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Desde Silleda a Santiago, padre e hijo de peregrinos por la Vía da Prata

Sun, 29 Jul 2018 19:28:00
 
LA VOZ DE GALICIA / Guillermo Redondo J. b.

Despedimos Silleda bajo la tenue luz del alba y nos sumergimos entre las ramas de árboles para seguir el Camino. El objetivo, hacer el recorrido a Santiago de Compostela en dos etapas apacibles, conocer sus recovecos, a sus peregrinos y sus motivos. Un paseo instructivo que no puede ser denominado peregrinación. Una aventura que tengo el gusto de disfrutar con mi padre.

Desde el municipio dezano partimos con el único peso de dos mochilas pequeñas, nada comparable a lo que otros cargan, y sin una hoja de ruta clara. Seguimos los hitos de piedra y sus flechas amarillas. No llevábamos un plan. Solo caminar, preguntar, conocer y cuando estuviéramos suficientemente cansados, volver en transporte hasta el lugar de partida. El camino fresco en la mañana es una verdadera gozada y más para un joven que a estas horas no suele estar despierto, es casi una revelación. Entre sus idas y venidas, pasamos por encima y debajo de la carretera.

Parada en A Bandeira

Nuestra primera llegada, tras más de una hora de caminata fue A Bandeira, hasta el momento ni un solo caminante a la vista ni en el horizonte ni en la retaguardia. Los locales estaban amaneciendo, y a pleno funcionamiento tan solo están las cafeterías, y ni siquiera todas. Hicimos una parada momentánea de rigor y seguimos la marcha. Las calles estaban aún vacías y volvimos nuestros pasos sobre el asfalto poco o nada transitado.

Pasan los kilómetros andando sin encontrar nada más que una bruma intensa que cubre las viñas de las fincas particulares, acompañándonos hasta San Martín de Dornelas, donde un grupo de gente descansa en la cumbre de una cuesta. Las mochilas tiradas por el suelo y los muchachos sentados en jardineras de piedra, nos reciben de brazos abiertos. Son un grupo de amigos, jóvenes sevillanos, que pertenecen al Camino Neocatecumenal y por supuesto, han venido por motivos de fe. En su itinerario, partieron en tren desde la capital del Guadalquivir hasta Ourense y están recorriendo su cuarta etapa que finalizará en Ponteulla. El grupo formado por cuatro chicas y seis chicos están emocionados de realizar al fin este viaje espiritual.

«Bañada en lágrimas», así llegó ayer una de las chicas al albergue por el dolor y el esfuerzo. «Superarse. Llegar hasta cuando no puedes más», nos dicen que eso es lo que les mueve día a día, etapa a etapa. Al día siguiente llegarían a la catedral. En la iglesia de San Martiño, preguntan por el sello, pero no hay suerte. Les dejamos visitando el cementerio y la edificación de piedra. Nosotros seguimos, aunque aún podremos oírles más adelante cantando en la distancia.

Ponte Ulla, fin de etapa

Esta primera jornada decidimos sobre la marcha que terminaría, al igual que harían los sevillanos, en el pueblo del río Ulla. Tras un largo descenso, donde el cansancio hace mella y las rodillas empiezan a flaquear, llegamos al puente. Nos alcanzan dos hombres que llevan siete días en bicicleta. Son Brígido Quintana y Jesús Gutiérrez, que llevaban años intentando realizar el Camino y finalmente, este verano se dispusieron a hacerlo desde Mérida, con una media de cien kilómetros al día. Su forma de realizar este viaje es diferente. A final de cada etapa, sus mujeres les esperan con una caravana. Un modo moderno de realizarlo.

«El camino andando es más puro. Esto es distinto», aseguraba Brígido Quintana sin bajarse de su vehículo, mostrando un cansancio razonable tras una semana de pedaleo. Su motivo difiere del de los jóvenes. Aunque también tiene intenciones católicas, la máxima es un desafío deportivo. «Es un reto personal, físico y mental», explicaba Jesús Gutiérrez. Tras sellar la compostelana en la oficina de turismo, se pierden entre las calles.

A nosotros solo nos quedaba llegar a la plaza del pueblo que nos sorprendió con un recibimiento inesperado. Sobre el escenario la Banda de Música de Santa Cruz de Ribadulla comenzaba su actuación. Un gran cierre para una bonita jornada, la primera de dos hasta Santiago.

Olvidarse de las agujetas para afrontar el segundo día entre subidas y bajadas

El inicio del segundo día se hace algo más pesado, pero rápidamente olvidamos las agujetas y sin darnos cuenta comenzamos a descender el Pico Sacro hacia Lestedo entre fincas y casas de revista. El paso se desarrolla con normalidad aunque las distancias empiezan a pesar y eso que solo llevamos un día. Falta de costumbre con las caminatas. Son paisajes y parajes sin una simple cafetería abierta. Un desierto verde hasta que bajas A Susana, donde no puedes perdonar un tentempié para continuar e incorporarte con fuerzas renovadas.

Después del parón vuelves a la arena, como los diestros tras la cogida del astado. Quedaban poco más de diez kilómetros, pero parecía que no avanzas. Sigues subiendo y bajando cuestas, tomando curvas a izquierdas y derechas, pero no aparece la ciudad. Esperamos una vista de la catedral desde la parte alta que no llega. A lo lejos vemos dos hombres provistos con bastones y macutos que nos guiarán el camino, pero a los que nunca alcanzaremos. Los dos únicos que veremos hoy. Los hitos se suceden y por fin aparece el primero que marca la distancia hasta el destino 7.998 metros. Alienta ir poco a poco viendo las distancias reducidas, comienza a correr el tiempo y la alegría. Hasta el paso por la curva de Angrois, entrando en la ciudad, donde pañuelos y mensajes recuerdan a sus seres queridos.

Abrazos y lloros

Finalmente, apareció la catedral, pero aún quedan por subir unas empinadas y alargadas subidas en las que se sufre más que en el resto de la jornada. En la llegada a la Praza do Obradoiro, con la fachada del edificio recién limpiado, las emociones se suceden. Los grupos de gente van llegando. Se abrazaban y lloraban. Mayores y pequeños. Allí en medio estaban nuestros compañeros sevillanos, fotografiando el momento que guardarán para siempre. Ana Abollado, Carmen Delgado, Andrés Encina, Abraham Marqués, Elías Marqués, Israel Marqués, Jesús Parejo, Gloria Pérez, Inés Rodríguez y Pablo Solís son sus nombres. La felicidad en un grupo que harían noche en un albergue situado a media hora y al día siguiente volverían a su tierra.

Entrada obligatoria para abrazar al Apóstol y guardar, yo también, el momento y la compañía. Solo me queda decir, para todos aquellos que hayan leído o se dispongan a hacer esta aventura: ¡Buena lectura y Buen Camino!.









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