Algunos nos quieren hacer creer que el amor se acaba y que, llegado el caso, lo mejor es poner punto y final a la relación y buscar un nuevo amor que nos ayude a rehacer nuestra vida. Sí y son muchos los que se dejan llevar por esa línea de pensamiento, impuesta a la sociedad entera a través de esa ley del divorcio exprés, y echan por la borda años de vida en común sin que exista un motivo grave que lo justifique.
Algunos nos quieren imponer una gran mentira, desenmascarada de forma continua por el amor incondicional y para siempre que los hijos sienten por sus padres. Porque el amor no se acaba, se autodestruye cuando uno pone sus cosas y su yo en primer lugar, por delante de su cónyuge y de sus hijos. Y son los hijos los más perjudicados, pues sus padres han decidido por su cuenta rehacer su vida y a ellos se les impone un cambio vital que ni quieren ni entienden. Son ellos los que van, siempre maleta en mano, de un sitio a otro, de una casa a otra. Los que han de iniciar una convivencia con unas personas desconocidas, los nuevos amores de sus padres, y siempre con la incertidumbre de no saber si esta nueva situación se prolongará en el tiempo o se repetirá dentro de unos pocos meses.
Parece ser que hemos renunciado a los grandes ideales, que hemos olvidado que la felicidad radica en olvidarse un poco de uno mismo y mirar a nuestro alrededor. ¿Y esto por qué? Pues seguramente porque leemos muy poco, porque no nos hemos preocupado por nuestra formación y no dedicamos ni un minuto al día en pensar qué hacemos mal y qué podemos hacer por alegrar la vida a los demás. ¿No creen?
