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RENOVAR LA CONFESIÓN DE FE EN CRISTO, REY Y SEÑOR

Sun, 30 Nov 2014 13:01:00
 
Cardenal Antonio Cañizares -Arzobispo de Valencia-

CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- El pasado domingo celebramos la fiesta de Cristo Rey; renovábamos nuestro reconocimiento de que no tenemos otro Señor que Él. Renovamos este reconocimiento los cristianos, en unas circunstancias de algún modo especiales, tiempos recios y difíciles, en los que nadie puede prever ni aventurar qué puede depararnos el futuro. A la situación de grave crisis económica con todas sus secuelas y compañías, –como tantas veces se repite, con verdad–, se unen otras crisis más hondas, de las que la económica es un reflejo visible, pero no lo más importante: crisis de sentido de la vida, crisis humana, moral y de valores universales, crisis espiritual y social, crisis en los matrimonios y en las familias sacudidas en su verdad más auténtica, crisis de sentido y del sentido de la verdad, derrumbe de principios sólidos, confusión de conceptos y de los derechos humanos fundamentales no creados por el hombre, relativismo moral y gnoseológico, nihilismo y vacío, disfrute a toda costa y predominio del tener y del bienestar sobre el ser, falta de esperanza, libertades sin norte y pérdida de la verdadera libertad, laicismo ideológico, etc., están quebrando nuestra sociedad y el verdadero sentido del hombre.

Se quiere imponer una nueva cultura, un proyecto de humanidad que comporta una visión antropológica radical que cambia la visión que nos da identidad y nos configura, la recibida de nuestros antecesores. En el fondo de todo ello está el olvido de Dios, que es olvido y negación del hombre, aunque no se quiera reconocer así. Todo esto conduce, y nos está haciendo padecer, a una verdadera situación patológica. Sé que me van a criticar –¿qué importa?–, pero nuestra sociedad está enferma, muy enferma y no podemos ocultarlo: ahí tenemos el crimen abominable del aborto; el aborto es como el punto emblemático que pone de relieve la enfermedad que padecemos; junto a él, otros atentados contra la vida: eutanasia, experimentación con embriones, utilización de los mismos para intereses particulares.

Estamos padeciendo una verdadera enfermedad en nuestra sociedad por el debilitamiento, cuando no destrucción, de la familia que, junto con la Iglesia, son consideradas por algunos y por ciertos grupos como "obstáculos" que derribar, para imponer el nuevo proyecto de hombre y de sociedad que, ciertamente, no tiene futuro, porque, en el fondo, resulta ser un proyecto que destruye al hombre. No puedo ni quiero ignorar, cierto que con no menos dolor, con mucho dolor, todo lo que en la Iglesia deforma su verdadero rostro por nuestros pecados, por los escándalos de abusos totalmente rechazables perpetrados por sacerdotes, por la debilidad en el seguimiento de Jesús, por las deficiencias en el testimonio de Dios como Dios y Señor o en el testimonio de caridad y de identificación con los que sufren pobreza y humillaciones, por asimilar la secularización imperante en una secularización interna que nos corroe, por nuestras divisiones o por una comunión debilitada, por tantas cosas que le impiden y la incapacitan para evangelizar, suscitar, alimentar la fe, llevar a cabo la obra de renovación de la humanidad haciendo surgir una humanidad nueva hecha de hombres y mujeres nuevos con el Evangelio del amor, de la misericordia de la verdad liberadora, y ser el sacramento, signo eficaz, de la salvación y de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano, que llama a todos a la fe, que suscita la esperanza y abre caminos de futuro, que no son otros que los caminos de la caridad que permanece para siempre.

Por eso renovamos nuestra confesión de fe en Jesucristo, Rey del universo: para que Él actúe en nosotros y sea el dueño y señor, rey, de nuestro corazón, y así los cristianos en Valencia tengamos, como las primeras comunidades, un solo corazón y una sola alma. Renovamos esta confesión de fe en Jesucristo, Señor, rey del universo y juez de nuestras vidas, y con ello inseparablemente decimos que queremos que nuestros corazones, vivificados por el Amor a Cristo Rey, amen de verdad a los hombres, y, con Cristo traspasado en la cruz, sean el Sí más grande de Dios al hombre en esta etapa de la historia que nos ha tocado vivir.

Renovamos nuestra confesión de fe en el Señor único de nuestras vidas y de la historia, aquella confesión de fe que está en la raíz y en la base de la caridad y que nos exige que amemos y demos culto a Dios por encima de todo, y no ofrezcamos el incienso de nuestras vidas a una cultura sin Dios, a los poderes e imperios de este mundo que están en contraste con el querer de Dios y se oponen a Él. Esta proclamación de Jesucristo Rey y Señor, nos reclama que no tengamos otro Señor ni adoremos a nadie sino a Él, y vivamos de su verdad, de su amor, de su vida, de su perdón, de su luz, de su misericordia, que es el mismo Jesucristo, Camino, Verdad y Vida de los hombres, Pastor que da la vida por sus ovejas, Corazón traspasado en un amor hasta el extremo.

