El 27 de agosto de 2015 Cecilia Maribel Flores de Rivas ingresó por
la noche al Hospital Materno-Infantil 1.º de Mayo, del Instituto
Salvadoreño del Seguro Social; llevaba ya la presión alta, disparada,
ella misma así lo admite; además inflamación en las extremidades, vista
nublada, la sensación de ver lucecitas, mareos, manos adormecidas; algo
malo sucedía con su séptimo embarazo y le pidió a su esposo, Carlos
Alejandro Rivas, que la trasladara al hospital.
Los síntomas habían comenzado desde temprano, por la mañana,
pero sufrió el "síndrome del nido" y decidió dejar preparado todo para
la llegada de su séptimo hijo, Luis Carlos, así se llamaría.
Los cálculos de Cecilia habían fallado. El parto de Luis Carlos
era programado, la cesárea estaba planificada para el 3 de septiembre;
la razón, Rebeca, la menor de los Rivas Flores, cumpliría dos años el 2
de septiembre y le tenían organizada una fiesta, pero no resultó. La
emergencia le había ganado.
Hasta este momento no había pánico ni angustia ni miedo, tampoco
sensaciones de tragedia. Todo el embarazo había sido normal, sin
complicaciones, incluso habían sobrevivido a una crisis laboral de
Alejandro. Salvo los síntomas que se presentaban a última hora, la
llegada al centro de salud se estimaba a tiempo.
Los problemas de ella, sin embargo, no se originaban con la
llegada de su nuevo bebé. No quiere ahondar en las pérdidas de los otros
niños, pero ya antes del nacimiento de Emiliano el 5 de octubre de 2005
tuvo dos abortos, ese recién nacido era su tercer embarazo, así que la
llegada de este fue como un oasis para la mujer, se sentía realizada,
pero ni siquiera estaba a la mitad de sus dificultades. Dos pérdidas más
sucedieron la llegada de Rebeca el 2 de septiembre de 2013, con ella
encontró un poco de paz pues se identificó la causa de la interrupción
de sus embarazos.
La doctora Ana Eliza Guzmán, su ginecóloga, descubrió que el
síndrome antifosfolípido (SAF) era la causa. Este crea un trombosis
autoinmune que rechaza el bebé pues lo identifica como ajeno al cuerpo.
Guzmán inmediatamente recetó anticoagulantes para el tratamiento;
durante todo el embarazo Cecilia se tuvo que aplicar una inyección
diaria, se hizo experta en autoinyectarse.
El nacimiento de Rebeca, el sexto embarazo, estaba previsto para
septiembre, pero en agosto presentó algunos síntomas que causaron
alarma y encendieron las alertas. Hubo que correr al hospital.
—Presenté varios síntomas, fui al hospital porque ya había
comenzado a ver lucecitas, la visión borrosa, inflamación de las
extremidades; la doctora decidió ingresarme para hacer varios análisis y
ver cómo estaba la depuración de la orina. No recuerdo cuáles otros.
Los chequeos realizados arrojaron resultados alentadores, todo
estaba dentro de la norma, pero como medida preventiva se determinó que
quedaría ingresada el último mes de gestación.
En septiembre decidieron inducir el parto para evitar problemas
de preeclampsia, trataron en tres ocasiones pero no se logró, entonces
se decidieron por la cesárea; la cirugía salió bien, pero los instantes
posteriores pasaron a ser críticos para Cecilia. Tras quererse
incorporar después de ocho horas de estar en cama la visión era borrosa,
casi nula, había mareo y presión elevada. Intervinieron un internista y
un retinólogo, el primero controló la presión y el segundo los
problemas de la visión.
—El retinólogo me dijo que un poco más y hubiera perdido la retina y me hubiese quedado ciega.
Permaneció ingresada una semana más, días que define como de acoso por las sugerencias permanentes de no tener más embarazos.
—Los médicos fueron bien enfáticos en decir que no volviera a
salir embarazada porque corría un mayor riesgo, corría peligro la vida
mía y la del bebé.
La advertencia de los doctores contrastaba con sus principios cimentados en el Camino Neocatecumenal.
—Ellos en su calidad de médicos y como profesionales de la salud
no entienden también la parte religiosa, uno a veces no está dispuesto
por sus principios cristianos.
Las sugerencias, dice, se volvieron presión, con advertencias
permanentes de que podía morir. El momento de salir del hospital se le
hacía largo y la presión seguía.
