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La maestra mártir de Hornachuelos frente al intento de la «memoria histórica» de ensuciar la verdad

Mon, 05 Sep 2011 12:14:00
 

CAMINEO.INFO.-Se acaba de publicar la biografía más completa, y con nuevos datos sobre las circunstancias en las que fue ejecutada, la maestra mártir de Hornachuelos, Victoria Díez y Bustos de Molina, catequista de la parroquia de Hornachuelos, Córdoba.

La apertura de nuevos archivos y la publicación de memorias de protagonistas de la época han permitido conocer mejor la revolución anarco-libertaria que vivieron los pueblos de la serranía cordobesa en el verano de 1936.

La autora de la nueva biografía, publicada por la editorial Sekotia, es María Nieves San Martín Montilla, redactora en español de Zenit e integrante de su equipo inicial desde 1998.

San Martín conoce de cerca la asociación Institución Teresiana y su espiritualidad, y ha escrito biografías breves de sus iniciadores: San Pedro Poveda, María Josefa Segovia y Victoria Díez, sobre quien publicó una separata en la revista Vida Nueva, en 1986, a los cincuenta años de su martirio, a instancias del entonces obispo de Córdoba, monseñor Infantes Florido que quería impulsar su proceso, y antes de ser beatificada por el papa Juan Pablo II en 1993, en la plaza de san Pedro de Roma, junto al fundador. Hoy el centro de estudios teológicos de la diócesis lleva el nombre de Victoria Díez.

El título libro, Una vida entre dos fuegos alude a un artículo escrito por Victoria a raíz del incendio provocado de su parroquia en 1934. La maestra se movía entre el fuego de los violentos y el fuego más profundo de su celo por la gloria de Dios.

La beata Victoria es relativamente conocida entre los nuevos santos del siglo XX. ¿Qué aporta esta nueva biografía?
Bien, se sabía mucho más de lo que se había publicado, pero vivimos ahora un momento histórico diferente. A raíz de la recogida de documentos y declaraciones para el proceso, que aunque se inició después, se había preparado casi desde la misma fecha del martirio de Victoria, se tenían muchos nombres dados por testigos, aunque desconectados del proceso social y político que vivió Hornachuelos, donde entregó la vida esta maestra de 32 años. Se sabían los hechos sólo en un contexto eclesial, y desprovistos del marco histórico que los generó.

Las familias estaban allí, las de uno y otro bando. Era complicado y se primó el servicio a la reconciliación. Todo el pueblo conocía la historia. Pero se eligió revelar sólo aquello que no impidiera construir un nuevo tejido social, con menos odios y rencores: lo que probaba las virtudes de Victoria para su proceso, su excelencia profesional, su historia de compromiso en la asociación a la que pertenecía y poco más.

Ahora, cuando han pasado 75 años de los hechos y cuando se está a vueltas con la denominad a“memoria histórica”, y la publicación a troche y moche de memorias de gente de Hornachuelos y de otros lugares --junto a estudios de calidad por historiadores del tiempo presente , con nombres y apellidos de los autores de algunos hechos--, es el momento de contar toda la verdad, al menos la que se conoce.

Creo firmemente que esta biografía es un servicio a la verdad, un deber de justicia para con la beata Victoria Díez y el siervo de Dios Antonio Molina, aunque también para con los otros ejecutados, entre los que no había sólo personas etiquetadas como “derechistas” o “facciosas” y desde luego la mayoría eran también católicos. Había en ese grupo de la primera “saca” de Hornachuelos personas de izquierdas que desempeñaron cargos en el municipio, con lo que se evidencia que hubo muchas venganzas políticas, entre los mismos partidos de izquierda, por rencillas personales.

¿Por qué un deber de justicia para con Victoria y el párroco?
Porque forman parte de un numeroso grupo de personas que, presionadas para que tomaran partido, no lo hicieron. La mayoría se escondió en sus casas procurando ser discreta para no arriesgar la vida. Victoria, su madre, el párroco, las dos hermanas del sacerdote y un puñado de fieles no escondieron su profesión de fe, aunque tampoco hicieron labor política para no perjudicar su labor evangelizadora, dirigida a todos. El sacerdote se encontraba celebrando la eucaristía cuando fue detenido. Y allí estaba Victoria, que sin embargo fue apresada sólo poco antes de las ejecuciones, como si hubiera sido una orden de último momento.

