Días, semanas y meses preparando una nueva Semana Santa con más o menos fe. Unos, esperando que el tiempo acompañe, que las calles estén repletas de público entusiasta y que todo salga “mejor imposible”. Otros, mirando al cielo y sin importarles para nada la presencia o no de espectadores, pues son sabedores de que una única cosa es importante.
Y por eso, unos abandonan la procesión tras sobrepasar las cámaras de televisión, mientras los otros continúan sin darle importancia a las inclemencias meteorológicas. Por eso, unos solo tocan sus marchas más lucidas en las calles más concurridas, mientras los otros dan el do de pecho hasta en las calles más solitarias.
Y es que el don de la fe es así, ilumina las acciones más insignificantes y da valor a todo sacrificio escondido. ¡Qué maravilla y qué suerte si hemos sido bendecidos con la luz de la fe! Y si no, ¿a qué esperamos para pedirla a Dios con insistencia? ¡Ahí queda eso!
