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Tiempo de Adviento. Domingo III: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres"

Sun, 16 Dec 2012 04:54:00
 

CAMINEO.INFO.-
 
Sof 3, 14-18a
Sal 84
Filp 4, 4-7
Lc 3, 10-18

Celebramos el domingo Gaudete, domingo de la alegría, del gozo, porqué el Señor está cerca, porqué el tiempo de preparación de vivir la Navidad se acaba, porqué las fiestas donde esperamos que Él nazca en nuestros corazones ya están muy cerca. Y todo esto nos llena de una alegría muy espiritual. En estos tipos de celebraciones la acción de Dios es muy poderosa, muy fuerte, y esto nos debe de llenar de esperanza.

Y las lecturas comunican esta alegría. Dice la primera lectura: “Regocíjate,…. Grita de júbilo,…. Alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. (Jerusalén = Cardedeu o el nombre de cada uno de nosotros).

En la segunda lectura San Pablo nos dice: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres…. El Señor está cerca. Nada os preocupe”. Es interesante destacar que esto San Pablo lo dice desde la prisión. Estar “en el Señor” le permite vivir esta circunstancia trágica y dura con alegría.

En el lenguaje cotidiano no decimos nunca “alegrarse en una persona. Sino más bien decimos “alegrarse con una persona” o “alegrarse por una persona”.
San Pablo habla de alegrarse “en el Señor”. Nuestra alegría parte de Él, de estar con Él. Nuestra alegría es su alegría. “Alegres en el Señor”. Expresión que nos tendría que hacer mirar nuestra vida. ¿Estoy contento en el Señor? ¿Mi alegría mana de estar con Él? ¿O proviene de la familia, del trabajo, o del Barça? Que es muy bueno que provenga de todas estas dimensiones, pero un signo de la calidad de mi relación con Jesucristo es que de esta relación mane mi alegría, seguramente, la más profunda.

El Evangelio nos presenta el profeta Juan Bautista. En aquel tiempo los profetas eran una raza casi extinguida, hacía 500 años que no había profetas, el último había sido Zacarías.

Por tanto, cuando se empieza a hablar de Juan, el sentimiento que debía aparecer era la desconfianza. Pero, enseguida, la desconfianza dejó paso a la emoción: ¡tenemos un profeta!

¿Por qué? Porqué en él ven signos que hacían creíble que fuera un profeta:

• Predicaba la “conversión” y la “penitencia”. Típico de los profetas.
• No quería nada para él, no tenía ninguna pretensión política, como otros que habían salido en estos últimos 500 años.
• Vivía lo que predicaba.
• No tenía casa, vivía en una chabolita cerca del río, en el valle del Jordán, una zona desértica y dura.
• No tenía propiedades, ni posesiones. Come saltamontes y miel.

En él se percibe autenticidad. Y todo esto hizo que lo siguiera mucha gente, como dice Marcos (1,5): “Acudían a él de toda la región de Judea, todos los moradores de Jerusalén”. Y si todos los profetas son fuego, aún más Juan Bautista, de quien Jesús dice que era “más que un profeta”.

Por tanto, estamos delante de un gran personaje, un gran profeta. Estamos ante el profeta que anuncia que el Mesías ya está en medio de ellos y que quiere preparar al pueblo para que lo acojan debidamente. Y lo que dice el profeta a la gente de su tiempo es tremendamente válido para nosotros.

Lo primero que hace falta destacar es que las personas que iban a encontrar a Juan y confesaban los pecados y se hacían bautizar, eran personas sencillas que acogían la exhortación de Juan a convertirse a cambiar de vida, a vivir de otra manera. Algunos de ellos eran personas tremendamente mal vistos: cobradores de impuestos (que colaboraban con el invasor romano y abusaban de su posición), o soldados. Imaginad cómo debían ser los soldados en aquel tiempo, como que cobraban poco, a través de la violencia y la extorsión conseguían algún dinero extra.

En todo aquel que se acerca a Juan hay esta experiencia: soy débil, pecador, necesito este bautismo de conversión que perdona los pecados.

Nosotros este lunes, por la noche, viviremos la celebración de la reconciliación. Es también una oportunidad de reconocer nuestra pequeñez, que somos pecadores, y que necesitamos el perdón de los pecados. También nosotros es bueno que hagamos este gesto para poder acoger al Mesías que viene a nosotros.

En segundo lugar, Juan recomienda hacer el bien, no de hacer un poco de limosna: dar un vestido y ya está. Si no más bien plantea una nueva manera de entender la convivencia, compartiendo lo que se tiene. “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; el que tenga comida, haga lo mismo”. Juan les plantea que sean generosos, que abran el corazón, que vivan como hermanos.

Siempre lo repetimos a los niños un montón de veces: “has de compartir”. Pero ¿compartimos nosotros?. ¡Otra mirada a nuestro interior!.

En la oración colecta del primer domingo pedíamos a Dios Padre: “Aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras”. ¡Acogerlo con buenas obras!

Que la alegría por la proximidad del Señor vaya acompañada por gestos concretos para acoger a Jesús en nuestros corazones.







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