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Portada:: Reflexión en libertad:: Diego Quiñones Estévez:: Corrupción de la Oratoria y enfática política dictatorial.

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CAMINEO.INFO.-




Corrupción de la Oratoria y enfática política dictatorial.

Sat, 12 Nov 2011 07:03:00
 

CAMINEO.INFO.- Aunque la oratoria del más cercano siglo XX languidece en su segunda mitad, porque hay una crisis parlamentaria y política, los enfáticos y mitineros logógrafos de las tribunas del siglo XXI, podrían seguir las huellas de la oratoria de la primera mitad del siglo XX, como la del brillante del liberal y regeneracionista, Don Antonio Maura y Montaner (1853-1925) o la oratoria refinada del republicano y jacobino Don Manuel Azaña (1880-1940), caracterizado por discursos que destilaban un despotismo demagógico. Pero no es así. Como tampoco lo ha sido y es, por increíble que nos parezca, en los finales del siglo XX y los inicios del siglo XXI, que se han caracterizado por el nacimiento de las más poderosas ágoras de transmisión de la palabra hablada y escrita que la civilización haya conocido: los medios de comunicación.

Los antioradores de finales del siglo XX y de inicios del siglo XXI, son incapaces de convertir el arte de la Oratoria en el arte principal de los medios de comunicación de masas donde se articula una nueva Retórica de la Oratoria que se fundamenta en la imagen y la palabra del lenguaje audiovisual.

Cuando la Oratoria nació en Grecia, se convirtió en el arte prioritario y más admirado en el foro, el ágora, la asamblea y los tribunales. Más elogiada fue la Oratoria que la Poesía y la Tragedia, más admirados fueron los oradores que los poetas, antes se levantaron estatuas en honor a ellos que a los poetas o a los maestros de la Tragedia helena.[1]

La civilización antigua grecorromana y el Siglo de Oro de la Literatura Española, nos guardan lecciones admirables para que en un futuro nazcan oradores que eleven la elocuencia al prestigio literario, social y político que le corresponde en la era del lenguaje audiovisual. Los futuros oradores, si, quieren ser elocuentes, tienen un inmenso público, un auditorio variado, que los antiguos grecorromanos y Padres de la Iglesia ya hubieran querido para ellos: la televisión, la radio, la prensa escrita e Internet, donde la imagen y la palabra fluyen a borbotones tanto en la lengua hablada como en la escrita. Tienen los medios, a ello habrá que añadirles, además del sentido común, el talento y la preparación filológica, filosófica, teológica y política necesaria de la que ahora carecen los logógrafos parlamentarios del consenso insulso y sin dialéctica.

El discípulo de Cicerón y Quintiliano, el orador e historiador romano, Cornelio Tácito (h.55-h.120) en su obra "Dialogus de oratoribus" ("Diálogo sobre los oradores"), habla sobre la decadencia y corrupción de la Oratoria porque ha sidoabandonada de losplanes de estudios en la educación en un período político caracterizado como el que vivimos en España: por la falta de libertad. Con el barniz de democracia, la falta de libertad se camufla bajo el régimen de una democracia formal en manos del nacionalsocialismo laicista, que, la impotencia verbal e ideológica del neoliberalismo es incapaz de desmontar y descubrir sus falacias.

Cornelio Tácito se pregunta por las razones de la decadencia del arte de bien decir:

"¿Por qué causa, habiendo florecido en los pasados tiempos en ingenio y fama tantos excelentes oradores, ahora el nuestro, falto de ellos y sin aplauso, apenas conserva el uso del nombre mismo de orador, pues así son llamados únicamente a los antiguos?".[2] Tácito Cornelio, se lamenta y acusa de que se "abandone un estudio, en comparación del cual no puede imaginarse otro en nuestra ciudad, ni más copioso para la utilidad, ni más fecundo en deleite, ni más decoroso para el honor, ni más lúcido para la fama de la ciudad, ni más ilustre para la celebridad de todo el Imperio y de todas las naciones".[3]

