Si se analizan con detalle los grandes males que han
afligido a la humanidad podrá comprobarse cómo, en su origen, casi
siempre se encuentra la mentira. Ella ha dado lugar a guerras,
tiranías y opresiones del hombre por el hombre. Nos encontramos con que, entre las grandes directrices morales de nuestro
tiempo, no figura la veracidad.
Las más elevadas consignas, en la sociedad actual, son:
justicia para todos, libertad, solidaridad y autorrealización.
Frecuentemente parece que hablar de la verdad supone, más o menos, un ataque contra estos valores. Y la realidad es que, cuando
se hace escarnio de la verdad, se lesionan la justicia y la
libertad claramente.
Según palabras de Juan Pablo II en el año 2000: “A lo largo de los siglos, la negación de la verdad ha generado
sufrimiento y muerte. Son los inocentes los que pagan el precio de la
hipocresía humana. No bastan decisiones a medias, no es suficiente
lavarse las manos.”
Quienes, con facilidad, están dispuestos a pisotear una
verdad pequeña jamás ofrecerán garantías de defender una gran
verdad.
Las mentiras en la vida diaria indican que la veracidad
puede ser pisoteada, también, en temas de más envergadura. “Donde muere la verdad se nos desploma el suelo que pisamos como
seres sociales porque, siendo en apariencia una virtud pequeña, la
veracidad es realmente la virtud fundamental para cualquier expresión de nuestra vida social.” (J. Ratzinger).
Hoy día, decir la verdad siempre (sin componendas ni
cesiones) es la estrategia subversiva por excelencia en un mundo donde impera el relativismo y el “todo vale”. No se puede
ignorar que la verdad es costosa a veces y puede acarrear alguna
desventaja en una sociedad en la que se miente tanto, pero todo lo
que posee verdadero valor en la vida de un ser humano cuesta ¿o
no?.
Ir, en ocasiones, contracorriente exige un esfuerzo pero
vale la pena cuando se está muy seguro del terreno que se pisa y las
convicciones son sólidas.
Es cierto que, en medio de la superficialidad que nos rodea, lo que destaca es la apariencia y la frivolidad pero, a la
larga, eso causa hastío y no satisface a ninguna persona normal. Es
verdad, también, que produce asombro confrontar la realidad con lo
que se dice en algunos medios de comunicación social ya que
ciertos informadores buscan un efecto determinado y la realidad
auténtica es marginada sistemáticamente. La veracidad es devorada por la utilidad como criterio soberano que justifica cualquier
cosa.
Es necesario un sano espíritu crítico ante noticias
difundidas por televisión, radio y prensa que, a veces, son
incompletas, tendenciosas, sectarias o pura falsedad. Con cierta
frecuencia, los hechos objetivos vienen envueltos en opiniones o
interpretacione que deforman la realidad.
A pesar de lo expuesto hasta aquí, la mentira no es algo
natural, no hemos sido hechos para ella. ¿A quién le gusta que le mientan? Mentir no es sólo no decir la verdad, es
silenciarla, manipularla, mezclarla con verdades (las medias verdades) y ya se sabe en qué acaban: en dobles falsedades. Mentiras son,
también, los silencios cómplices, las omisiones del deber, la
utilización de unos por otros al servicio de turbios intereses.
El papa Francisco ha dicho a los cristianos lo siguiente:
“La verdadera fuerza del cristiano es la de la verdad y del amor….Seguir a Jesús
comporta renunciar al mal, al egoísmo y escoger el bien, la verdad,
la justicia, también cuando ello requiere sacrificio y renuncia a los
propios intereses.”
En las situaciones normales de la vida diaria debe bastar nuestra palabra para dar toda la consistencia necesaria a lo
que afirmamos o prometemos, pero la fuerza de la palabra
empeñada ha de ganarse día a día, siendo veraces en lo pequeño,
rectificando con valentía cuando nos equivocamos y cumpliendo nuestros compromisos.