En sentido positivo, el orgullo, el ser orgulloso es evitar la prepotencia y la mezquindaden el pensamiento y en la acción personal y comunitaria. El orgullo en este caso es propio de las personas y las naciones nobles, como lo fue el pueblo español durante siglos, sobre todo en los tiempos gloriosos de la Edad Media en lucha contra el islamismo invasor, y en máximo grado en los fructíferos siglos XVI y XVII. Un pueblo orgulloso es el que le acompaña la nobleza en sus acciones que le impide llevar a cabo cosas ruines contra él y contra sus enemigos.
El orgullo histórico de ser español en las palabras y en las acciones, se mantuvo hasta finales del siglo XIX, cuando entraron y se asentaron en España, y en los restos del Imperio Español, las ideologías desnaturalizadoras de la identidad histórica de España, que fueron el liberalismo, el socialismo y el comunismo, junto a los nacionalismos secesionistas e independentistas de derechas y de izquierdas, alimentados por ellas.
Estas ideologías, el liberalismo, al exacerbar e imponer el individualismo radical ahistórico, y el socialismo y el comunismo, al exacerbar e imponer el colectivismo ahistórico, destruyeron durante los siglos XIX y XX, el noble carácter magnánimo de los españoles, que en la crisis de este siglo XXI es preciso recuperar para no autodestruirnos. Hemos de recuperar la virtud de la magnanimidad que engrandece a todas las demás virtudes, pues, nos lleva a acometer grandes obras y proyectos, dignos de honor y de gloria, a pesar de las dificultades. Hemos de recuperarla para revitalizar nuestro noble carácter histórico que las presunciones, las ambiciones, las vanaglorias de las ideologías en el poder, han oscurecido y han sustituido por la pusilanimidad que ha impedido a la sociedad española ser consciente de los valores y virtudes históricos de España.
La sociedad civil española debe abandonar el orgullo en sentido negativo, el orgullo ideológico del liberalismo, del socialismo, del neomarxismo y de los nacionalismos desintegradores de las identidades históricas, ya que éste orgullo hace crecer en las personas y las naciones un carácter soberbio y vanidoso. Las insolencias del orgullo y de la vanidad de las ideologías en el poder, conlleva que éstas se autoproclamen superiores y perfectas en detrimento del bien común de las naciones.
Recordamos y deseamos recobrar nuestra nobleza de carácter, alabado y muy considerado por otras naciones, porque ellas reconocieron en él que era un carácter resuelto en las decisiones que tomaba con sabiduría; que afrontaba con parsimonia y mucha cautela los actos personales y sociales; que en los discursos era reflexivo y empleaba una voz grave; que los pasos que daba eran siempre hacia adelante, con movimientos espaciosos y seguros; que aunque era indolente y perezoso ante las minucias de la vida, en las grandes circunstancias históricas de la misma, se mostraba firme y vigoroso; que creía en la Providencia de Dios y en las virtudes morales recibidas a través del Cristianismo Católico para fortalecer en la justicia del bien común, la vida del ser humano con destino transcendente; y que no era partidario de correr riesgos ni de ser audaz ante los peligros fútiles e irrelevantes, sólo los corría, sólo era audaz y valiente ante grandes peligros y empresas, y nunca dudaba en dar la vida porque amaba, pensaba y actuaba por España.