Reavivamos con gozo y vigor la confesión de fe en Cristo Rey y proclamamos, con libertad y valentía, que Jesús es nuestro guía y pastor, nuestra única salvación, vencedor de la muerte y señor de la vida, fuente de vida en nosotros. Estamos llamados a ser en el mundo como servidores suyos y ciudadanos de su Reino, testigos de esta vida defendiendo toda vida humana, apostando por que se promueva la cultura de la vida, la civilización del amor por la vida, con circunstancias favorables a la vida, y que desaparezcan leyes injustas como las del aborto, tan contrarias al amor de Dios y del hombre.

Renovamos nuestra confesión de fe en el Señor, Rey del universo, y, con ello, nos comprometemos a difundir más y más el Evangelio de la misericordia y el perdón, de la reconciliación y de la unidad, de la paz, del olvido de los odios y las heridas de otros tiempos. Con esta confesión de fe estamos manifestando que aspiramos a que, conducidos por nuestro Pastor, Jesús, se avive en nuestra comunidad diocesana la espiritualidad de la comunión, que tanto encareció para el Nuevo Milenio en que estamos san Juan Pablo II, Testigo y Apóstol de la misericordia divina y de la unidad que de ella brota. Renovamos nuestra confesión de fe en el Rey de todo lo creado, Jesucristo, para que Él, vencedor del pecado y de la muerte, reine en nosotros y, como Él, en obediencia al Padre, no busquemos otra cosa que lo que a Dios le agrada: que nos amemos unos a otros con su mismo amor, es decir, con el que nos ha amado en Cristo, por el que hemos sido amados por su sacratísimo Corazón, el que brota de su Corazón y de su muerte para que vivamos y permanezcamos en Él, en el amor. Renovemos nuestra fe en el Señor y, animados por ella, permaneciendo en su amor, nos proyectemos cada uno y toda la comunidad diocesana, en sus personas e instituciones hacia la práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano, ámbito específico que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral, hasta alcanzar que se vea de modo palpable a qué grado de entrega puede llegar la caridad hacia los más pobres: Es la hora de la caridad que brota del Corazón de Cristo, nuestro Rey crucificado, "es la hora de una nueva imaginación de la caridad, que promueva, no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido como un compartir fraterno" (NMI 50). Es la hora de la caridad que nos impulsa, renovados por la confesión de fe, a que estemos atentos a las nuevas pobrezas de nuestro momento. Ayudemos a sanar sus heridas, sus males, la enfermedad honda que aqueja hoy a la humanidad, y atendamos a la pobreza más profunda que es el no tener a Dios, la indigencia de Dios, el pretender edificar nuestro mundo sin Dios, en la soledad de nuestras fuerzas y entregados al príncipe de la mentira y a los poderes de este mundo contrarios al querer de Dios, ese querer o voluntad que vemos en Cristo, que lo apuesta todo por el hombre gratuitamente, en favor del hombre, para que tenga vida, vida en abundancia y plena, vida eterna. Con esta renovación en la confesión de fe ponemos nuestras vidas en las manos de Dios, para que Él haga de nosotros lo que quiera, le demos gracias por todo, vivamos en adoración de nuestras vidas, estemos dispuestos a todo, y no deseemos más que la voluntad de Dios, la de su amor y misericordia, se cumpla en cada uno y en todas sus criaturas. Con esta confesión de fe nos entregamos del todo al Señor con el amor de nuestro corazón con una confianza incondicional porque Él es Amor. Dios nos abre un gran futuro y nos entrega el don de la esperanza que se vive en la caridad. Esta confesión de fe en Cristo Rey y Señor del Universo, del cielo y de la tierra, que está sentado a la derecha del Padre y nos juzgará de la caridad a vivos y muertos, expresa el anhelo de que venga a nosotros su Reino, reino de la verdad, de la gracia, del amor, de la vida, de la bienaventuranza sin término; expresa también la esperanza firme de que esperamos, vencida la muerte, estar con Él en el reino de los cielos para siempre, y escuchar previamente, en su juicio de su infinita misericordia, donde seremos juzgados del amor, aquellas palabras tan consoladoras y esperanzadores: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y mi disteis de beber…” (Mt 25). Confesamos, finalmente, que este mundo que pasa será consumado en Él y, liberado por completo de las fuerzas hostiles que lo acechan, tendrá toda su consistencia, la que en Él, principio, fin y fundamento de todo, se encuentra.


+ Antonio, Cardenal Cañizares
Arzobispo de Valencia







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