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Domingo IV del Tiempo Ordinario: «¡Bienaventurados!»

Sat, 28 Jan 2012 07:44:00
 

Después de las lecturas decimos “Palabra de Dios” y es así: Dios nos habla. ¡Es algo impresionante!

Primero, nos hablaba a través de los profetas. En la primera lectura Moisés explica que Dios hablará al Pueblo de Israel a través de los profetas., “Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”.

Delante de un Dios que habla... ¿qué hay? Un fiel, un creyente, que escucha. Y que escucha con una determinada actitud, como decía el salmista: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón”.

Se nos pide que escuchemos y que ante la Palabra escuchada no endurezcamos los corazones.

Esta exhortación de Dios nos ha de hacer pensar en nuestra actitud delante la Palabra que escuchamos domingo tras domingo, o en nuestra casa. Hace falta que valoremos si nuestra actitud está más cerca de adaptar la Palabra a nosotros, o dejar que la palabra me interpele y me cambie.
Dicho de otra manera, dejo que la Palabra me eleve, o intento que la palabra se adapte a mi y mi mediocridad. Algunas expresiones que irían en esta dirección: “Dios no pide tanto” “La santidad no es para mí”. “Yo ya estoy bien como estoy”. Estas expresiones, que corresponden a actitudes, matan la vida espiritual, desactivan toda la fuerza transformadora que tiene la Palabra. ¡No endurezcamos los corazones delante la Palabra!

Volvamos a las lecturas, Dios, llegó un momento que se “cansó” de hablar a través de los profetas y quiso hablar a través de su Hijo.

Pero la palabra y la presencia de Jesús difieren enormemente de la palabra y la presencia de los profetas,
. Los profetas indican el camino, Jesús es el Camino.
. Los profetas denuncian el mal, Jesús vence el mal.
. Los profetas quieren iluminar a los que les escucha, Jesús es la luz del mundo.
. Los profetas hablan en nombre de Dios, Jesús es Dios.


Vemos claramente como Jesús es muy distinto de un profeta y todavía más distinto que los maestros de la ley y los fariseos de su tiempo. Y eso la gente lo captó enseguida: “Se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad… Este enseñar con autoridad es nuevo”.

Lo ven diferente, pero lo ven como Maestro. Jesús está en la sinagoga enseñando... Enseñando una doctrina nueva.

Jesús es Maestro, Jesús es nuestro maestro, ¿lo vemos así? ¿Lo tratamos como maestro? Contemplamos a Jesús en la sinagoga enseñando, este ministerio de enseñar lo quiere seguir ejerciendo sobre nosotros. Jesús quiere ser nuestro maestro. Nos puede enseñar directamente (haciéndonos ver ciertas cosas en la plegaria) o indirectamente a través de la Iglesia.

Hoy en día se viven unos valores, o contravalores, que nos pueden dificultar mucho, mucho, aceptar a Jesús como Maestro. Contravalores como: relativismo (no hay verdades, todo es relativo = no hay maestros) el subjetivismo (todo depende de lo que yo veo, de lo que yo siento, de lo que yo sé...= no hay maestros) individualismo (con mi vida hago lo que quiero = no hay maestros), y tantos otros. Todo esto dificulta vivir a Jesús como maestro...

Es por todo esto que hemos de crecer en la contemplación de Jesús como maestro, así no endurecemos nuestros corazones, y acogemos desde nuestra pequeñez su enseñanza.

¡Es verdad!, a veces queremos acoger su enseñanza y no sabemos como hacerlo o nos cuesta mucho y surge en nosotros un grito de impotencia: “¡No puedo!”. También, ante nuestra pobre vivencia del cristianismo, ante de las dificultades, ante nuestros pecados, ante el sermón de la montaña, surge un grito: ¡no puedo! De este grito hay dos salidas: Una, la mala, que hemos explicado con las expresiones anteriores (.....) Y la otra, la buena, es aprender a gritar a Dios, hemos de saber gritar a Dios, a implorar su ayuda.

Este grito tiene un fundamento: la confianza y la esperanza en el amor de Dios. Porqué el amor de Dios es más grande que nuestras deficiencias. Y el amor de Dios es creador de santidad. La confianza y nada más que la confianza nos llevan a Dios.

Escuchemos a Jesús, escuchemos a Dios, no endurezcamos nuestros corazones y confiemos ciegamente en su amor.







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