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El Beato Juan Huguet. Símbolos y memoria

Thu, 24 Jul 2014 20:02:00
 
Guillermo Pons Pons (Diócesis de Menorca)

Menorca/ESPAÑA.- Es el primer año en que la fecha de la inmolación de este sacerdote menorquín Juan Huguet, de 23 años, será celebrada junto a su sepulcro en Ferreries (este miércoles día 23 de julio a las siete de la tarde) después de haber sido proclamado beato en la gran celebración efectuada en Tarragona de la beatificación de 522 mártires del siglo XX en España.

Siguiendo la indicación de la Congregación del Culto Divino, se ha solicitado que la fecha en que se va a celebrar la memoria litúrgica del Beato Juan Huguet sea el día 24 de julio, ya que el día precedente está ocupado por la fiesta de santa Brígida, que es una de las patronas de Europa. Por eso, a partir del próximo año el 24 de dicho mes tendrá lugar en nuestra diócesis la celebración litúrgica del mártir Juan Huguet. Día éste también muy significativo, pues siendo la víspera de la solemnidad del Apóstol Santiago, patrono de España, fue la fecha en que, con gran respeto por parte del pueblo y sin que faltaran los signos religiosos y sacerdotales, el cuerpo del mártir fue conducido al campo santo.

Unas reflexiones de Romano Guardini en su libro El Señor acerca de muchas cosas que aparecen en el libro bíblico del Apocalipsis ponen de manifiesto un carácter simbólico muy profundo. «No cabe duda -escribe Guardini- que el Apocalipsis describe la eternidad como una magnitud que está fuera del tiempo y, a la vez lo invade y lo penetra; pero también presenta el modo en que la existencia temporal es asumida por la eternidad y privada de sus propias seguridades».Todo esto me ha hecho recordar cómo algunos de estos símbolos estuvieron presentes en los actos habidos en Tarragona el pasado octubre. No es de extrañar esta coincidencia si tenemos en cuenta que en dicho escrito del Nuevo Testamento ocupan un lugar muy significativo los martirios con que fueron inmolados los más antiguos y egregios testigos de la fe de Cristo, que fueron los mártires del siglo primero. Este libro, el último dela Biblia, es memoria viva de los mártires

Uno de estos elementos y ciertamente muy significativo es el de las palmas: “Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podía contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en las manos. Y gritaban con voz potente: La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero” (Ap 7, 9-10). Cuando en la celebración de Tarragona las reliquias de muchos mártires, entre ellas la de Juan Huguet, dentro de una artística y antigua arqueta, fueron llevadas en procesión hacia el altar, iban acompañadas por jóvenes, seminaristas, sacerdotes y familiares de los beatificados, llevando palmas en sus manos. El cardenal Amato en su homilía en referencia a estos mártires dijo: «Es un ejército inmenso de bautizados que, con el vestido blanco de la caridad, siguieron a Cristo hasta el Calvario, para resucitar con Él en la gloria de la Jerusalén celestial».

Otras figuras del Apocalipsis guardan relación con los padecimientos y la fidelidad de los perseguidos por razón de la fe. Entre varios signos de calamidades aparecen cuatro caballos de dudoso pelaje y montados por jinetes, algunos de los cuales eran portadores de dañinas actuaciones (cf. Ap 6, 1-8). Las persecuciones, en efecto, a la vez que dan ocasión a insignes victorias de fidelidad, provocan también horrendas crueldades. Esto se puso de manifiesto en la representación teatral del martirio del obispo de Tarragona del siglo III san Fructuosos y sus diáconos, que se efectuó en la noche del 12 de octubre. En esta obra aparecieron varios caballos montados por perseguidores, poniéndose muy de manifiesto por una parte el odio desencadenado contra los cristianos y, por otra la heroica fidelidad de los mártires y del pueblo cristiano que en sus celebraciones con el obispo y en la transmisión catequética de las enseñanzas de la fe permaneció custodiando el fuego del amor, del que Jesús dijo: “He venido a prender fuego a la tierra ¡Y cuánto deseo que ya esté ardiendo!” (Lc 12, 49).

Este fuego divino que tan ardiente se manifestó en los mártires durante la persecución religiosa de los años ’30 del siglo pasado en España, quedaba reflejado en el logotipo de la beatificación que figuraba en grandes proporciones tras el altar. En el junto la cruz de Cristo aparecía el fuego ardiente del amor martirial de los beatificados, de quienes dio el cardenal Amato: «Tenían a Jesús como único tesoro, más querido que la propia vida. No odiaban a nadie, amaban a todos, hacían el bien a todos… No respondieron con la rebelión o con las armas, sino con la mansedumbre de los fuertes».







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