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Ver y Creer: “Caminamos juntos por el sendero”

Fri, 02 Mar 2012 21:02:00
 

Había sido para nosotros la Pascua más triste de nuestro recuerdo; no teníamos nada que celebrar, y llenos de temor emprendimos el camino hacia un horizonte incierto mientras los hombros de nuestra desesperanza cargaban falsamente nuestras vidas fragmentadas en dudas desarticuladas. La memoria de nuestros sueños pretenciosos, huyendo como nubes, nos anunciaba que despertábamos envueltos en esta invasiva añoranza que no lograba devolvernos a la tierra de esos sueños de la que, tan a gusto nuestro, nos sabíamos sus destacados ciudadanos.

Una parte mía –le confié a mi compañero- al tiempo que me cierra la garganta y me exprime los ojos, me echa en cara que Jesús no fue más que un engaño, y me culpa de mi vana inocencia, pero otra parte de mí, esa que es más a mi modo, me pone en guardia para no resbalar en la verdad y trae hasta mí el recuerdo de los ojos de Jesús cuando me miraban como a un niño… como a un niño que, aunque pequeño, se sabe fuerte cuando lo sostienen los brazos de su padre.

De nada valió haberle seguido -me respondió el otro discípulo que caminaba conmigo-. Date cuenta de que sólo fuimos un puñado de hombres esclavizados por sus promesas, y que ahora no somos más que un par de beduinos fantasmas de esta niebla que demora nuestra llegada a la aldea que enfrente nos espera-.

Ambos sabíamos que era menester no aflojar nuestro paso aunque no era nada lo que buscábamos en Emaús además de comprobar si la fortuna nos recuperaba algunos de los anhelos que tuvimos por realidad que habría de acontecer, pero que nos fueron arrebatados el pasado viernes cuando los tuvimos por perdidos para siempre. En eso pensábamos cuando un hombre se nos unió en el sendero, nos dijo ser un peregrino en ruta y nos cuestionó sobre la debilidad de nuestro andar y la tristeza aposentada en nuestras voces.

Por respuesta le entregamos una pregunta con la que le confiamos la causa de la borrasca instalada en nosotros. -¿Cómo, es que acaso no sabes lo que le hicieron al carpintero de Galilea, el hijo de María y de José de Nazaret?- y con ella intentamos hacerle partícipe de la ausencia de nuestra alegría; pero él, en lugar de asumir nuestra pena, simplemente se sonrió, y su sonrisa era como la risa de los niños, cristalina y divertida, pero solemne. Esa sonrisa –que no quiero olvidar- comenzó a deportar nuestro dolor progresivamente, y acompañada al tiempo de una caricia suya sobre nuestros hombros, fue alivio del desconsuelo, hasta convertirnos, de inefable manera, en un par de alegres niños, caminando rodeados de una jubilosa bonanza, bajo la lluvia de nuestras risas.

Antes de continuar este relato, que luego dejaron escrito en los cuadernos de la historia otros de los discípulos como nosotros, hemos de decir que no era de noche ni estaba oscuro cuando tuvimos aquel dichoso encuentro, que el peregrino que caminó con nosotros no llevaba cubierta la cabeza ni el rostro, que el tono de su voz no la habíamos escuchado antes y que sus manos no las habíamos visto jamás.

Al llegar a Emaús entramos a una posada donde apuramos el vino y el pan. Nuestra conversación con el peregrino ya era una charla de amigos que se conocen de tiempo. Y de pronto… durante apenas un leve cambio de miradas… vimos sentado ante nosotros al Señor Jesús. Yo me quedé con el aliento contenido en el pecho, mi compañero abrió la boca sin poder soltar palabra, y Jesús, fijando su amable mirada en nuestros ojos, partió un pan, nos lo dio y nos dijo: -Emprendan ahora el camino a Galilea, allí nos veremos de nuevo, como les dije que habría de suceder luego de que yo resucitara-. Nos acarició el rostro y bajamos la mirada, pero cuando quisimos volver a verlo, ya no estaba allí. Sólo quedó un aroma a nardo fresco, un perfume que nos ha acompañado por el resto de nuestras vidas.

Luego supimos que María Magdalena lo había visto afuera del sepulcro, y que lo confundió con el jardinero que cuida el lugar. Nosotros comprendemos esa confusión de María porque nosotros, como ella, vimos primero a Jesús bajo otra figura, con otro aspecto, y luego se nos mostró tal y como le conocimos.

Hemos querido dejar memoria de este suceso para hacerles saber a los hombres y mujeres que vendrán al mundo después de nosotros, que deberán vivir atentos, pues el Señor prometió estar verdaderamente en medio de nosotros, todos los días de nuestras vidas, hasta el fin de este mundo.







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