Algunos partidos de la oposición reaccionan siempre con rapidez ante los anuncios legislativos de nuestro actual Gobierno. Se cumple al pie de la letra aquello de “acción, reacción”; incluso antes de que se ponga en práctica o se apruebe ley alguna. Parece ser que existe un temor cierto a padecer un menoscabo preferencial y todo ello porque creen ciegamente en la primacía de lo público, de lo estatal, frente a la iniciativa social ciudadana.
Algunas comunidades autónomas están apostando por la libertad de elección, por dejar atrás una zonificación educativa propia de los países comunistas, y las reacciones no se han hecho esperar. Unas protestas que muestran cierto temor y una inseguridad manifiesta. Si uno está convencido de que lo suyo es lo mejor, no temerá que se liberalice el mercado y que la gente tenga la libertad de poder elegir. Pero si uno tiene claro que su oferta educativa deja mucho que desear o que en sus centros solo se puede seguir una ideología, es normal que desee que las familias se vean obligadas, sí o sí, a llevar a sus hijos a la escuela que ellos dirigen.
Y lo peor de todo es que esa liberalización que tanto les sulfura, es esgrimida y defendida por los mismos para exigir que toda mujer pueda decidir sobre la vida de su hijo y abortar si así lo cree oportuno. Pero, ¿en qué quedamos? ¿Cómo es posible tanta hipocresía y tanto cinismo? Quizá es que a todos nos hace falta más cultura y menos gimnasia. ¿No creen?