Es un deber de justicia porque esta es la única razón de su detención y sentencia de muerte, su fe católica no ocultada.

¿Hay datos nuevos en esta biografía?
Hay bastantes, porque es el momento de abrir archivos y establecer la verdad en cada rincón de España. Y falta mucho, pero mucho, por descubrir y publicar. Sé que en esto no coincido con quienes dentro y fuera de la Iglesia católica quieren pasar página. Creo que todos tienen derecho a que se sepa por qué se les quitó la vida, tanto si militaban en un partido como si no, incluso si eran delincuentes sin juicio. Los enterrados en las cunetas y los arrojados a minas, simas y el fondo del mar. Todos. Sabemos, por experiencias también latinoamericanas, que sólo la recuperación de la verdad sirve a la reconciliación. Pensemos, por ejemplo, que la Iglesia ha conservado, evidentemente, más datos de los sacerdotes, religiosos, y personas destacadas asesinados por su fe. Pero quedan centenares, quizá miles de personas humildes, a lo mejor incluso analfabetas –como el beato gitano Ceferino- que fueron asesinadas sólo por eso, por ser católicos. Sus vidas y su martirio son un tesoro enterrado por descubrir.

De Victoria –una vida limpia, sencilla, entusiasta, alegre, excelente profesional y mejor amiga- se sabe mucho, dentro de su corta existencia, porque sus padres y su familia espiritual –la Institución Teresiana- fueron conscientes desde el primer momento de la santidad de la maestra de Hornachuelos. Siempre supo que su vida estaba en juego, en los últimos años de la República, y dos meses antes de su muerte se preparó en un retiro para el martirio junto a otras maestras y el sacerdote.

¿Qué es lo más llamativo de los nuevos datos?
Lo que añade esta biografía a las anteriores son las circunstancias sociales y políticas que se vivían en Hornachuelos y otros pueblos de la provincia, y que explican la gran agitación social y obrera que experimentó esta zona de Córdoba, en un contexto de gran miseria y explotación por parte de muchos terratenientes.

Últimamente, se han publicado en unas memorias acusaciones no probadas, por un ex soldado de la República, natural del pueblo (José Mangas: Siete años mal cumplidos), al que no niego buena voluntad pero sí mucha falta de rigor histórico. Ha difundido rumores, y declaraciones de personas que ya están muertas, sin absolutamente ninguna prueba documental, ni de ningún tipo, que enfangan la memoria de la maestra y el sacerdote mártires.

Según estas acusaciones, la maestra tendría unas listas de personas de izquierdas, que estaban en la mira de los golpistas para su eventual eliminación. No se encontró nada entonces, y estuvieron más de un mes buscando las dichosas listas, y armas –¡hasta en los tejados de las casas!- desde que se apoderaron del ayuntamiento, desbancando a las autoridades en su mayoría de izquierdas democráticamente elegidas, el 19 de julio de 1936, hasta su fusilamiento el 12 de agosto del mismo año. No encontraron nada.

Simplemente era un bulo difundido para justificar su ejecución a los ojos del pueblo que apreciaba, y mucho, a Victoria. Nadie que conociera bien a la maestra lo creyó, evidentemente. Hay que añadir que las memorias del soldado Mangas, fueron financiadas por la Junta de Andalucía, dentro de las disposiciones de la reciente ley de memoria histórica.

¿Y hay más errores, por no decir mentiras, publicados?
Claro, el segundo bulo, que yo sepa y puede haber más, se refiere al sacerdote Antonio Molina. Según el actual cronista de Hornachuelos (José María Palencia Cerezo: Hornachuelos. Realidad Política y Social 1930-1940), la iglesia de Santa María de las Flores, que fue incendiada en 1934, lo habría sido por instigación de un elemento de la guardia civil y del propio párroco. Es una burda mentira, puesta en boca del autor material de los hechos, un tal Curro, que cumplió condena por el incendio junto a su cómplice, y que habría declarado haber sido inducido a ello por el guardia civil y el sacerdote, que tenían el oculto propósito de desacreditar a los partidos de izquierdas del pueblo.

Es triste que se publiquen estas cosas, cuando los acusados no se pueden defender y sin más palabra que la de un condenado por los hechos, que obviamente inventaría lo que fuera para rebajar su pena. Este joven parado del pueblo, huérfano y del que su tía no lograba hacer carrera –que se llamaba, vaya por Dios, Curro Jiménez--, salió de la cárcel cuando se abrieron sus puertas arbitrariamente al hacerse con el poder municipal milicianos anarco-libertarios de pueblos cercanos a Hornachuelos. Lamentablemente, el pobre Curro tuvo un triste final.

