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La Purísima

Sat, 06 Dec 2014 22:38:00
 
Monseñor Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
Monseñor Demetrio Fernández

En el contexto del adviento, brilla la fiesta de María Santísima, primera redimida, fruto y primicia de la redención de Cristo. Esperamos un Salvador, nuestro Señor Jesucristo. El viene a librarnos del pecado y a darnos la libertad de los hijos de Dios. Romperá nuestras cadenas, las cadenas del pecado, que nos atan a nuestros vicios y egoísmos. Y viviremos con él la libertad de la gracia, la libertad del amor, que nos hace hijos de Dios y hermanos de todos los hombres.

En María todo esto se ha cumplido. Por eso, ella va delante de nosotros como madre buena e inspira nuestro caminar. Mirándola a ella, entendemos la vida cristiana y a dónde nos quiere llevar el Señor. María ha sido colmada de gracia en el momento mismo de su concepción, y por eso, librada de todo pecado, incluso del pecado original. Es la Inmaculada Concepción, la Purísima, la Llena de gracia. "Toda hermosa eres María y en ti no hay mancha de pecado original".

Esta dimensión de María ha sido vivida en la historia de la Iglesia de manera universal, y particularmente en España. Por eso, María es patrona de España en este título de la Inmaculada. España contribuyó especialmente a que esta verdad se extendiera por todo el mundo. España capitaneó los votos inmaculistas, es decir, las promesas de defender la limpia concepción de María Santísima, su libertad del pecado y su plenitud de gracia desde el comienzo. En 1854 el papa Pio IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, y desde entonces todos los años el Papa va a la plaza de España en Roma para depositar un ramo de flores a la Inmaculada. La Inmaculada y España van unidas en este gesto del Papa, que perdura hasta el día de hoy.

La única esclavitud que oprime al hombre es el pecado. Y de ahí se derivan todas las demás. El hambre en el mundo proviene del pecado, porque hay alimentos para todos, pero unos se comen lo suyo y lo ajeno. La corrupción en la vida pública proviene del pecado, porque la avaricia del corazón es insaciable y se aprovecha del servicio público para embolsarse privadamente grandes cantidades de dinero. Las guerras y divisiones entre los hombres provienen del pecado, porque cada uno mira solamente sus intereses e introduce la violencia para defenderlos. Las rupturas familiares provienen del pecado, porque no se ofrece el perdón de la convivencia. Toda suciedad del alma proviene del pecado. Necesitamos, por tanto, que alguien nos saque de esta situación y a eso viene Jesús, a salvarnos del pecado y darnos la libertad de ser hijos de Dios.

Puestos en esa tesitura, alguno podría pensar que ese sueño es imposible. Pero para Dios nada hay imposible, y nos lo demuestra poniéndonos delante de los ojos una señal: María Santísima. En ella Dios ha realizado lo que quiere realizar en cada uno de nosotros, ciertamente en la medida adecuada. En ella, de manera singular y superlativa; en cada uno de nosotros, según la medida de Cristo, según los dones que Dios nos dé y según la respuesta que a tales dones demos nosotros. Pero en María ya se ha cumplido, y por eso ella es nuestra esperanza.

En el marxismo, el sueño que se proyecta hacia el futuro no existe, es una utopía para alentar la esperanza colectiva. En el cristianismo, el ideal tiene rostro concreto: se llama María. Lo que Dios ha hecho en ella quiere hacerlo en nosotros, es posible, ya lo ha cumplido.

Por eso, el adviento es tiempo de esperanza, porque el que viene a salvarnos, Jesucristo, ya está en medio de nosotros, se oculta en el seno de María virgen, que nos lo dará en la nochebuena, nos trae la alegría del perdón de Dios y de su misericordia. Pongámonos en actitud de conversión, con deseo de purificar tantas malas hierbas de nuestro corazón, y brotará en nosotros una vida nueva, que llenará nuestro corazón de alegría. El adviento es tiempo de esperanza y de alegría, porque nuestros problemas tienen solución en Dios, en Jesucristo. Y María es prueba de ello.







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