—Se tiene que esterilizar, es que mire le va a pasar lo mismo,
mire que se va a morir. Yo creo que el único que no me preguntó si me
iba a esterilizar fue el vigilante.
Ahora ríe, pero entiende y siempre estuvo clara de que la
situación era delicada. Junto a su esposo decidieron de que no habría
esterilización, pero que acatarían la advertencia médica y se cuidarían
con métodos naturales.
—Dijimos que lo podíamos hacer sin esterilizar. No podemos
decir, no, no le hicimos caso a los médicos, porque tomamos su palabra y
advertencia sobre el peligro que corría Cecilia, yo mismo había visto
la gravedad de la situación con Rebeca.
La llegada de Luis Carlos
Las alarmas se encendieron en enero de 2015. Dos años después
del nacimiento de Rebeca los métodos naturales de planificación
fallaron. La noticia fue recibida con alegría pero con incertidumbre,
con esperanza pero también con dificultades.
A las imágenes de la preeclampsia, los embarazos de alto riesgo,
las advertencias de muerte, se sumaba la situación laboral de
Alejandro, estaba sin trabajo y eso terminaba de complicar las cosas.
—No fue triste porque saber que nuevamente iba a ser madre era
un momento de alegría, pero sí preocupante porque mi estado de salud no
era idóneo para tener otro hijo.
La reacción inmediata fue ponerse en control, ahora en una
unidad de salud pues no estaban cubiertos por el Seguro Social. Allí
había que iniciar un nuevo expediente pues todo el cuadro médico estaba
registrado en el ISSS. La situación agobiaba a Alejandro.
—No teníamos empleo, era una de esas situaciones de que se busca, se busca y no se encuentra.
De la infructuosa gestión en la unidad de salud, Cecilia se
movió hacia el Hospital de Maternidad. Tampoco mejoró mucho. Se tuvo que
pelear con medio mundo y esperar unas ocho horas para conseguir la
cita; por fin lo logró, pero era para dentro de tres meses. Se plantó
ante un médico.
—Si vengo hasta dentro de tres meses mi bebé ya estará muerto.
La frase fue tajante y el cupo para la consulta se abrió. Expuso
su cuadro médico. Le preocupaban las vacunas para combatir el SAF, era
una diaria o el tratamiento no funcionaba. La doctora de turno, no
recuerda su nombre, le prescribió los 30 anticoagulantes. Respiró
tranquila solo un instante, luego volvió a suspirar de tristeza. En la
farmacia solo le podían brindar 10. Buscó otras opciones en el hospital y
se le mandó a comprar la medicina.
—La doctora Guzmán ya nos había dicho que no hacíamos nada si el medicamento no está constante día a día.
Alejandro recuerda que trataron de calmarse y ordenarse. Lo
primero era Cecilia y su embarazo y tenían que buscar las opciones. Un
pequeño faro se encendió cuando amigos de la iglesia les donaron algunas
vacunas, para ellos sin trabajo y con el costo $15 cada una, era
imposible.
—Con la ayuda de la comunidad del Camino Neocatecumenal logramos
comprar otras, ellos fueron muy solidarios, siempre lo han sido,
moralmente y espiritualmente; parte del milagro también es de ellos.
Sobre el tercer mes del embarazo Alejandro logró conseguir un
trabajo temporal y volvieron a cotizar. Cecilia regresó a su control al
Seguro donde ya tenía sus inyecciones de manera oportuna, pero
decidieron mantener sus chequeos en ambos hospitales por la temporalidad
en el contrato de Alejandro.
Todo, absolutamente todo, marchaba en orden. Ella incluso
caminaba todos los días por Emiliano al colegio, podía atender
adecuadamente a Rebeca, tener una alimentación adecuada, solo sentía
cierto temor a viajar en bus por los movimientos bruscos.
El 27 de agosto Cecilia y Alejandro corrían al hospital. La
llegada fue sin contratiempos y la atención inmediata, la madrugada del
28 y antes los síntomas de cansancio, presión alta e inflamación, la
pasaron al quirófano para una cesárea. Solo unos minutos después de la
madrugada nació Luis Carlos, pero para ella las cosas no estaban nada
bien.
—Me dolía todo, no veía bien y esperaba que tras el nacimiento
la preeclampsia pasara, pues la produce el embarazo, pero después de las
ocho horas no podía pararme, la presión seguía alta, me dolía el
vientre; me comencé a inflamar, no podía respirar bien, me costaba
hablar.
