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Portada:: Habla el Obispo:: Cardenal Carlos Osoro Sierra:: Canto al ministerio Sacerdotal

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Canto al ministerio Sacerdotal

Sat, 26 Jun 2010 07:30:00
 
Monseñor Carlos Osoro Sierra

CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- No os podéis imaginar la alegría con la que escribo estas reflexiones a las puertas de un gran acontecimiento como será la Ordenación de varios sacerdotes. Este sábado día 26 de junio serán ordenados sacerdotes: Pablo Valls, Pablo Bohigues, David Bartolomé Cuenca, Arturo Antonio Monllor, Diego Pascual, Jerónimo Mauricio Montiel y Jaime Tatay, S.I. Y mi alegría es por todos vosotros, los cristianos de nuestra Archidiócesis de Valencia, y por todos los hombres. Es la alegría que nace de ver cómo el Señor sigue regalando a los hombres su presencia en medio de esta historia. En tiempos de profundas y fuertes controversias, cuando todo parece que es objeto de discusión, es bueno recordar la valiente enseñanza que el Papa Pablo VI pronunció de una manera profundamente esclarecedora: “Faltan palabras para expresar toda la grandeza y responsabilidad de esta misión; misión que constituye la confirmación siempre vista de una gran promesa del Señor: He aquí que yo estaré con vosotros todos los días, hasta la consumación de los siglos (Mt 28, 20). Sí, los sacerdotes son la señal de continuidad y de la presencia de Cristo, Maestro y Pastor entre los hombres, y manifiestan la vitalidad y la perpetuidad de la Iglesia” (Pablo VI: Discurso a los diáconos del seminario de Milán, 23-III-1977).

Eso mismo me pasa a mí, me faltan palabras para poder deciros todo el bien que proporciona a la Iglesia y a todos los hombres una existencia sacerdotal generosa, humilde, sacrificada, entregada totalmente a la gloria de Dios y al servicio de los hombres. Con este deseo y con esta realidad, estos hermanos nuestros serán sacerdotes de Jesucristo, poniendo en toda su vida, sus esperanzas, sus propósitos, su vida llena de ardor y de voluntad de construir siempre para el bien de los hombres.

Por gracia se han convertido en sacerdotes de Jesucristo plenamente para la edificación del pueblo de Dios y para hacer presente a Jesucristo. Han sido configurados con Cristo sacerdote, para poder actuar en nombre de Cristo Cabeza en persona (cf. Presbyterorum Ordinis, 2). Queridos hermanos, ¡Qué belleza va a adquirir vuestra vida! Dejadme que os diga que seréis otro Cristo, el mismo Cristo, y por ello se os exige que estéis injertados en Cristo, que recibáis de Él su vida. Y es que, ningún sacerdote puede ejercer bien su ministerio si no vive en unión con Cristo. Esto será posible en vuestra vida si sois hombres de oración y de amor a la Eucaristía.

Vuestro ministerio sacerdotal debe ser la acción que Cristo despliega para la vida del mundo. Y ello porque “no se puede ofrecer bien el ministerio sacerdotal, si no se vive en unión con Cristo. Sin Él no podemos hacer nada” (Juan Pablo II: Documento a los seminaristas de Valencia, 8-XI-1982). ¡Qué fuerza y qué hondura tiene el comprobar que el ministerio sacerdotal presupone no sólo la unión con el Señor por el sacramento del Orden, sino la unión existencial por el amor, de tal modo que entre el sacerdote y Jesucristo haya una misma comunidad de intereses y afanes! Cuando confluyen estos elementos en vuestro corazón seréis capaces de llevar a cabo la misión de Cristo: “Id por todo el mundo”. Vuestro ministerio no puede ser sustituido por ninguna otra actividad, por muy noble que sea.

Me agrada volver la mirada con vosotros a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, paradigma y modelo del sacerdote. Mirando al Señor constatamos que su vida fue una ofrenda sacrificial al Padre a favor de los hombres. Fue una ofrenda de amor, realizada en el amor. Como Él mismo declaró: “Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos”. Y mirando al Señor, observamos que el ministerio sacerdotal es muy superior a las fuerzas personales de cada uno de los sacerdotes pues –no son simplemente nuestras cualidades humanas las que explican la eficacia ministerial– es la acción de Dios, la fuerza de Dios, la gracia de Dios en la vida del sacerdote. Él es un hombre que ha sido transformado. Transformado en Cristo es tener sus mismos sentimientos, es amar como ama el Señor. Así, su testimonio, y su acción pastoral, será auténtico y al presencializar a Cristo llevará a cabo sus misterios de amor por la salvación de los hombres.

¡Qué contemplación más extraordinaria es ver al sacerdote realizando los grandes misterios! En los sagrados misterios el sacerdote no se representa a sí mismo y no habla expresándose a sí mismo, sino que habla en la persona de Otro, de Cristo. Y así, en los sacramentos se hace visible de modo dramático lo que significa ser sacerdote; lo que expresamos con nuestro Adsum –presente– durante la consagración sacerdotal. Esto es lo que este sábado me diréis a mí que represento a Jesucristo: estamos aquí, presentes, para que tú puedas disponer de nosotros. Nos ponemos a disposición de Aquél “que murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí” (2Cor 5, 15). Y ponernos a disposición de Cristo significa identificarnos con su entrega por todos.

¡Qué maravilla! In persona Christi: en el momento de la ordenación sacerdotal, la Iglesia nos hace visible y palpable, incluso externamente, esta realidad de los vestidos nuevos al revestirnos con los ornamentos litúrgicos. Es un gesto que pone de manifiesto el acontecimiento interior y la tarea que de Él deriva: revestirnos de Cristo, entregándonos a Él como Él se entregó a nosotros. Y esto lo renovamos en cada Misa que celebramos cuando nos revestimos. El hecho de acercarnos al altar vestidos con los ornamentos litúrgicos debe hacer claramente visible a todos los presentes y a nosotros mismos los sacerdotes, que estamos allí “en la persona de Otro, de Cristo”.

Dejadme que os diga, con todas las fuerzas de las que soy capaz a todos los cristianos al finalizar esta reflexión, que ser sacerdote en la Iglesia significa entrar en la misma entrega de Cristo, mediante el sacramento del Orden y entrar con todo su ser. Jesús dio la vida por todos, pero de modo particular se consagró por aquellos que el Padre le había dado, para que fueran consagrados en la verdad, es decir, en Él, y pudieran hablar y actuar en su nombre, representarlo, prolongar sus gestos salvíficos: partir el Pan de la vida y perdonar los pecados.

Concluyo con un deseo para quienes vais a ser ordenados. Es el mismo que tenía San León Magno y que él expresaba así: “nuestra participación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo sólo tiende a convertirnos en aquello que recibimos” (Sermón 12, De Passione 3, 7: PL 54). Si esto es verdad para todos y cada uno de los cristianos, con mayor razón lo es para quienes por gracia somos sacerdotes. ¡Felices y bienaventurados Pablo Valls, Pablo Bohigues, David, Arturo, Diego, Mauricio y Jaime! ¡Felicidades a todos los cristianos por este acontecimiento de gracia y de amor en nuestra Iglesia!

Con gran afecto, os bendice


+ Carlos, Arzobispo de Valencia







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