Erase una vez una comunidad de
vecinos que cada año elegía entre ellos un presidente para que cuidara de tener
a punto los servicios comunes de limpieza, luz, calefacción, etc. Hay que
reconocer que la mayor parte de los vecinos no tenía ningún interés en asistir
a las juntas ni ofrecerse como presidente, por lo que uno de ellos se decidió a
tomar las riendas de la comunidad y a mantenerse en el cargo un año tras otro.
Pensó que sería bueno que el
edificio tuviera una entrada lujosa y adornada de plantas y lámparas. A los
vecinos que se alarmaron por tales lujos los convenció de que aquella obra les
beneficiaba pues sus viviendas resultaban revalorizadas y que él ya había
conseguido que el coste de la obra se abonara cómodamente en varios años. Algún
vecino quedó amoscado cuando vio que la empresa que hermoseaba la entrada
estaba también mejorando el piso del presidente, se abstuvo de comentarlo, ya que solo tenía
una sospecha sin pruebas.
Poco después el presidente pasó
comunicación a los vecinos conminándoles a que quitaran de sus puertas los
símbolos cristianos del Sagrado Corazón o la Virgen María, pues alguno de los
pisos había sido adquirido por unos musulmanes que no deberían sentirse
incómodos ni discriminados con la exhibición pública de nuestras creencias que
podíamos seguir teniendo dentro de nuestras casas.
También advirtió a los vecinos de
que evitaran exhibir en las terrazas jamones ni chorizos, ni que el olor a
tocino del cocido saliera de las cocinas al objeto de no ofender las
prescripciones del Corán favoreciendo así la convivencia.
Un día aparecieron en los balcones
de unos vecinos algo raritos, una gran bandera arco iris. Otros convecinos
abordaron al presidente pidiendo explicaciones por aquella bandera y les
respondió que todos deberíamos adornar nuestros balcones con la misma bandera
para hacerle saber a aquella extraña pareja que todos los vecinos respetábamos su
orientación sexual.
Algún piso se quedó vacío durante
bastante tiempo y el presidente tomó la decisión de ponerlo en conocimiento de
asuntos sociales del ayuntamiento que rápidamente autorizó a unos mugrientos
perro-flautas a ocuparlo, lo que originó las quejas de los vecinos, pero el
presidente justificó su decisión como buen ciudadano y mandó a los que
protestaban a poner la denuncia que quisieran, aunque nadie se atrevió a
hacerlo por no empeorar las cosas.
Los pisos que decía el presidente
que se habían revalorizado con la remodelación de la entrada se depreciaron con
la llegada de los ocupas y los que querían venderlo y escapar de aquella comunidad
no lo conseguían de ninguna manera.
Por supuesto que la solución
hubiera sido cambiar a tiempo a este presidente pero el muy astuto, con la
colaboración del portero, sabía de todos los chismes y debilidades de los
vecinos, razón por la cual no era fácil ponerlos de acuerdo para nada. Así que
a quejarse dentro de casa y aguantar.