, hasta hace medio siglo, no cabía en la imaginación de quienes adoptaban las actitudes morales menos estrictas. Entre una vida privada distanciada de los principios morales, emanados de la fe, y la pretensión de justificarla descalificando los valores que antes la sustentaban, existe un límite insignificante, fácilmente reducido a nada por causa del relativismo y de la incredulidad en boga. El tiempo de Cuaresma invita a renovar la respuesta al llamado a la conversión que Jesús mantiene vivo mediante la actividad ministerial de la Iglesia y el testimonio de los santos.

La Iglesia de Dios y de los hombres
La intención empeñosa, encaramada en ciertos medios de comunicación, de ventilar algunas “filtraciones” del ámbito eclesiástico, manifiesta un desmedido interés en desacreditar a la Iglesia Católica. Ciertamente no se la entiende mediante lecturas fragmentadas de su historia. Tampoco se la entiende cuando se la intenta destruir sin más, impidiendo un estudio objetivo e inteligente de los hechos o excluyendo la fe como condición indispensable para valorar su origen divino y su mística naturaleza. La Iglesia de Dios está asistida por el Espíritu Santo y la promesa de indestructibilidad de su divino Fundador: Jesucristo. Por lo mismo, ni los errores humanos de sus dirigentes podrían destruirla. Es preciso que el llamado a la conversión - actualizado en esta Cuaresma - sea identificado como de Cristo, en el anuncio profético de quienes han recibido el mandato: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará” (Marcos 16, 15-16).+







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