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Mons. José María Yanguas Sanz,




El matrimonio es una realidad precisa

Fri, 21 Nov 2014 06:17:00
 
Mons. José María Yanguas Sanz, Obispo de Cuenca
Mons. José María Yanguas Sanz,

El concilio Vaticano II ha hablado del matrimonio poniendo de relieve su naturaleza íntima, su origen y propiedades. A lo largo de las próximas semanas iremos exponiendo la doctrina conciliar sobre esta realidad, de cuya prosperidad depende en buena medida “el bienestar de la persona y de la sociedad”, como dice el mismo concilio y tuvimos ya ocasión de recordar.

Considero importante subrayar que el matrimonio es una realidad precisa, algo que tiene su propia verdad. Cuando hablamos de matrimonio nos referimos a algo bien concreto; no se trata de algo sometido totalmente a la voluntad o al capricho de los individuos o de las sociedades, algo dentro de lo cual puede caber cualquier cosa. No es el matrimonio una realidad meramente cultural, fruto de las decisiones humanas, sino que está, por el contrario más allá de éstas. Para decirlo de una manera que todos puedan entender, el matrimonio no es un invento humano, “no depende de la decisión humana”; y ello por la sencilla razón de que “Dios mismo es el autor del matrimonio” (Gaudium et spes, 48).

Se trata de una afirmación básica, fundamental a la hora de preguntarnos por lo que el matrimonio es, por su naturaleza, por su ser. Los hombres no podemos cambiar la naturaleza del matrimonio, no podemos modificarla a capricho o conveniencia, porque eso sería lo mismo que destruirla de raíz. El matrimonio pertenece al orden de lo creado, de lo puesto por Dios en la existencia; es algo, por tanto, “natural”, más allá de lo simplemente cultural, por más que el matrimonio como realidad natural esté estrechamente ligado a las diversas culturas. Siempre subyace algo natural y fijo en las distintas formas en las que el matrimonio se celebra, en las modalidades que reviste o en las consecuencias jurídicas del mismo. El matrimonio tiene una estructura natural, constitutiva, que le ha dado el mismo Creador. Con razón dice, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica: “El matrimonio no es una institución puramente humana a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales” (n. 1603). Así el Concilio se referirá a distintos aspectos del matrimonio afirmando que derivan o entroncan con “su índole natural”, es decir, fluyen de la naturaleza misma del matrimonio “al que Dios ha dotado con bienes y fines varios”, que no dependen “del arbitrio humano”.

¿Cuál es su estructura, en qué consiste básicamente la institución matrimonial, cuál es su verdad fundamental? Un primer elemento de ésta verdad es aquel al que acabamos de referirnos: Dios es el autor del matrimonio, es Él quien determina su naturaleza propia, lo dota de sus propias leyes, precisa sus fines y bienes, establece el modo en que se origina… Estos aspectos esenciales del matrimonio, sus “rasgos comunes y permanentes”, como dice el Catecismo en el número citado, no pueden ser modificados sin dar al traste con el matrimonio mismo. Bien asentado esto, el concilio Vaticano II define en seguida el matrimonio como “íntima comunidad de vida y de amor conyugal”, un “consorcio” de toda la vida de las personas que forman esa comunidad. Se trata, pues, de una realidad interpersonal, de algo que implica a la persona como tal; no uno u otro aspecto de la persona, sino a toda ella: cuerpo y alma, cabeza, corazón y sentimientos. El matrimonio, en la intención del Creador, es comunidad o comunión, estrecha, íntima, total, plena, de personas. Es “consorcio de toda la vida”, participación mutua de la vida de los esposos. De toda la vida, de la totalidad del propio ser. Por eso dirá san Pablo que los esposos no se pertenecen a sí mismos de manera exclusiva, sino que se pertenecen el uno al otro. Con palabras del Concilio: en el matrimonio “los esposos se dan y se reciben mutuamente”. Se dan a sí mismos. Dejémoslo aquí por hoy.







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