Alejandro dice que entre ambos mencionaron que todos los
síntomas eran parte de la recuperación, pero comenzó a notar que la
inflamación del estómago no había bajado, le consultó a los médicos y
respondieron que había una posibilidad de que la vejiga estuviera rota,
pero igual estaba dentro del rango normal.
—Nunca la vi en una sola cama, el 30 de agosto noté que su
estómago estaba todavía más inflamado y la tenían en la unidad de
cuidados intermedios. El tercer día, la inflamación parecía de unos seis
meses de embarazo, nos pareció extraño, ella se sentía incómoda y
sospechaba que algo no estaba bien.
Cecilia incluso había pedido el auxilio de un internista y les
recordaba que con el nacimiento de Rebeca él había logrado
estabilizarla. Sorpresivamente el mismo 30 fue trasladada al hospital
general, allí la instalaron de una vez en la unidad de cuidados
intermedios y le realizaron de inmediato un examen de contraste para
verificar si la vejiga estaba rota y ultrasonografías en el estómago y
aparato reproductor, pero todos los resultados indicaban que estaba en
perfecto estado. Hicieron una hemodiálisis para drenar los líquidos
acumulados.
La crisis
La inflamación era cada vez mayor y ya no solo era en el
estómago, se comenzaba a notar en otras partes. El 1.º de septiembre la
sometieron a otra cirugía en la que descubrieron que era del hígado de
donde emanaba líquido y se acumulaba en el cuerpo, tras los análisis los
intensivistas determinaron que se trataba del síndrome de HELLP.
Fue el último día de conciencia de Cecilia, el día del pánico,
de la angustia, de la desesperación y hasta la resignación. Cuando
despertó quería hablar y no podía, más bien ella creía que hablaba y
nadie la escuchaba, trataba de abrir los ojos e igualmente no era
posible, trató de sentarse y mucho menos; solo escuchaba las voces de
los médicos y las enfermeras.
—Llegó un momento en que me sentía tan preocupada porque comencé
a recordar las diferentes etapas de mi vida, las cosas que había hecho.
Comenzaron a pasar las imágenes de mi vida como que era película, las
buenas y malas, entré en preocupación dije: "Dios mío, me estoy
muriendo. Si me estoy muriendo permíteme irme en paz, irme tranquila",
una enfermera o doctora se acercó y me dijo: "tranquila, ya va a estar
bien, rece" y comencé a rezar, fue lo último que yo recuerdo.
Parte del expediente médico establece que ella sufría fluido
pleurico bilateral, que es la inundación de los pulmones, insuficiencia
renal aguda, daños en el hígado, ventilación mecánica, además de la
inflamación extendida en todo el cuerpo y la retención de todo el
líquido.
Alejandro entra y sale del shock al recordarlo, su rostro se
contrae y luego se libera, gesticula con los dedos y les mete presión,
no es nada agradable el recuerdo.
—La presión altísima detuvo el hígado y los riñones; paro renal,
paro hepático, los órganos estaban colapsados, los pulmones llenos de
agua, sangraba del oído, nariz, ojos y boca. En una ocasión le encontré
como una lágrima de sangre.
El equipo médico formado por seis especialistas debatía
permanentemente sobre análisis tras análisis. Lo integraban los
intensivistas Boris García e Ismael Antonio Santos y Manuel Villalobos
(director del hospital central); Ana de Uriarte (perinatóloga), Daysi
Beatriz Ramírez (ginecoobstetricia) y Armando Heriberto Lucha (director
de 1.º de Mayo). Encontrar las fórmulas no era fácil.
Los días 2 y 3 de septiembre Alejandro solo vio cómo el cuadro
empeoraba. Los brazos y las piernas inflamados, tanto que tuvo miedo que
se rompiera la piel por lo que consultó a unos de los especialistas, no
recuerda a cuál, pero le contestó que no, que la piel es un cuero y
resiste.
—Ella comenzó con tres sondas, la del brazo, la orina y
excretas, al final yo le conté 14 tubos, tres en la boca y los demás
repartidos en el cuerpo.
A la izquierda del cuerpo de Cecilia estaba la bolsa que debía
recibir los líquidos, visita tras visita Alejandro siempre la encontró
vacía, era la primera que veía al ingresar a la sala, desde que fue
trasladada al hospital central siempre permanecía vacía. Los riñones
estaban muertos, recuerda que el último registro de la creatinina fue
del 12 %, después ya no marcó nada.
El doctor Armando Heriberto Lucha tampoco recuerda un panorama
nada alentador. Dicen que las expectativas de los médicos muchas veces
se trazan para esperar lo peor y desear lo mejor. Obviamente era el caso
que tenían en sus manos.
