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ÉXODO 12, 1-8.11-14
SALMO 115
CORINTIOS 11, 23-26
JUAN 13, 1-15
Jesús lava los pies de sus discípulos. Para entender mejor el gesto, es preciso recordar que en aquellos tiempos, las calles no estaban asfaltadas, el calzado habitual eran sandalias, la gente no se duchaba a diario, (=pies muy sucios) y por ello en las casas de los ricos tenían un esclavo que al llegar a casa limpiaba los pies al amo.
Este gesto de Jesús es inconcebible, rompe todos los esquemas mentales que pudieran tener sus discípulos. Por esto Pedro dice: “No me lavarás los pies jamás”. Y Jesús tendrá que contestar con mucha contundencia para que Pedro acepte: “Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”. Sólo esta contundencia hace que Pedro permita que Jesús le lave los pies...
Lo que está pasando es inconcebible: el Señor, el Maestro, aquel que ha hablado como nadie nunca había hablado, aquel que ha hecho milagros, aquel que ha resucitado a Lázaro, aquel que ha andado por encima del agua, que ha hecho apaciguar la tempestad, aquel a quien Pedro ha nombrado diciendo “Tú eres el Hijo del Dios Altísimo”... aquel... toma la posición de esclavo y lava los pies...
Ellos que a menudo habían discutido para ocupar los primeros lugares, para quién sería el primero, para quién tendría un lugar preeminente en el reino de Jesús, no entienden que Jesús tome la posición del esclavo y les lave los pies.
Hoy contemplamos una revolución. W. Froester dice: “Si hubo en el mundo una revolución, aconteció en ese momento”. Contemplamos un cambio de valores como nunca se ha visto en la historia. Revolución, cambio, que son el núcleo del cristianismo.
Y vuelvo a repetir: no podemos ver el gesto como un gesto del pasado. Llevemos este gesto al presente, porqué la Palabra de Dios se dirige hoy a cada uno de nosotros, porqué cada uno de nosotros estaba presente en el corazón de Cristo, cuando Él lavaba los pies de sus discípulos. Hoy Jesús se arrodilla delante nuestro y nos lava a todos los pies, y esto lo haremos presente después en el lavatorio de pies que haremos...
Y después de lavarte los pies te dice: “Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.
Por tanto, esta contemplación de Jesús lavando los pies tiene implicaciones en nuestra vida: se nos propone una nueva manera de estar en el mundo, una nueva manera de ser, una nueva manera de relacionarse los unos con los otros.
Y esto tiene unas repercusiones muy concretas en nuestro día a día: nunca puedo mirar a nadie por encima del hombro, nunca me puedo considerar superior a los demás, nunca puedo menospreciar a nadie, nunca puedo acercarme a nadie con orgullo y soberbia, nunca puedo mirar sin amor (me hayan hecho lo que me hayan hecho: Jesús lava los pies a Judas, el que lo traicionó). Que el otro sea muy malo no es una excusa para tratarlo mal...
“Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.
Recuerdo que en otra parroquia una usuaria de Cáritas inició un proceso de fe, ¿sabéis por qué?, sorprendente, me dijo: “porqué los voluntarios de Cáritas me miran diferente”.
¿Cómo miramos nosotros? Desde el servicio, o desde el pedestal...
Hoy Jesús instituye el sacramento del orden sacerdotal al pedirnos “Haced esto cada vez que lo toméis en memoria mía”. Jesús a través de nosotros, los sacerdotes, indignos servidores, prolonga en su sacerdocio, su presencia salvadora. Esto nos pide a todos una visión de fe. A nosotros los primeros, de contemplarnos bajo esta perspectiva. Yo cada vez que pienso en lo que soy quedo sorprendido y conmovido. Y a vosotros una visión de no mirar tanto la persona del sacerdote y sus peculiaridades, sino más bien la acción de Cristo a través de su persona. Hemos de educar la mirada, y educarla desde la fe...
Esta visión de fe nos ha de llevar también a ver los sacerdotes, religiosos y religiosas, como personas a quien Cristo llena tanto que no necesitan nada más para ser felices. Somos un signo del Reino de Dios.
Acabo ya, hoy hemos acabado la oración colecta diciendo: “... te pedimos que la celebración de estos santos misterios (eucaristía) nos lleve a alcanzar plenitud de amor y de vida”. Vivir intensamente la eucaristía, la comunión con Jesucristo, nos llevará a llegar a la plenitud de la caridad y de la vida. Que así sea...
