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Domingo IV del Tiempo de Adviento: “Dichosa tú, que has creído”.

Sun, 23 Dec 2012 00:36:00
 

Contemplamos hoy un encuentro entrañable. El encuentro de dos mujeres, María e Isabel, que esperaban, que estaban a la espera, porqué sabían que alguna cosa había de suceder en sus vidas.

Ellas han creado un espacio, donde esperar era muy importante. Es más, donde esperar la acción de Dios era el centro de sus vidas.

Y en su encuentro se confirman mutuamente sus esperanzas.

Dos breves enseñanzas de este encuentro:

• Esperar es muy importante. No podemos perder nunca la esperanza, hasta hemos de mantenerla en las cosas que parecen más imposibles (los nietos no bautizados, el marido descreído, los hijos lejos de Dios). No perder la esperanza, porqué para Dios no hay nada imposible. Esperar es vivir, no dejemos nunca de esperar. María e Isabel supieron esperar y Dios hizo aquello que era imposible. Dios viene a nosotros para hacer que aquello que humanamente es imposible, ¡sea posible!

• Este encuentro de María e Isabel, y los tres meses que estuvieron juntas nos hablan de la importancia de hacer camino juntos.

Dice H. Nouwen en su libro “El camino de la espera”: hablando de este encuentro entre María e Isabel: “Aquí tenemos un modelo de la comunidad cristiana. Es una comunidad de apoyo mutuo, de celebración y proclamación, de crecimiento... La visita de María a Isabel es una de las expresiones más hermosas de lo que significa formar comunidad, estar juntos, reunidos en torno a una promesa, proclamando lo que acontece en nosotros.”

María e Isabel nos enseñan a hacer camino juntos, a vivir un encuentro que nos humaniza, que nos afianza, que nos forma, que nos acompaña en las dificultades.

Es un signo de los tiempos: la fe solos no la podemos vivir. Hay una necesidad creciente por formar parte de una comunidad (¡que sea comunidad!) o de un grupo donde se pueda ir creciendo.

Pienso que las parroquias, todos nosotros, hemos de trabajar en este sentido, para llegar a ser auténtica comunidad cristiana.

Isabel le dice a María: “Dichosa tú, que has creído”.

María ha creído. Hoy pasa una cosa bastante interesante. María, y San Pablo en la Carta a los Hebreos, nos iluminan, y en la misma dirección, qué quiere decir creer. Quizás, alguna vez nos lo hemos preguntado: ¿qué quiere decir creer?

La respuesta de María: María dice al ángel: “hágase en mí según tu palabra”. Que quiere decir que la voluntad de Dios se haga en mi vida.

La respuesta de San Pablo: El texto de la carta a los Hebreos es una preciosa reflexión de la novedad de la vida en Cristo. Viene a decir: dejaos de oblaciones, sacrificios y expiaciones, y entrad en el camino de Jesucristo de hacer la voluntad del Padre. Pablo pone en boca de Cristo: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”.

Liga con lo que nos dice un importante Padre de la Iglesia, San Irineo: “Creer en Dios es hacer su voluntad”.

Vemos en todo esto un creer que te vincula, que te relaciona, con Dios, con Jesucristo; un creer que implica tu vida; un creer que modela tu vida; un creer donde vives un descentramiento de tus “cositas” para quedar referenciado a Jesucristo.

Este “creer” choca frontalmente con un creer “a mi manera”. “Creer a mi manera” ya no es creer, será otra cosa, pero no es creer.

Hoy en día por el subjetivismo que vivimos tenemos un problema muy grande (dramático) porqué confrontamos nuestras opiniones con lo que nos dice Jesús en el evangelio ¡¡Y GANAN NUESTRAS OPINIONES!! (...) Pero entonces ya no creemos en Dios sino en nosotros.

Y esto es más grave de lo que parece: porqué una cosa es aceptar la revelación de Dios en el Antiguo Testamento y Nuevo Testamento (esto es la fe: aceptar lo que Dios revela) y la otra es aceptar sólo lo que a mí me parece, donde ya no acepto al Dios que revela sino aquello que coincide con mis opiniones. No podemos creer en Dios si no creo a Dios.

En el diálogo con los familiares de los difuntos les pregunto: ¿Era creyente o creía a su manera? Una cosa es ser creyente como hoy nos enseña Jesús, María y San Pablo, y la otra seguir tus opiniones.

“Creer en Dios es hacer su voluntad”. Y para hacerla hemos de rezar mucho, hemos de meditar mucho los evangelios, hemos de ser dóciles a lo que nos dicen los pastores.

Y cuando creamos como María, como San Pablo, entonces, también nos dirán a nosotros: “Dichoso tú, que has creído”. Creer de verdad, lleva a la felicidad.

Estamos a las puertas de la Navidad. ¿Qué lo hace posible? La fe de María, su humildad, su docilidad. De su mano penetramos en este gran misterio del Dios hecho un niño.







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