«No seguimos a Kiko, sino a Jesucristo»

Oviedo/ESPAÑA.- Esta noche, cuando buena parte del país se disponga a sentarse a cenar en armonía con los suyos, la familia formada por Miguel Navarro, Yolanda Cabrero y sus siete hijos -de Víctor, con 12 años, a Ana, con 26- apagará todas las luces de su piso ovetense «como símbolo de cómo se encuentra el hombre cuando no tiene a Jesucristo» y marcharán en procesión por el pasillo entonando: «Cristo Jesús es nuestra luz».

Será entonces cuando «la madre de familia», Yolanda, ama de casa, invidente, encienda una vela y, con los nueve ya ante el Belén, «el padre de familia», Miguel, «lea el Evangelio del nacimiento de Jesús» y lo comente.

Ese será el culmen de la Nochebuena para estos nueve miembros del Camino Neocatecumenal, un movimiento que gana adeptos en Asturias y que, en 36 años, ha sumado 700 miembros para la causa repartidos en 24 comunidades distribuidas en diez parroquias: las ovetenses del Corazón de María, La Corte, El Carmen, San Francisco de Asís y San Julián de Los Prados, las gijonesas del Corazón de María y Viesques, las de San Agustín y la Sagrada Familia en Avilés y la sierense de La Fresneda. Una lista a la que este año pretenden sumar dos más, confirma el máximo responsable del Camino en Asturias, Daniel Turiel, director de un colegio concertado ovetense, 46 años (31 de ellos en el Camino), casado con Elena, ama de casa que «trabaja como una burra» y siete hijos de entre 4 y 19 años.

Son los 'kikos'. Los seguidores del que, dicen, se ha convertido en el movimiento neoconservador más poderoso de la Iglesia católica, con más de un millón y medio de seguidores divididos en 16.000 comunidades enclavadas en 6.000 parroquias de 106 países. Con 3.000 sacerdotes, 1.500 seminaristas y 70 seminarios. Con representación en todas las instancias. De la Universidad al Ejército pasando por la Conferencia Episcopal. El mismo que inició Kiko Argüello, líder carismático e incuestionable del Camino, allá por la década de los sesenta en las chabolas de Palomeras, una de las zonas más deprimidas de Madrid. «Entre los pobres». «Ahora nos llaman neoconservadores, pero en los setenta los Guerrilleros de Cristo Rey apedreaban a nuestros catequistas, acusándoles de ser de extrema izquierda», quita hierro a la etiqueta Turiel, que cuenta que la denominación de 'kikos' «molesta pero no ofende», algo en lo que abundan también los Navarro-Cabrero. «Fundamentalmente, porque no seguimos a Kiko, aunque lo queramos, sino a Jesucristo».

«Crecer en la fe de Cristo» es el fin último del Camino, cuyo Estatuto, aprobado por Benedicto XVI en 2008 tras el impulso decidido de Juan Pablo II, lo define como «un itinerario de iniciación cristiana». Una senda de catequesis «con siete etapas», cuenta Turiel, «que permite crecer y vivir en la fe recibida en el bautismo. Porque muchos están bautizados pero están como cepillos. No se les nota nada. Y otras veces, directamente, es un escándalo». Con ritos inspirados en los de los primeros cristianos, precisa el guía de los 'kikos' en Asturias, se apoyan en la eucaristía y las convivencias. La Iglesia primitiva.

Convivencias en las que desnudan sus almas ante sus hermanos y eucaristías que toman elementos de la tradición hebrea y que se celebran los sábados al caer la noche, «las primeras vísperas del domingo». En las que se comulga con vino y pan ácimo y en las que «la paz se de por el rito ambrosiano». Ninguno habla de la regla no escrita de que los fieles deben entregar el 10% de sus ingresos, pero Turiel admite que «todos estamos invitados a ayudar a la Iglesia en sus necesidades. O como antes se decía: 'Dad el diezmo y las primicias'».

Como tampoco hay una respuesta clara a la pregunta de cuánto se prolonga ese itinerario: «Lo más seguro es que quién sabe». Aunque para Yolanda y Miguel, empleado en un banco, parece que está a punto de concluir tras 27 años. «Si Dios quiere, terminaremos el Camino en febrero y nos iremos a Israel», relata Yolanda en alusión al rito final: el auténtico bautismo, por inmersión en el río Jordán.

Seis de sus siete hijos (dos de ellos, con una rara patología degenerativa) apenas lo han comenzado y Víctor, el más pequeño, acude a las eucaristías junto a ellos, como hacen todos los niños del Camino hasta que comienzan sus catequesis, a los 14 años.

Con una media de cinco hijos por matrimonio, 45 de los 438 grupos constituidos en el Sínodo y el despliegue numérico de la JMJ aún muy reciente, ellos son su fuerza y su razón de ser: «El desafío que la Iglesia debe asumir en este tercer milenio y donde se juega el futuro es la familia, que es de donde nacen las vocaciones. De la JMJ salieron de Asturias dos chicos para presbíteros y dos chicas para monasterios de vida contemplativa que se sumarán a los cuatro presbíteros del Camino y los tres seminaristas en India, Abiyán y Marsella. Toda la Iglesia está llamada a evangelizar. Es su deber y su urgencia. Y toda Asturias es tierra de misión».

Quizá por eso, Yolanda y Miguel, que nunca habían querido tener descendencia, cambiaron de opinión en las primeras catequesis: «En seguida me quité el DIU. No me lo mandó nadie. Sentí que eso era lo que debía hacer. Dejamos de vivir para nosotros mismos y empezamos a vivir para los demás. A ser felices aunque, para mi madre, que no es del Camino, cada embarazo fuese un tremendo disgusto. Y ese es también el secreto de que nuestros matrimonios no se divorcien. Aprender a perdonar. Nunca pensé que se podía ser feliz con dos hijos enfermos, pero ahora pienso: 'Señor, si tú lo permites, será por mi bien'».