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ISAÍAS 42, 1-4.6-7
SALMO 28
HECHOS DE LOS APÓSTOLES 10, 34-38
LUCAS 3, 15-16.21-22
Celebramos la Fiesta del Bautismo del Señor, con la cual acaba el Tiempo de Navidad. Entre el bautismo de Jesús y nuestro bautismo hay mucha relación. Una relación que nos ayuda a profundizar aspectos fundamentales de nuestra fe:
Estas palabras que dice Dios Padre a Jesucristo: “Tú eres mi Hijo, el amado, en quien me complazco”, fueron dirigidas a nosotros el día de nuestro bautismo. Por tanto, Dios Padre también nos ha dicho a nosotros: “Tú eres mi hijo,...”.
Es necesario que nosotros estas palabras nos las hagamos presentes de una manera habitual; en las dificultades, o antes de la oración, o cada mañana, es necesario que nos digamos: “Soy su hijo, su amado, en mí se complace Dios”. ¡Qué diferente es empezar la oración un poco rutinariamente, a hacerlo diciéndonos “Soy su hijo, su amado.... “!. De esta manera quedamos situados delante de un Dios que nos ama y esto transforma nuestra oración.
El otro día me llegó por e-mail, un power point y en una parte de la presentación decía:
“Cuida tus Pensamientos porque se volverán Palabras.
Cuida tus Palabras porque se volverán Actos.
Cuida tus Actos porque se harán Costumbre.
Cuida tus Costumbres porque forjarán tu Carácter.
Cuida tu Carácter porque formará tu Destino.
Y tu Destino será tu Vida.”
¡Todo nace del pensamiento! Por tanto, aquello que rezamos, aquello que contemplamos, se convierte en lo que marca nuestra vida. Y si empezamos la oración o el día haciéndonos presente el amor de Dios todo queda ungido por esta realidad: “Dios me ama, soy su hijo”.
De esta manera iremos descubriendo un amor de Dios total e incondicional. Un amor total e incondicional quiere decir que Dios nos ama con nuestros defectos, imperfecciones, limitaciones, con nuestras heridas. Y si Dios nos ama así, también nosotros nos hemos de amar, a pesar de nuestros defectos y pecados.
Es muy importante saber aceptarnos, amarnos como somos, porque si no, no podremos amar a los demás. Cuando Jesús dice “ama a los demás como a ti mismo”, está presuponiendo que nos amamos a nosotros mismos.
Y aquí juega un papel muy importante este amor de Dios del que hablábamos. Yo me puedo ver un desastre, lleno de defectos y de pecados, pero sé que soy amado por Dios, de una manera incondicional, y este amor me cura, me sana, me lleva a aceptar mi pequeñez y a amarla.
Es lo que dice Santa Teresa del Niño Jesús: “Lo que agrada a Dios en mi pequeña alma es que ame mi pequeñez y mi pobreza”.
Hace unas semanas, salía en La Contra de la Vanguardia, una entrevista con la madre de un joven que se había suicidado, y había fundado una asociación. Decía esta madre que en Barcelona la causa primera de mortalidad entre los jóvenes es el suicidio, por delante de los accidentes de coche. Decía que en España, cada año oficialmente se suicidan unas tres mil quinientas personas, pero que seguramente eran el doble. Y ahora, recientemente, ha salido el caso del diseñador de Pronovias: un hombre con talento, con dinero, un buen empleo, y que se acaba suicidando.
El suicidio es un problema social, que tendrá muchas causas, pero seguro que una de ellas es la falta de autoestima. Y si no te amas, es porqué no te sientes amado.
Para nosotros los cristianos, imposible no sabernos y sentirnos amados, si cada día antes de rezar decimos: “Soy su hijo, su amado, en mí se complace Dios”.
¡La fe nos da tanto! Porqué todo esto no es una especie de autosugestión espiritual para mentes débiles. Todo esto es una realidad experimentada por nosotros por la donación del Espíritu Santo. “Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él”.
El día de nuestro bautismo recibimos el Espíritu Santo, y a lo largo de nuestra vida si nos encontramos con Jesucristo (en la oración, en la Palabra, en los demás, en los acontecimientos), Él nos comunica su Espíritu, que cambia nuestros corazones.
Y es este Espíritu el que nos permite experimentar y vivir lo que Jesús experimentó y vivió: en este caso: ser hijos amados del Padre.
Que la unión que ahora viviremos con Jesucristo, el Hijo de Dios, nos ayude a vivir más intensamente, nuestro ser hijos amados del Padre.
