Algunas personas están convencidas de que sus opiniones son ley y que, por serlo, tienen ya una legitimidad moral fuera de toda duda. Eso sí, si esa ley no se ajusta a su ideología, si es de “los otros”, no es válida de ningún modo.
Algunas personas están convencidas de que existe el derecho a decidir si su hijo debe o no nacer. Y esa convicción les lleva a exigir una ley que dé luz verde y aceptación moral a la muerte del ser humano más inocente que existe: el no nacido.
Por eso se alzan voces de amarga protesta ante el anuncio del ministro Gallardón de modificar la actual ley del aborto. Sí, hasta el punto de despreciar a las personas que sufren alguna discapacidad y que, gracias a la generosidad de su madre, viven para contarlo.
Por eso, para dar legitimidad a una ley del aborto que permite eliminar a todos los que vengan con alguna posible anomalía, algunos se atreven a decir que “el PP recorta miles de millones en dependencia y nos obliga a tener hijos deformes”. Y uno se pregunta, al ser sabedor de semejante sandez, si el señor Óscar Puente conoce a alguna madre con hijos “deformes”. Porque, si conociera a alguna, no se hubiera atrevido a escribir lo que ha escrito.
Porque esas madres derrochan amor por sus hijos y darían su vida, y mil vidas si las tuvieran, por ellos. Porque no hay derecho que algunos traten de imponer su ideología “caiga quien caiga”, pasando por encima de unos seres humanos que, por ser especiales, merecen un respeto aún mayor. Ahí queda eso.