Mar del Plata rezó por la santificación del cardenal Pironio

El miércoles 5 de febrero, a las 20, se celebró una misa en la catedral de los santos Pedro y Cecilia en la que la comunidad católica de Mar del Plata elevó oraciones a 16 años de la muerte del cardenal Eduardo Francisco Pironio, quien gobernó pastoralmente esta diócesis entre 1972 y 1975.

La celebración eucarística, presidida por el obispo diocesano, monseñor Antonio Marino, y concelebrada por varios sacerdotes, congregó a cientos de fieles que recuerdan el paso del purpurado por la diócesis, aunque también muchos jóvenes que aprendieron a estimarlo por haber promovido las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) en su tiempo como presidente del Pontificio Consejo para los Laicos.

La celebración contó con algunas particularidades: el obispo ingresó al templo catedralicio portando el báculo de Pironio. Entre los concelebrantes se hallaba el presbítero Andrés Mangas, único sacerdote ordenado por el siervo de Dios en la diócesis. Además, se entregaron estampas con la oración pidiendo por su beatificación, con libros y fotografías de su vida para dar a conocer el ministerio del cardenal argentino.

Monseñor Marino centró su homilía en el testamento espiritual del cardenal Pironio, y aseguró que “amó esta vida y la interpretó siempre a la luz de la fe”. El prelado, que trabó relación con el difunto cuando se formaba en el seminario de Villa Devoto, en la Capital Federal, recordó sus enseñanzas sobre la Cruz y la pascua y de la “paradójica alegría del cristiano sumergido en el misterio de Cristo”.

El obispo también destacó su confianza puesta en la Virgen, “cuya presencia maternal experimentó a lo largo de su vida, y cuyos sentimientos deseaba apropiarse para cantar un himno de gratitud a Dios y dirigirse a quienes conoció y amó, con su testimonio de excepcional calidad cristiana”.

Monseñor Marino aseguró que María fue siempre “su maestra espiritual”, porque “le enseñaba a mirar y como ella el misterio de Cristo y el misterio de la Iglesia”. También puntualizó sobre su profunda devoción a la Virgen de Luján, a la que acudía frecuentemente a visitar en el santuario nacional, donde también fue ordenado sacerdote con apenas 23 años, y donde años más tarde sería consagrado obispo.

Refiriéndose a su paso por la Iglesia en Mar del Plata, monseñor Marino aseveró que su testimonio sigue vivo en las personas que lo conocieron y se beneficiaron de su ejemplo y sus palabras. Recordó que a él se le debe la tradicional “Marcha de la Esperanza” y la fundación de las Siervas Misioneras de Cristo Sacerdote, y valoró su servicio a la Iglesia en América Latina y en Roma, donde acompañó al papa Pablo VI y al beato Juan Pablo II. Pero sobre todo, destacó su grandeza y paternidad.

“Tenía una grandeza –observó-. Quiso ser padre, hermano y amigo de todos, pues ése fue el carisma singular que el Espíritu de Cristo le otorgaba. Nadie pudo atribuirle la bajeza de un rencor, doblez en sus afirmaciones o falta de rectitud en la intención de sus actos. Era tal como se mostraba, capaz de grandeza y heroísmo”. Asismismo, manifestó la intención de impulsar el cierre del proceso diocesano en vistas a su canonización y se comprometió a dar a conocer “cada vez mejor” su figura y su pensamiento.

“Para concluir esta homilía –agregó-, no encuentro mejores palabras que éstas de la Carta a los Hebreos: «Acuérdense de quienes los dirigían, porque ellos les anunciaron la Palabra de Dios: consideren cómo terminó su vida e imiten su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre».+