A veces llevamos al extremo ese refrán que dice así: "Ande yo caliente y ríase la gente". Sí, nos tomamos tan en serio eso de ser felices que no nos importa que la palabra "ríase" se transforme en un triste "llórese".
Dicen que al amor es ciego y algo parecido le debe pasar al desamor y al amor propio. Por eso, algunos son capaces de echar su matrimonio por la borda, buscando su autorrealización, su felicidad, un nuevo proyecto de vida, y dejando en la estacada a su cónyuge, a su prole y a todo el resto de la familia: suegros, padres, primos, abuelos, tíos, hermanos…
Uno piensa en ese matrimonio mayor, que sufrió la postguerra, que trabajó de sol a sol para sacar adelante a su familia, que no se consintió ningún capricho en su vida, que no puso reparos para prestar dinero a fondo perdido a sus hijos y que les han acompañado al altar y recibido con inmenso gozo la llegada de sus nietos. Sí, uno piensa en ese matrimonio anciano y que no se merece sufrir en la última etapa de su vida, de forma innecesaria la mayor parte de las veces, al ser tristes espectadores de la separación de sus hijos y del alejamiento de sus nietos.
A veces valdría la pena tomarse en serio, hasta las últimas consecuencias, aquel compromiso que realizamos públicamente y "hasta que la muerte nos separe". ¿No creen?