El primer gran defecto de la antioratoria de los políticos actuales, es la afectación pedante de marcar con acentos de intensidad la primera, la segunda o la tercera sílabas inacentuadas de una palabra. El político carente de argumentos y de ideas, trata de dar relieve o importancia a determinadas palabras que él pretende que sean el centro de sus discursos vacuos y buscar el aplauso, la aclamación y la aceptación afectuosa del auditorio, en la mayoría de las ocasiones, un auditorio sumiso o con el carné del partido en la boca. Por ejemplo: Es responsabilidad de mi partido. Con acento enfático y afectivo sería: [És résponsabilidád de mi partído]. La palabra clave, responsabilidad, se la recarga de énfasis con dos acentos de intensidad. La función rítmica del acento en español, que es la de un ritmo silábicamente acompasado, ya que la sílaba acentuada es la que marca el compás, se rompe, haciendo que las palabras, las frases, los párrafos de un discurso se prolonguen monótonamente y aburran nuestros oídos y nuestro entendimiento.

Con los recursos de la disciplinalingüística de la Fonética acústica, [4] descubrimos un síntoma sociolingüístico: lo desbarajustada e incoherente que está la política nacional, la bajeza discursiva del parlamentarismo, pues, no hay argumentos ni nuevas propuestas de pensamiento político. Todo sigue igual y empeorándose cada vez más la Oratoria y la tarea política que ya no comunican ni informan a los españoles porque se han anquilosado en los esquemas tribales del partidismo y la declamación enfática.

La entonación de la frase del político antioratoria, no fluctúa como el movimiento polimórfico de las olas del mar, la entonación del lenguaje político actual se aferra a una sola tabla de salvación ya que el discurso del hablante político no tiene para más. Es una entonación expresiva de afirmación enfática de emociones y sentimientos ideológicos, con un nivel tonal muy elevado que hiere los oídos y asusta el entendimiento.

En la burda palabrería política, domina el totalitarismo de la función expresiva de emociones, increpaciones, la irritación, la crispación, la ira, la cólera y la idolátrica exaltación de los sentimientos ideológicos, que hacen que la prosodia de la entonación se caracterice por registros graves de contornos melódicos ascendentes y descendentes muy inestables, con una intensidad fuerte y un tempo rápido.

En elestilo de los discursos de nuestros políticos, predomina el énfasis excesivo y un tono vehemente que va de la mano de una falta de decoro en la Sintaxis, la Semántica, la Gramática, la Fonética, los tropos y las figuras, la articulación y la composición del texto escrito u oral. Estos defectos en la retórica de los discursos, fueron despreciados por los oradores clásicos, y vienen a ser el reflejo de la caótica política dictatorial española que se rige por el sentimentalismo ultranacionalista y social-laicista de las izquierdas y la incompetencia discursiva de los neoliberales, que, suben y bajan por las instituciones democráticas como Pedro por su casa, desestabilizando las mismas y la Constitución Española (1978). Entran y salen por las puertas de la democracia constitucional, veloces, cerrándolas para siempre con las llaves maestras del radicalismo verbal e ideológico, pero no sin antes darles portazos en las narices a las ideologías contrarias y defensoras del Estado de Derecho, y por supuesto,a la ciencia de la lógica, de la dialéctica y de la estética, a la ciencia del lenguaje hablado, del arte de la palabra y de la elocuencia, del arte de bien decir: la Oratoria.

Pero la decadencia y corrupción de la Oratoria, bien tendría su fin, si los responsables de la palabra pública, ya sea mediática o parlamentaria, se atuvieran a unos preceptos claves que arreglarían los discursos hablados y de ahí, se pondrían los escalones para que la política se basara en la verdad, la libertad, la justicia y el bien común y no en la dictadura de la demagogia y las palabras sin sentido (…)

(Extracto del artículo-ensayo: Corrupción de la Oratoria y enfática política dictatorial):Diego Quiñones Estévez.



[1] Ibídem, Elogio de la Retórica, Opus Cit., págs 12-13.

[2] Crf., Pedro de Lorenzo, Elogio de la Retórica, Opus Cit., págs. 12-13

[3] Ibídem, pág. 13.

[4] Quilis, Antonio, Fonética acústica de la Lengua Española, Edit., Gredos, Madrid, 1981, págs, 389-394; 434-437.







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