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ECLESIÁSTICO 24, 1-4.12-16
SALMO 147
EFESIOS 1, 3-6.15-18
JUAN 1, 1- 18
Ayer celebrábamos la Solemnidad de la Madre de Dios, donde decíamos que María era nuestra guía, nuestra ayuda para introducirnos en la contemplación del misterio de Navidad, y hoy vemos como la Iglesia, a través de la liturgia, continúa presentándonos el misterio de la encarnación del Verbo, Dios que se hace hombre.
Hoy las tres lecturas entonan un cántico sobre la identidad de Jesucristo. La pregunta ¿Quién es Jesucristo? es la pregunta más importante del cristianismo y que todo cristiano, en algún momento, se ha de plantear para reafirmarse en su fe. ¿Quién es Jesucristo?
En la lectura del Antiguo Testamento se habla de la sabiduría y todo lo que se dice de la sabiduría es atribuible a Jesucristo. Se dice que está unida a Dios, pero a la vez es diferente de Dios, preexistía junto con Dios y recibió la orden de establecerse en Israel.
El inicio de la carta de San Pablo a los cristianos de Éfeso es un himno que nos habla de Cristo. Es sorprendente que 10-15 años después de morir Jesucristo se pueda elaborar un escrito que hable tan profundamente de la identidad de Jesucristo.
Y en el evangelio hemos leído el prólogo de San Juan, que también nos habla de la identidad de Jesucristo, al referirse a Él como: “La Palabra estaba junto a Dios…, y la Palabra era Dios…, la Luz de los hombres…, la Luz verdadera…, Hijo único del Padre…, lleno de gracia y de verdad…, Dios Hijo único que está en el seno del Padre…, es quien lo ha dado a conocer.”
Los evangelistas pusieron por escrito lo que Jesús hizo y dijo para que con el tiempo la gente no se inventara cosas. Detrás de este deseo había una pretensión, definir la identidad de Jesús. Responder a la pregunta: ¿quién era Jesús?, hacía falta definir ¿quién era aquel hombre que había muerto en la cruz? (pensad que era la muerte más humillante que había en aquel tiempo).
Pienso que la identidad de Jesús es un buen argumento evangelizador y que es fácil utilizarlo en estas fiestas. En función del ambiente, del clima que hay, se puede lanzar la pregunta: ¿Y quién es Jesús para ti? ¿quién es para ti este niño del que celebramos su nacimiento?. Si dicen que es un buen hombre, y sólo un hombre, entonces el diálogo no es fácil continuarlo, porqué tendríamos que mostrar la razonabilidad de la divinidad de Jesucristo a partir de la Sagrada Escritura, y esto coloquialmente hablando no es fácil.
Si dicen que es el Hijo de Dios, que es lo que les enseñaron en la catequesis, entonces el camino es mucho más fácil, porqué que Dios se haya hecho uno de nosotros tiene un motivo, un porqué, unas implicaciones en nuestra vida. Y si Jesús es el Hijo de Dios también es como Él dijo: “el Camino, la Verdad, la Vida, y la Luz del mundo”, y si Jesucristo es todo esto la interpelación que debemos hacer es muy clara: ¿no te parece que tendrías que encontrarte un poco más con Él? ¿Cómo puedes no encontrarte con aquel que es Camino para ti, Verdad para ti, Vida para ti, y Luz para ti?,... y después... ¿donde te parece que lo puedes encontrar? (que lo digan ellos…)
Hace tiempo preparé un diálogo entre dos adolescentes a partir de la pregunta que Jesús hace a sus discípulos: Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?
Al final decía el joven más sensato: “Él asegura que, creyendo en Él, el hombre salva su vida e, ignorándole, la pierde. Este hombre se presenta como el Camino, la Verdad y la Vida. Por tanto –si esto es verdad- nuestro camino, nuestra vida cambian según sea nuestra respuesta a la pregunta sobre su persona. Quizá esto te descoloque un poco pero ¿cómo responder sin conocerle, sin haberse acercado a su historia, sin haber leído y releído sus palabras, sin preguntar al que dice seguirle y amarle?”
Si observáis los ataques de los medios de comunicación social muchas veces tienen en el punto de mira la divinidad de Jesús (Código Da Vinci, supuestas tumbas de Jesús, “evangelio” de Judas, etc.), porqué saben que la divinidad de Jesús es el fundamento de nuestra fe.
Y acabo con una historia: era una noche de Navidad, en una casa de payés, la mujer y los dos hijos marchaban a la misa del gallo, y el hombre hacía burla de que pudiesen creer de que Jesús fuera Dios, y se reía de ellos por crédulos.
Era una noche muy fría y empezó una tormenta. Al poco rato el hombre miró por la ventana y vio un grupo de ocas (gansos) volando dando vueltas por encima de su campo. Los truenos y los relámpagos las habían desorientado. El hombre se dio cuenta que si no las hacía entrar en el pajar para guarecerse acabarían muriendo de frío todas ellas. Se puso la gabardina y corrió por el campo intentando hacerlas entrar en el pajar, no lo consiguió. Lo intentó de diferentes maneras pero no lo consiguió.
Cuando entró en casa una idea le pasó por la cabeza: “si me pudiera convertir en oca, las podría conducir al pajar”. Y entendió que eso era lo que Jesús hizo con nosotros. Hacerse hombre para llevarnos a la Salvación.
