A las puertas de la Semana Santa, la liturgia nos acerca al Misterio de la Redención, del amor misericordioso de Dios y nos ofrece las razones para la esperanza: Cristo elevado sobre la tierra y atrayendo a todos los hombres hacia Él. El grano de trigo ya esta dando fruto. Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre, se nos dice en el Evangelio de Juan. En la Semana Santa viviremos paso a paso el acontecimiento central de nuestra fe, por eso preparamos con mucho amor los Oficios, la contemplación y la participación de la Muerte y Resurrección de Nuestro Señor, fuente de Vida. En la calle, las Hermandades y Cofradías nos ayudaran a interiorizar la Pasión de Nuestro Señor.
Teniendo la experiencia de las consecuencias tan negativas del pecado y de su influencia en el mundo, porque el hombre le ha dado la espalda a Dios, tan sólo de Dios podía venir la redención que se necesitaba. Y vino realmente por medio de Jesucristo. El Padre, mirando la desventura del género humano, envió a su Unigénito para que redimidos del pecado fuéramos constituidos hijos de Dios, capaces de participar de la intimidad divina, así la paz quedará restablecida. Dios, en su infinito amor, no ha cesado de enviarnos mensajes de salvación, de recordarnos dónde está la fuente de la Vida y, sobre todo, la insistente llamada a la conversión, a volver el rostro a Jesucristo.
¿Qué debemos hacer nosotros por los demás en esta etapa de la historia? La respuesta es sencilla, lo que han hecho siempre los hombres de fe: dar la cara al mundo con una confesión clara y valiente, nada de “paños calientes”. Recordad que el Papa, Benedicto XVI nos urge dar testimonio de la fe con coherencia, cuando nos dice: “hace falta una confesión clara, valiente y entusiasta de la fe en Jesucristo… En medio de la incertidumbre de este tiempo y de esta sociedad, dad a los hombres la certeza de la fe íntegra de la Iglesia. La claridad y la belleza de la fe católica iluminan, también hoy, la vida de los hombres… “
