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Portada:: Realidades eclesiales:: Opus Dei:: Fallece en Madrid don Tomás Gutiérrez, antiguo Vicario Regional del Opus Dei en España

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Fallece en Madrid don Tomás Gutiérrez, antiguo Vicario Regional del Opus Dei en España

Tue, 05 Nov 2013 09:01:00
 

El sacerdote Tomás Gutiérrez Calzada, vicario regional de la prelatura del Opus Dei en España desde 1984 hasta 2002, falleció el pasado sábado en Madrid a los 84 años a causa de una complicación pulmonar.

Ordenado sacerdote en 1954, ejerció su ministerio sacerdotal en Italia, donde fue rector del Colegio Romano de la Santa Cruz y a partir de 1964 desarrolló su labor pastoral en España participando también en las tareas de gobierno del Opus Dei

Había pedido la admisión en el Opus Dei en Valladolid, en 1949,con 20 años, mientras estudiaba Derecho. Mons. Gutiérrez era Doctor en Derecho Canónico y prelado de honor de Su Santidad.

Tuvo una intensa relación con san Josemaría Escrivá y con sus dos primeros sucesores, Álvaro del Portillo y el actual prelado, mons. Javier Echevarría.

Vicario del Prelado del Opus Dei para España desde 1984 hasta noviembre de 2002, vivió con intensidad la conversión del Opus Dei en Prelatura Personal, en estrecho contacto con todos los obispos de España y desarrolló una amplia labor pastoral, dirigida en estos años a la dirección espiritual de cientos de personas

El entierro se celebró domingo, 3 de noviembre, en el cementerio de La Almudena.

Artículo de don Ramón Herrando

El actual vicario general de la Prefectura en España, don Ramón Herrando Prat de la Riba, ha publico el siguiente articulo en el diario ABC de Madrid en el que recuerda la figura de su antecesor:

“He tenido la suerte de vivir muchos años con don Tomás, el nombre familiar con que le recuerdan hoy cariñosamente miles de personas no sólo en España. El Señor le ha llamado a su presencia, de modo inesperado, cuando clareaba el día de los difuntos. Recibió enseguida auxilios médicos y sacramentales, pero Jesús y su Madre Santa María querían premiar ya ese sábado su vida fiel. Antes de Madrid, viví en la ciudad en que había nacido él, Valladolid, en una familia reciamente cristiana.

El Señor no concedió a sus padres más hijos; como me escribe el Prelado del Opus Dei, «aceptaron felicísimos la llamada que de Dios recibió su único hijo, tan cariñoso con ellos, al que facilitaron siempre el camino». Los viejos de aquel lugar recordaban con cierto asombro –pensando en el patrimonio familiar– esa llamada divina, a la que respondió Tomás generosamente desde que era estudiante de Derecho. Las exigencias de su entrega le llevaron pronto a Roma, donde se formó al lado de san Josemaría y obtuvo títulos académicos eclesiásticos que le harían un sacerdote culto, alegre, piadoso, deportista; sobre todo, jovial y humilde, como comprobé desde mediados de los setenta cuando me incorporé a la Comisión regional del Opus Dei en España. Él se ocupaba entonces de la fundamental tarea de ayudar al Consiliario en lo relacionada con las tareas formativas y apostólicas específicas de las mujeres. Años después, tras el primer congreso que celebró en Roma la joven Prelatura erigida por Juan Pablo II en 1982, don Tomás sustituiría como vicario regional para España a don Florencio Sánchez Bella, otra figura de la Iglesia del siglo XX. Hasta mi propia designación en 2002.

Otros escribirán el servicio de don Tomás a las almas, en tiempos de profundos cambios, fruto del Concilio Vaticano II. Su extensa tarea pastoral tuvo ese norte claro: trabajar por la Iglesia, unido al fundador del Opus Dei y, luego, a los sucesores. Todo lo que se diga en este campo será exiguo, porque él sólo hablaba de esos empeños con quien debía saberlo.

Prefiero referirme hoy a su humanidad, a su cariño hacia todos, a su capacidad de servir sin pensar nunca en sí mismo. Soy testigo de cómo los demás le querían también, hasta con muy pequeños detalles.

No lo esperaba, pero se lo merecía. No perdió su jovialidad –raíz común con juventud– ni siquiera cuando el peso de los años, y la dichosa artrosis, dificultaban un poco su movilidad física. Por nada del mundo se dejaba servir –nunca le faltaba una chanza amable para disuadir a quien deseaba ayudarle–, ni siquiera cuando necesitaba una fotocopia: se las hacía él mismo…

Su sentido del humor –que muchos no esperarían de una reciedumbre tan castellana–, su profunda visión sobrenatural y su unión con Roma, le daban una gran paz y sosiego en el trabajo y en el trato con los demás. Nunca se lo agradeceremos bastante, recordando que en las tareas apostólicas nunca faltan dificultades.

Comparto hoy el dolor de muchos, y procuro transmitirles esperanza cristiana: con la íntima certeza de haber sido testigo de un ejemplo de santidad en la vida ordinaria.







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