Nuestra sociedad vive sumida en la cultura de la muerte y por eso ya ni nos inmutamos ante una cruda realidad: Diariamente se realizan en España cientos de abortos provocados, hasta sobrepasar los cien mil cada año. Hemos dejado de escribir cientos de miles de maravillosas historias de amor, de superación, de ingenio, de abnegación…
Aunque también es cierto que la muerte trágica de un niño nos sigue impactando y más aún cuando se trata de un recién nacido que han tirado a un río o a un contenedor de la basura. Del mismo modo que nos estremece el testimonio de esa madre que perdió su vida al tratar de evitar que el coche donde estaban sus hijos se precipitara por un barranco. Sí, nos impactan esas muertes, pero estas tragedias solo tienen unos segundos de protagonismo en los boletines informativos o unas pocas líneas en los periódicos o diarios digitales. Y después… a otra cosa que “si te he visto, no me acuerdo”.
Nuestra sociedad vive adormecida y somos muchos los que tratamos de mirar hacia otro lado para evitar que el dolor ajeno nos afecte. Olvidamos que aquí estamos de paso, que la vida de un solo ser humano vale más que el universo entero; y aquí se incluyen los coches, los pisos de veraneo y hasta las angustias y mareos de todo tipo que nos puede provocar un embarazo, deseado o no.
Recuerdo lo que mi abuela me decía: “Lo que vais a tener que ver... Yo no lo veré, pero vosotros… ¡Estamos locos!” Sí, sufrimos un delirio colectivo que nos hace renegar de la verdad y evitar, a toda costa, que en nuestra vida haya cualquier mínima manifestación de religiosidad. Ya no nos conmueve el amor a Dios y su gracia; esa luz que iluminaba nuestra conciencia para querer el bien y evitar el mal; nos resbala del todo.
Quizá llegó el momento, en este año de la Fe, de volver a nuestros orígenes, a esa piedad infantil asombradiza que inundaba de inocencia todos nuestros actos. Ánimo, pues nunca es tarde para decantarse por el bien. ¿No creen?
