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Domingo II del Tiempo de Cuaresma Ciclo "C ": "Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí"

Sat, 23 Feb 2013 23:59:00
 

Gn 15, 5-12.17-18
Salmo 26
Flp 3, 17-4,1
Lc 9, 28b-36

Domingo pasado contemplábamos a Jesús tentado en el desierto, hoy lo contemplamos transfigurado. Son dos escenas que apuntan hacia la pascua, que nos anticipan el misterio pascual. Me explico:

La lucha de Jesús con el diablo en el desierto anticipa la gran lucha final de la Pasión, explicitada en el relato de Getsemaní.

La transfiguración anticipa la gloria de Jesús resucitado.

Domingo pasado contemplábamos a Jesús plenamente hombre, como nosotros, hasta el punto de ser tentado. Este domingo contemplamos a Jesús transfigurado, divinizado, Hijo de Dios.

Dice el Papa Benedicto XVI: “Podríamos decir que estos dos domingos son como dos pilares sobre los que se apoya todo el edificio de la Cuaresma hasta la Pascua, más aún, (sobre estos dos domingo se apoya) toda la estructura de la vida cristiana, que consiste esencialmente en el dinamismo pascual: de la muerte a la vida.”
Estos dos domingos nos dan una lección impagable de cómo se desarrolla el verdadero seguimiento del Cristo:

Un seguimiento donde seremos tentados, y con su ayuda las venceremos todas. Las prácticas cuaresmales (oración, ayuno, limosna) son un remedio potentísimo para superar las tentaciones. Especialmente rezar con la palabra de Dios, Jesús supera las tentaciones citando la Palabra de Dios. Es bueno que en el domingo II de Cuaresma nos preguntemos: ¿Cómo van nuestros compromisos cuaresmales?

Un seguimiento basado en la oración: hoy contemplamos un acontecimiento de oración. “Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago, y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba...”. Lo que hoy hace Jesús sólo se puede hacer en el ámbito de la oración: la voluntad humana de Jesús se adhiere a la voluntad divina de su Padre. En la oración, las voluntades del Padre y el Hijo se unen formando una sola cosa. Jesús una vez más dice “Amén”, dice “sí”, “aquí estoy”, “hágase en mí vuestra voluntad de amor”. Y aparecen los signos de la complacencia del Padre hacia el Hijo: la luz transfigura a Cristo y la voz lo proclama “Éste es mi Hijo, el escogido.”

También nuestra plegaria ha de ser un adherirse a la voluntad de nuestro Padre. Sólo hay plegaria auténtica si nos desinstalamos de nuestras visiones y vamos a la búsqueda de la voluntad de nuestro Padre. Esto es la conversión: ponernos cara a cara con Dios (con su Palabra) y dejarnos conmover, interpelar, desinstalar,...

Un seguimiento donde habrá cruces. Jesús se encamina hacia la cruz. Con Elias y Moises habla de su “traspaso”. Se encamina hacia el sufrimiento, el rechazo, la humillación, el abandono, la traición, la injusticia,... Todo esto Él lo vivió, soportó, por amor.

Nosotros queremos seguir a Cristo. Pero ¿estamos dispuestos a vivir siendo rechazados, a ser humillados, a ser abandonados, a sufrir la injusticia por causa del Cristo? Si decimos que no, que no estamos dispuestos, quiere decir que no hemos entendido la cruz de Cristo, quiere decir que su cruz nos escandaliza, que no la entendemos...

¿Cuántas veces nos hemos escandalizado enfrente de las cruces que nos han venido? ¡Muchísimas!. Cada queja amarga es un gesto de incomprensión hacia la cruz. En parte, esto nos viene de tener un esquema: natural/sobrenatural. Vida cotidiana = natural. Oración, misa = sobrenatural. Esta división es falsa: para un cristiano todo es sobrenatural, también las cruces, las incomprensiones y las humillaciones. Es necesario graduar bien las gafas de la fe para descubrir esta sobrenaturalidad.

Si las graduamos bien, entonces entendemos las cruces y las descubrimos como un ámbito de salvación: Todas las cruces las hemos de vivir en comunión con la cruz del Señor. Nuestras cruces nos ponen en contacto con el misterio salvador de la cruz.

Podríamos decir que cuando vivimos bien una cruz porqué la vivimos amando, porqué la vivimos en comunión con Cristo crucificado, se está haciendo presente en nosotros el misterio salvador de Jesucristo, la salvación de Cristo se hace presente en nosotros, se actualiza en nosotros, y eso provoca una efusión de salvación, no sabemos en qué dirección. Es un misterio.

Por eso decía que estos dos domingos nos dan una lección impagable de cómo es el verdadero seguimiento del Cristo. Un seguimiento donde seremos tentados, un seguimiento basado en la oración, un seguimiento donde habrá cruces.

Pero esto no acaba aquí, por suerte. Este seguimiento lo hacemos, como Jesús, bajo la luz de la resurrección, con la esperanza de la resurrección.

Ni Jesús habría podido ir a la cruz sin esta luz de la resurrección. De aquí la importancia de la Pascua: cincuenta días contemplando a Cristo Resucitado para que su luz ilumine toda nuestra vida de cada día.

Nuestra esperanza es vivir una existencia ya resucitada ahora y aquí. La resurrección para un cristiano no empieza cuando morimos, empieza cuando empezamos a vivir en Cristo, y experimentamos que pasamos de muerte a vida.

Que la comunión que ahora viviremos con Jesús Resucitado nos ayude a seguir a Jesús en la tentación, en la oración, en nuestras cruces.







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