En una colección de fotos
antiguas de mi ciudad comprobé todo lo que ha cambiado y mejorado a lo largo de
mi ya larga vida. Recordé los tiempos de la radio, la llegada de la televisión
y la proliferación de redes sociales y medios de comunicación con sus luces y
sus sombras.
Recordé con nostalgia la
televisión en blanco y negro que nos ofrecía en Estudio uno lo mejor de nuestro teatro con la calidad de unos
actores, para mí, inolvidables. El programa de Balbín, La clave, con diálogos de altura, sin
broncas, insultos ni peleas. Las obras de Narciso Ibáñez, padre e hijo, que nos
hacían temblar después de haber reído. Los programas de entretenimiento como
aquel de Un, dos, tres responda otra vez o Un millón para el mejor. Y la
familia Telerín cerrando la emisión con aquello de: vamos a la cama que hay que
descansar para que mañana podamos madrugar.
La evolución de la vida, que me
pareció positiva, en algún momento comenzó a torcerse. De forma insensible comenzaron a tratar de convencernos de que
había que pensar de otra manera, que estos
ya son otros tiempos y han tenido gran éxito entre las generaciones
siguientes, pero a los que como yo, no abandonamos la funesta manía de pensar,
todo esto nos causa estupor y espanto.
Siempre he pensado que había
hombres y mujeres unos buenos y otros menos buenos, pero ahora quieren que pensemos
que todos los hombres son malos, machistas, violentos, mientras que las mujeres
luchan por sus derechos. Un feminismo
feroz ha conseguido que la denuncia de una mujer, sin tener que probarla, pueda
enviar a un hombre a prisión y destrozarle la vida, (conozco casos) Al parecer
como la lucha de clases que predicaron Marx, Lenin y Stalin resultó un fiasco
hay que ensayar la lucha de sexos como
arma política.
No estoy dispuesto a pensar que
el día del orgullo gay sea una
expresión de libertad y no una charanga indecente, por muchos colores que la
adornen. Tampoco admito que las uniones entre personas del mismo sexo se llamen
matrimonios, aunque cada cual sea libre de convivir con quien le parezca.
No dudo que gente de mi
generación se acostara con la novia antes de casarse pero todos sabían que eso
estaba mal y mal visto y la mujer que llegara a acostarse con varios novios
tenía pocas posibilidades de casarse. Hoy todo está permitido y la lujuria, sí la lujuria, resulta
admitida e incluso ensalzada, aunque nadie quiera ver la caída de la
nupcialidad, la fragilidad de los matrimonios y el descenso imparable de la
natalidad que nos condena al envejecimiento y al suicidio como país.
Todos parecen muy de acuerdo en
que la imposición de la pena de muerte es inadmisible,
pero admiten sin problema más de cien mil abortos anuales. El bien y el mal, lo
bueno y lo malo, ya no los dicta la razón y el sentido común sino nuestros
legisladores que ya han llegado a la meta de convertir un hombre en mujer o
viceversa.
Lo prohibido, lo peligroso, es
mostrar el desacuerdo con todas estas cosas, porque la mayoría las acepte.
¿Está demostrado, acaso, que la mayoría lleve siempre razón?
Pensar con nuestra propia cabeza
puede resultar peligroso, pero no cuesta dinero. Los que acepten ovejunamente
lo que nos sirvan nuestros políticos con la ayuda de loa medios de
comunicación, cuando quieran salir de la trampa quizás sea tarde.