Hornachuelos vivió tiempos trágicos de miseria y terror y subsiste una vena republicana. ¿Hay también un buen recuerdo de la beata Victoria?
Por supuesto, y mucho más fuerte que el anterior, que considero residual. El pueblo le rindió un homenaje, poco después de su fusilamiento. Numerosos testigos escribieron espontáneamente primero a sus padres y luego a la Institución Teresiana. Hasta el alcalde del pueblo, al realizar la exhumación de los restos, guardó un pequeño recuerdo como reliquia. Estaban convencidos ya entonces de su santidad. Cuando, en la transición democrática, se quiso quitar su nombre a la escuela del pueblo, lo impidieron con sus firmas.

Victoria Díez, sevillana de origen, había aplicado con bastante fruto la pedagogía de San Pedro Poveda -sacerdote y pedagogo, fundador de la Institución Teresiana, mártir también-, en dos pueblos, tras aprobar con brillantez las oposiciones al magisterio. En Cheles, un pueblo casi fronterizo con Portugal, en la provincia de Badajoz, y luego durante ocho intensos años en Hornachuelos, donde encontró la circunstancias favorables para una intensa actividad social, educadora y evangelizadora.

En este pueblo, fue la colaboradora más cercana del párroco Antonio Molina Ariza, mártir como ella, también a los 32 años. Entre ellos, surgió una amistad espiritual que les llevó a apoyarse mutuamente y al mismo destino. El confesó a sus amistades y a personas de la Institución Teresiana que Victoria era su más firme apoyo en aquellos tiempos difíciles, y la llamaba su “coadjutora”.

La “memoria histórica” de este pueblo se hizo viva muy pronto, al rescatar los restos de las personas asesinadas y al conservar los relatos recogidos de los mismos autores materiales, que se jactaron de la hazaña en los bares y calles de Hornachuelos.

Era líder, atraía a los jóvenes. Las chicas preferían pasar con ella una tarde que ir al salón de baile en los carnavales. Era divertida y hacía crecer integralmente a quien estaba cerca de ella. Hubiera sido, de no tener su opción vocacional tan clara, una buena política y probablemente hubiera cosechado buenos votos. Pero no era ese su camino. Su influencia en el pueblo en aquellos ochos años, las mejoras que introdujo en la escuela, la innovación pedagógica que implantó, las mujeres que formó, las obreras a las que alfabetizó y preparó profesionalmente, y también para la primera comunión, los pobres a los que ayudó fueron numerosos. Su labor no gustaba a quienes tenían otros fines y, al no poder neutralizarla por el miedo lo hicieron por la fuerza de las armas.

A Victoria siempre la distinguieron, en el grupo de los dieciocho, la única mujer, como quien sabía por qué daba la vida. Admiraron su aceptación del martirio como última prueba de amor hacia Jesucristo y su Madre, a los que invocó cuando cayó tronchada su joven vida. Dicen que fue ella la que animaba al resto de los sentenciados, diciéndoles que les esperaba el premio y que veía –como el mártir san Esteban- el cielo abierto.

Años después, la excelente cantautora colombiana Elia Fleta –familia del genial tenor- compuso una canción que llegó a numerosos países. El estribillo describe con palabras de la cantante la actitud valiente de Victoria: “¡Ánimo compañeros que la vida puede más, que la fe se hace más fuerte si la tienes que gritar!”. La frase se ha atribuido por error a Victoria, pero es una buena recreación de lo que allí sucedió.

El párroco murió bendiciendo a quienes lo ejecutaban, consciente de que algunos de ellos, jovenzuelos sin oficio ni beneficio, habían sido obligados a coger un fusil y matar por elementos anarquistas y comunistas de otros pueblos de la zona.

En la noche del 11 al 12 de agosto de 1936, junto a otras dieciséis personas de profesiones modestas –los propietarios de fincas, políticos destacados, o ricos y aristócratas de la zona no vivían allí--, a falta de “peces gordos”, y para saciar la rabia revanchista, fueron sacados de una prisión improvisada y conducidos doce kilómetros a campo través, en un cruel viacrucis, hasta la Mina del Rincón donde fueron fusilados de madrugada y sus cuerpos arrojados al pozo de la mina. Pura memoria histórica.







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