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Mons. Demetrio Fernández González,




"María, aurora que anuncia el día"

Sun, 09 Sep 2012 07:13:00
 
Mons. Demetrio Fernández González, Obispo de Córdoba
Mons. Demetrio Fernández González,

La fe no es un asunto individual y aislado, sino que se vive en comunidad, bajo la autoridad de los pastores.

El 8 de septiembre celebramos con la Iglesia universal la natividad de María, su cumpleaños. Es una fiesta que nos llena de alegría, porque naciendo ella, ha comenzado ya nuestra redención. María es la aurora que anuncia el día. El día es su Hijo divino, Jesucristo, nuestro Señor, el sol que nace de lo alto y que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. “El misterio del hombre sólo se ilumina a la luz del misterio del Verbo encarnado” (GS 22). Y ese sol radiante, que disipa las tinieblas de nuestra vida, va precedido de la aurora fresca y luminosa, que rompe la noche, María Santísima.

En muchos lugares de nuestra diócesis y de la Iglesia por todo el orbe, la fiesta del nacimiento de María se convierte en la fiesta principal de la Virgen en la piedad popular. El pueblo de Dios vibra con esa fiesta mariana y se llena de gozo con el nacimiento de María. Qué alegría tener una madre que cuida, alimenta y configura nuestra fe.

La fiesta de la natividad de María viene a inaugurar el nuevo curso que comienza. Un curso que este año estará señalado por el doctorado de san Juan de Ávila y por el año jubilar montillano. Un curso que será el Año de la fe, en el que somos invitados a profundizar el don de la fe, que ilumina toda nuestra vida, y en el que somos enviados a ser testigos de esta luz para nuestra generación. Un curso que comienza con el Sínodo de la nueva evangelización, que tiene en María la estrella de esa nueva evangelización. Un año lleno de gracia, que es inaugurado por María, la que nació llena de gracia y santidad, la purísima, la madre virginal de Dios, la que ha sido elevada en cuerpo y alma a los cielos.

Renovadas nuestras energías después del descanso veraniego, nos ponemos manos a la obra en nuestras tareas cotidianas. Y el trabajo que Dios quiere es que creáis en el que Él ha enviado, su Hijo único, Jesucristo (cf Jn 6,29). María nos precede y nos ayudará en esta tarea, ella que es “dichosa porque ha creído” (Lc 1,45), ella que ha experimentado la fatiga del corazón en la noche de la fe (RM 17), ella que ahora contempla cara a cara el rostro de Dios.

La fe no es una emoción pasajera, sino un atractivo irresistible al que se responde libremente con la entrega de toda la vida. Es don de Dios y es tarea de cada uno. Es el acto supremo de la persona y al mismo tiempo se apoya en la fe de la comunidad eclesial. Es una actitud del corazón y al mismo tiempo es un conjunto de verdades, virtudes y valores objetivos que llegan hasta nosotros por Jesucristo, plenitud de la Revelación, y son transmitidas por la Iglesia, con la garantía de los sucesores de los apóstoles, con Pedro a la cabeza. La fe no es un asunto individual y aislado, sino que se vive en comunidad, bajo la autoridad de los pastores.

El Año de la fe será una ocasión de crecimiento en esta actitud vital con la que toda persona humana vive la vida y se abre al horizonte de la eternidad. Y será también una oportunidad de transmitir nuestro testimonio que suscitará la fe en el corazón de muchos. En esta época de increencia, somos llamados a reavivar la fe recibida en el bautismo, para decir con todo fervor: “Creo, Señor, aumenta mi fe” (Mc 9,24) y somos invitados a conocer los contenidos de nuestra fe y de nuestra moral católicas en el Catecismo de la Iglesia Católica.

María, aurora que anuncia el día, va delante de nosotros en este camino y se nos ha dado como madre para que configure nuestra personalidad de hijos de Dios con una maternidad eficiente. La fiesta del nacimiento de María nos pone en camino para vivir este Año de la fe, bajo la protección especial de san Juan de Ávila, en actitud de constante conversión para una renovación personal y de toda la Iglesia.







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