—Fue tan fuerte el caso que acabó con ventilación, con diálisis.
Absolutamente todos sus exámenes estaban tirados por los suelos.
Cecilia fue inducida a un coma para tratar de proteger sus
órganos ya deteriorados, el 3 de septiembre le dijeron a Alejandro que
tenía que firmar un documento para autorizar una hemodiálisis. Todas las
dudas y miedos pasaron por su mente: si firmaba y ella moría en el
proceso, si no firmaba y ella moría. Pensaba en su esposa, en sus hijos,
en él mismo. El doctor Antonio Santos lo despertó:
—Yo me quedé con el lapicero pensando y el doctor me dijo: "te
la voy a poner fácil, en cualquiera de las circunstancias se puede
morir, es algo que no está en tus manos".
Autorizó la hemodiálisis, pero para sorpresa suya el 4 de
septiembre la bolsa colocada al lado izquierdo de Cecilia seguía vacía y
la presión a 222. Otra vez confusión, dudas y miedos, y de nuevo fue
con el doctor Santos a quien le pidió que le tirara "las cartas
peladas".
—Mirá, nosotros hemos luchado y hemos hecho todo lo posible,
nuestros oficios hasta aquí llegan, no significa que no vamos a seguir
luchando, pero tu mujer se salva solo con un milagro, si creés en algo
pedile.
Regresó a casa destruido, hecho un zombi. Su rutina era dejar a
Rebeca en la guardería, a Emiliano en casa después de clases al
mediodía, ir a las visitas, primero de Luis Carlos en la 1.º de mayo –a
la espera de la recuperación de la madre– y después a Cecilia; lavar,
cocinar y jugar con sus hijos. Estaba al borde del colapso. Ese día dejó
que pasaran las horas, preparó la cena de los chicos, los llevó a
dormir y comenzó a deambular por la casa, así lo encontró la madrugada,
clamando a Dios, a Jesucristo, al Espíritu Santo, a la Virgen María y a
su abuela Rebeca.
—Por favor, mamita, andá donde Dios y pedile por Cecilia, que no deje a mis hijos sin madre, que no me deje sin esposa.
Estaba vencido. Decidió buscar la biblia, la que perteneció a su
abuela precisamente. Desde el inicio de la crisis no la había leído.
Abriría el libro y el capítulo que apareciera leería. Así lo hizo y para
su sorpresa apareció una antigua estampa de San Óscar Romero. Eso,
pensó para sí mismo, solo podía ser obra de su abuela.
—Mamita si me estás pidiendo que haga esto lo voy a hacer y
pedí: Monseñor Romero, por el gran amor que usted le tuvo a El Salvador,
por el gran amor que usted le tenía a la vida, por el gran amor que le
tenía a la familia, por el amor que le mostraba a las mujeres
embarazadas, le pido por favor que interceda por mí ante Dios y le pida
que hoy mi esposa no muera, se lo pido, interceda por ella".
Se quedó profundamente dormido solo un par de horas, pues debía
de regresar al trabajo, llevar a Emiliano a la escuela y a Rebeca a la
guardería, al mediodía las visitas al Seguro, para cumplir su rutina.
—Llegué y mi mirada como siempre fue buscar la bolsa de la
izquierda, me quedo en suspenso cuando veo que estaba llena de agua y
corrí en busca de la enfermera.
Quería mostrar lo que pasaba y recibir una explicación,
obviamente la bolsa vacía siempre representó un problema, hoy el líquido
podía traer buenas noticias. Fueron días tan nublados que Alejandro no
aprendió los nombres del equipo médico, preguntaba o hablaba como
autómata con ellos y así corrió donde ella. La respuesta de ella lo dejó
en blanco.
—Sí y esa ya es la segunda, comenzó a drenar como a las 2 de la mañana.
Alejandro no habló, no pensó, no se movió, no sabía qué pasaba
por su vida. Era Dios, Romero, su abuela, estaba en shock. Solo veía la
bolsa llena de agua, la máquina que indicaba que la presión bajaba, que
los signos vitales se activaban.
El 6 de septiembre Cecilia despertó, la crisis había pasado,
habló parcialmente con Alejandro, su recuperación era inmediata, el
asombro del equipo médico pasaba de la incredulidad a la satisfacción.
Pronto volvería a casa, con su esposo y sus hijos, la obra del santo,
según ellos, estaba consumada. Hoy dan testimonio de ello.