En el Instituto de estudios ecuménicos San Bernardino, de Venecia, tuvo lugar una jornada de estudios titulada «Por un futuro ecuménico del Vaticano II». En su intervención, el arzobispo Agostino Marchetto recordó que «el concilio ecuménico Vaticano II es seguramente un icono de la Iglesia católica en sí misma, ad intra y ad extra. De hecho, la comunión forma parte de la esencia del catolicismo, también con su pasado, hasta los orígenes de la Iglesia. La Iglesia ha mantenido su identidad a lo largo de su desarrollo, por tanto conservando fidelidad a su Tradición, y al mismo tiempo renovándose constantemente.
Aquí viene a la mente una expresión fundamental referida al al Concilio, es decir: “reforma en la continuidad” como atestiguó el Papa Benedicto XVI en el famoso discurso a la Curia romana del 22 de diciembre de 2005. Sus palabras estaban en continuidad también con las que pronunció en 1990 el entonces cardenal Ratzinger, que veía la Iglesia como compañía semper refomanda y, recientemente, con la Nota de la Congregación para la doctrina de la fe que da indicaciones pastorales para el Año de la fe». Pero, escribe el arzobispo, citando el discurso del Papa a la Curia romana «¿Qué es una reforma de la Iglesia? ¿Cómo se realiza? ¿Cuáles son sus caminos y sus objetivos?». Y prosigue: «Como siempre, existen infinitas discusiones para obtener una inversión de tendencia (respecto al presente negativo). “Ciertamente hace falta hacer muchas cosas —añadía Benedicto XVI— pero el hacer no resuelve el núcleo del problema”. El problema no es un déficit organizativo sino de fe. Es necesario volver a Cristo; “de lo contrario, todas las reformas serán ineficaces”».
Precisamente por esto, recordó en otra intervención Riccardo Burigana, «el pontificado de Benedicto XVI marca un viraje en los estudios sobre el Vaticano II: las intervenciones del Papa, que ha contribuido tanto a la recepción del concilio desde su conclusión, son las de un protagonista del Vaticano II que se esfuerza por favorecer un conocimiento cada vez más profundo, a partir de los documentos promulgados, en la perspectiva de la continuidad del concilio con la tradición de la Iglesia. La reconstrucción del Vaticano II puede contar con muchas fuentes, que sin embargo aún son pocas respecto a las que conviene recuperar: un patrimonio de diarios, cartas y discursos que han ido enriqueciendo las fuentes oficiales publicadas a lo largo de los años en las Acta et documenta y en las Acta Synodalia del concilio». Y afirma el relator: «Ciertamente, afrontar los documentos conciliares significa, sobre todo, confrontarse con los agujeros negros que aún frenan un pleno conocimiento del concilio.
Cómo no recordar la ausencia de una reconstrucción global de la historia redaccional de la Lumen gentium, después de tantos estudios sobre aspectos de la constitución, estudios que a menudo han quedado sofocados por polémicas anticuadas que tienden a demostrar más que a reconstruir». Y propone: «Se debe, por tanto, encontrar, recurriendo también a la fantasía, una forma que permita al lector introducirse en el universo en el que los documentos del Vaticano II están insertados, dejando la libertad de detenerse en el nivel de profundización requerido en ese momento por el teólogo, por el estudiante, por el catequista, por el catecúmeno y por cualquier otro que quiera leer un documento del Vaticano II, sin permanecer encerrado en una opción unívoca, que se demuestre buena sólo para una circunstancia determinada sea la preparación de un examen sea la profundización personal. Se trata de pensar en un hipertexto, construido sobre sólidas bases histórico-teológicas que introduzca al lector en el concilio y en la historia de la Iglesia, dejando abiertas puertas y ventanas en particular sobre el panorama de la recepción siempre viva de los documentos del Vaticano II».
