Madrid/ESPAÑA.- El Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio Mª Rouco Varela, presidió ayer por la tarde el acto de clausura del proceso diocesano de la Causa de Beatificación y Canonización de la Madre Ana María Alberdi Echezarreta, celebrado en la Capilla del Monasterio de las Madres Concepcionistas Franciscana, en el madrileño barrio de La Latina. Al mismo asistieron el Delegado Episcopal para las Causas de los Santos, Ricardo Quintana; el Delegado Episcopal de las Causas de Beatificación, José Bosón; la notaria Nieves Salazar y el notario adjunto Juan Carlos Prieda, así como el promotor de Justicia; y el P. Paul Antonio de la Fresilla, portador del acta del procedimiento instructorio.
En su intervención, el Cardenal señaló que “es un gozo” poder presidir el acto de clausura del proceso diocesano de la parte de las virtudes heroicas de la Madre Ana Mª Alberdi y recordó que “la constatación de las virtudes heroicas de un cristiano o de una cristiana comienza en la Iglesia diocesana, que es donde se la conoce, donde ella ha actuado y ha vivido con ese estilo de vida cristiana, en este caso de vida consagrada, que los que la han conocido testimonian que ha sido heroica y con grados de perfección”.Subrayó que son tres las “grandes virtudes que califican y caracterizan la vida cristiana: la fe, la esperanza y el amor. Son tres virtudes que se enlazan la una con la otra y cuya fuente es la fe”. Haciendo alusión al Año de la Fe, convocado por el Santo Padre y que dará comienzo el próximo 7 de octubre, dijo que es precisamente la fe “el comienzo del proceso de santidad de una persona”. “Con la gracia de la fe comienza la historia de la salvación del hombre, de cada persona. Y cuando se la vive con un mínimo de coherencia, se la expresa ya en una actitud de esperanza. La fe es creer en Jesucristo, como Hijo de Dios y redentor del hombre. No se puede separar el acto de fe del contenido del acto de fe”.
“La santidad es la palabra con la que se expresa el cristiano cuando ha llegado a ese punto del amor y lo vive heroicamente, fielmente, incansablemente, crecientemente es un santo. Eso es lo que creemos que ha vivido nuestra Madre Abadesa del Monasterio de la Latina tantos años, la Madre María Ana Alberdi, no sólo eso sino que también se testimonia que en el marco de esa vida teologal que nace del corazón de Cristo, que se hace posible por el don del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe de la persona, en su esperanza y en la perfección de la caridad. Todo lo humano, los valores y virtudes humanas, la prudencia, la fortaleza, la templanza, la justicia, en ella también esas virtudes humanas han resplandecido con la luz de la fe y con la purificación la elevación de la caridad”, afirmó.
Terminado el proceso diocesano y pendiente del juicio definitivo por parte de la Congregación para las Causas de los Santos, el Cardenal explicó que “una vocación cristiana de consagración a la vida contemplativa es la que quiere subrayar ese corazón mismo de lo cristiano, que es el amor a Cristo y la entrega a Él”. “La Madre Ana María Alberdi parece que fue una consagrada que vivió así su vocación cristiana con una entrega total al Señor”. Y es que “la santidad tiene una doble cara, el proceso de ser y hacerse santo. El no pecado por el sí a la gracia y por el sí al amor a Cristo. Eso es lo que muchos testigos han visto en ella y consta en las actas que vamos a enviar a Roma”.
“Este monasterio, dijo, nace dentro de la historia de la renovación de la Iglesia del siglo XVI, que en España tiene uno de sus focos principalísimos, antes, durante y después del Concilio de Trento”. “Si aquella reforma fue fecunda, lo fue gracias a los santos, también a los teólogos, obispos, pero decisivamente aquello fructificó porque en el alma de la Iglesia florecía la santidad de hijos e hijas de una forma prodigiosa”. “Esperamos que la reforma y la renovación del Vaticano II tenga todavía mucha historia por delante. En esta casa también lo vivieron las monjas y la propia Madre Abadesa, que no se dejó llevar por fórmulas y modos de interpretación rupturista del Concilio Vaticano II, sino por la forma fiel de interpretarlo y de vivirlo desde la vocación a la santidad”, manifestó.
Concluyó afirmando que para salir de la crisis debemos “renovar el corazón y el alma de los católicos, de los cristianos y de los que lo son solo de nombre o de acta de bautismo o de los que no son, que son muchos. Dios quiera que este esfuerzo, este camino de la beatificación y de la canonización, nos sirva para superar crisis, sobre todo las crisis del alma, que permiten después superar las crisis del cuerpo”.
