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Portada:: Vaticano:: La voz del Papa:: Homilía del Santo Padre en Santa Ana

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Homilía del Santo Padre en Santa Ana

Sun, 17 Mar 2013 07:55:00
 

Esto es bello. Primero Jesús solo en el monte, rezando. Oraba solo. Después fue nuevamente al templo, y todo el pueblo iba con Él. Jesús en medio del pueblo. Y después, al final, lo dejaron solo, con la mujer. Pero esa soledad de Jesús, es una soledad fecunda: aquella de la oración con el Padre y esa tan bella, que es precisamente el mensaje de hoy de la Iglesia, la de su misericordia con esta mujer. También, hay una diferencia entre el pueblo: “Todo el pueblo iba hacia Él; Él se sentó y se puso a enseñarles”: el pueblo que quería sentir las palabras de Jesús. El pueblo de corazón abierto, necesitado de la Palabra de Dios. Había otras personas que no sentían nada: ¡no podían sentir! Y son los que llevaron a la mujer. “Escucha, Maestro, esta es una tal y cual... Debemos hacer lo que Moisés nos ha mandado hacer con estas mujeres así”.

También nosotros, creo que somos este pueblo que, por una parte quiere escuchar a Jesús, pero por otra parte a veces nos gusta bastonear a los demás, ¿no?, condenar a los demás.

Y el mensaje de Jesús es éste: la misericordia. Para mí, lo digo humildemente, es el mensaje más fuerte del señor: la misericordia. Él mismo lo ha dicho: “No he venido por los justos: los justos se justifican solos. Bendito el Señor: si tú puedes hacerlo, yo no puedo hacerlo. Pero ellos creen que lo pueden hacer. Yo he venido por los pecadores”.

Piensen en ese comentario después de la vocación de Mateo: “¡Pero este va con los pecadores!”. Y Él ha venido por nosotros. Cuando nosotros reconocemos que somos pecadores. Pero si somos como aquel fariseo, ante el altar: “Te doy gracias Señor, porque no soy como los otros hombres, y menos como el que está en la puerta, come aquel publicano…”, no conocemos el corazón del Señor, ¡y no tendremos jamás la alegría de sentir esta misericordia!

No es fácil encomendarse a la misericordia de Dios, porque es un abismo incomprensible. ¡Pero debemos hacerlo! “¡Pero, padre, si usted conociera mi vida, no me hablaría así!”. “¿Por qué?, ¿qué has hecho?”. “¡Oh, hice cosas graves!”. “¡Mejor! Ve con Jesús: a Él le gusta que le cuentes estas cosas! Él se olvida: Él tiene una capacidad especial para olvidarse. Se olvida, te besa, te abraza y de dice sólo: “Tampoco yo te condeno. Ve y de ahora en adelante: ¡no peques más!”. Sólo ese consejo te da”.

Después de un mes, estamos en las mismas condiciones… volvemos al Señor. El Señor jamás se cansa de perdonar: ¡jamás! Somos nosotros quienes nos cansamos de pedirle perdón. Pidamos la gracia de no cansarnos de pedir perdón, porque Él no se cansa jamás de perdonar. Pidamos esta gracia.







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