El mes de mayo está dedicado a
María. Hemos llenado nuestras ciudades, nuestros pueblos, nuestros caminos con
imágines de María, la madre de Jesús, la sacamos en procesión y le cantamos,
hacemos fiestas y romerías, pero en realidad qué representa María, la Virgen,
para cada uno de nosotros, si es que sigue representando algo.
En este tiempo que se dice de
libertad, tiempo moderno y desenfadado, que está terminando con la familia, que
tolera las procesiones como tipismo, pero no admite la proclamación pública del
evangelio de Jesús ni la difusión y defensa de sus valores, que ha exaltado la
sexualidad a gozar del placer sin responsabilidad, pero rechaza la castidad, la
alegría de la maternidad, de la paternidad, de la unión amorosa de por vida, de
la transmisión de padres a hijos de los valores que dan sentido al amor entre
un hombres y una mujer.
Aunque desde la Unión Europea o
la Asamblea de las Naciones Unidas se ande tergiversándolo todo, con nuevos
derechos, como el derechos al aborto que obligatoriamente han de dispensar los
gobiernos, con una iniciación cada vez más precoz de la
sexualidad en los niños, que está produciendo resultados desastrosos, la
propaganda para cambiar de sexo, junto a la prohibición a los padres para
ayudar a sus hijos en este trance, el panorama no me resulta tranquilizador.
Tampoco me resulta tranquilizadora
la proliferación de manifestaciones multitudinarias con gritos y puños en alto,
exigiendo esto o aquello, pero de inmediato. ¿Quién impulsa tanta manifestación
y tanto griterío? ¿Tratan de emular las manifestaciones de mayo del 68? ¿Qué
importante aportaciones de progreso nos trajo aquello?
Necesitamos retornar a nuestras
raíces cristianas y el mejor camino para ello es María, la llena de gracia, la
madre de todos los pecadores, la que nos invita a la humildad, en estos tiempos
de soberbia, la que nos invita a la castidad, en estos tiempos de desmadre, la
que nos invita a la oración, en estos tiempos de increencia.
Hay que volver a Dios y reconocer
que no somos capaces de idear un mundo más justo, ni más solidario pues el que
estamos produciendo es un mundo envejecido que camina hacia la catástrofe. Si
no aumenta la natalidad, por mucho que gritemos en las plazas, el sistema de
pensiones se hundirá de forma irremediable.
Hay que volver los ojos a María
para que nos lleve de nuevo a Jesús. Por supuesto que el demonio tratará de
impedir cualquier vuelta al cristianismo y a la devoción mariana. Pero es
necesario que poco a poco, grupos de cristianos nos consagremos a María y
busquemos su apoyo con constancia y entusiasmo. La mano de la Virgen está
siempre dispuesta a ayudar, pero hace falta confiar más en ella que en nuestras
soluciones, nuestras ideas, nuestras algaradas que nacen de la soberbia que nos
inyecto el demonio, ayudado de infinidad de medios, que nos repiten
machaconamente que Dios no es necesario, que nos bastamos nosotros solos y ¡así
nos va!
Invito a las personas a recordar
los tiempos en que la Virgen María representaba algo en sus vidas y quizás
hasta la recitaron algún verso en este mes tan hermoso.