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Portada:: Razón y Fe:: Fernando Pascual LC.:: Eutanasia: no a la espada, sí al amor

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Eutanasia: no a la espada, sí al amor

Tue, 23 Jun 2009 07:35:00
 

CAMINEO.INFO / GAMA.- "Si un amigo te ha prestado una espada y te la pide un día pues quiere matar a otro, no se la des: así evitas que se cometa un crimen. Si ese amigo que te prestó la espada te la pide porque quiere suicidarse, tampoco se la devuelvas: así seguirás teniendo un amigo..." Son ideas que pueden resumir el pensamiento de algunos filósofos del pasado.

Exista una tercera posibilidad, y es la que hoy se está discutiendo como si se tratase de un derecho. Es el caso de que mi amigo me diga: "coge mi espada (o la tuya, o una escopeta, o una inyección) y mátame". En este caso se me pide que atente contra la vida de mi amigo, aunque sea él quien quiere quitársela. Si lo mato, será muy difícil en el tribunal poder demostrar mi inocencia: he matado a una persona por el simple motivo (siempre insuficiente) de que él lo había pedido.

La vida de cualquier hombre no puede ser suprimida con la excusa de que uno mismo pide su propia autodestrucción. No vale decir: "él me lo ha pedido, por lo tanto quedo exento de culpa". También me pueden pedir que ayude a un fraude, y no por ello me van a perdonar a la hora de ser juzgado. Yo soy responsable de todos mis actos, y nunca me debería permitir el lujo de cometer un crimen, aunque me lo pidan otros.

Algunos profesionales de la medicina sienten la tentación, no de usar una espada o una pistola, sino una sobredosis de calmantes o de anestesia, con el fin de eliminar a ese enfermo que ha solicitado, en medio de sus tremendos dolores físicos y psíquicos, que se le quiten la vida. Piensan que esto podría ser visto como un acto de compasión, una señal de humanismo. "¿Cómo permitir que tantos enfermos sigan, día tras día, en medio de agonías que no parecen llegar a su momento supremo?", dicen algunos.

Incluso se dan posturas de quienes creen que no hay que esperar a que el enfermo pida el ser "asesinado con guante blanco" (entiéndase con esta expresión la "eutanasia"), sino que el mismo médico debería decidir cuándo y cómo matar a su indefenso (y dolorido) paciente.

Con posiciones de este estilo vamos en contra de dos grandes principios de los pueblos y culturas que han defendido los derechos fundamentales de todo ser humano, principios que sostienen la vida democrática de cada pueblo civilizado. El primero es que todo hombre sigue siendo sujeto de derechos mientras viva. Admitir que existe un derecho a determinar el propio momento de la muerte es algo así como permitir que un sujeto de derecho renuncie, por derecho, a aquel fundamento que le permite tener derechos (perdón por la repetición de tanto "derecho"): renuncie a seguir viviendo. Todo legislador y todo pueblo civilizado sabe que el hombre vale en cuanto es hombre, y su valor implica la defensa, protección y fomento de la vida, un valor sobre el que se funda el ejercicio de todos los demás derechos.

El segundo principio nos pone ante el sentido genuino y humanístico de la medicina. El médico no es un dios que esté más allá del bien y del mal, capaz de decidir quién vive y quién muere, cuándo y cómo. Pero tampoco es un esclavo de cualquier capricho o depresión que pueda acaecer en sus pacientes. Menos aún debería ser un títere de la opinión pública, de algunos grupos de presión o de las compañías farmacéuticas.

El médico es un servidor del hombre en lo que se refiere a su salud. Ello implica dos tipos de acciones fundamentales: en primer lugar, sanar la parte (o el conjunto) que se encuentra bajo el efecto de una enfermedad; en segundo lugar, aliviar el dolor de quien sufre, también cuando se encuentra en una situación incurable o en camino sin retorno hacia la muerte.

No podemos caer en la triste trampa de quien dice: "muerto el paciente se acabó el dolor", porque ello no es actuar como médicos, sino como criminales. Tenemos que recordar, además, que millones de seres humanos viven una existencia con tremendos sufrimientos morales, y no por ello sería justificable su "dulce muerte" para sacarlos de esas situaciones de tormento en las que viven, situaciones que causan dolores incluso mayores que los dolores físicos.

La solución al problema del suicidio y de la eutanasia está en la construcción de un mundo solidario, un mundo basado en el amor, un mundo que descubra lo mucho que vale el otro.

Cada vida vale mucho. También la tuya, amigo agonizante, amigo desesperado, amigo abandonado, que ya desde ahora puedes contar con nuestro apoyo. También la mía, cuando me llegue el momento de la enfermedad y pueda descubrir, quiéralo Dios, un universo de amor en el rostro de todos los que se acerquen a mi lecho de agonía.







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