Algunas personas no se aclaran y dudan si todo lo que es legal es lícito o si todo lo que está penado por la ley es inmoral. La cuestión estaría resuelta si esas leyes fueran legisladas por ángeles o por personas con un sentido común inmutable e incorruptible; y asistidas por el Espíritu Santo de forma continua y con una docilidad heroica.
Pues a lo que iba. Un matrimonio dudaba si entregarse o no a la policía por un crimen cometido en su hogar una mañana de domingo. Resulta que el sábado por la noche abrieron el ventanal del salón y se les coló una de esas polillas que son una especie protegida. No hubo manera de sacarla de allí por las buenas y al final desistieron, dejándola dormir entre las cortinas del salón. La noche fue la mar de intranquila, pues ya se imaginaban despertar al día siguiente sin cortinas ni cojines y con el tapizado de sillas y sillones hecho trizas.
Fue un acto reflejo, casi sin pensar. Al mover las cortinas apareció de repente y un golpe seco acabó con su vida. La conciencia les reconcomía y por eso necesitaron confesar su crimen a familiares y amigos. Todo eran excusas, pero ninguna les consolaba en su desesperación. Por eso, y por la ilegalidad cometida, decidieron entregarse a la policía y enfrentarse a la pena correspondiente. Solo de ese modo podrían conciliar el sueño y volver a mirar a los ojos, cara a cara, a toda polilla que se les colara dentro de casa.
Pues a lo que iba. Muchos sanitarios tienen más que claro que no se entregarán nunca a la policía, pues sus crímenes están amparados por una ley del aborto que es una auténtica vergüenza para la humanidad; y una fuente de riqueza de la que mana sangre mucho más inocente que la sangre de las condenadas polillas. Ahí queda eso.