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ISAÍAS 62, 1,5
SALMO 95
CORINTIOS 12, 4-11
JUAN 2, 1-11
Empezamos el tiempo ordinario, donde contemplamos los tres años de vida pública de Jesús. Durante los tiempos fuertes (Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua) contemplamos los misterios centrales de la vida de Jesús. Ahora en el tiempo ordinario lo contemplamos a Él manifestándose al pueblo judío. El tiempo ordinario tiene un riesgo, importante, peligroso: ¡¡que todo lo que contemplaremos nos parezca que son cosas del pasado!! Es muy fácil caer por aquí... Jesús hizo..., Jesús dijo... pero, lo situamos en el pasado. No entra en contacto con mi vida.
El acontecimiento de la Navidad y de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, son misterios tan grandes que es más fácil que entren en contacto con nuestra vida. En cambio los tres años de vida pública... es más difícil.
En la celebración de la misa todos venimos como venimos, cada uno con sus problemas y alegrías, inquietudes y esperanzas. La idea sería que partiendo de todo esto, recibamos una luz, una gracia, que viene de Jesús. Lo que estamos leyendo, lo que estamos celebrando, afecta a nuestra vida, conecta con nuestra vida. Cada domingo hemos de descubrir una fe encarnada, que se encarna en nosotros. Descubrir una Palabra que entra en diálogo con nuestra vida.
Esto que digo, no son palabras bonitas. Tendría que ser una realidad. De aquí la importancia de venir predispuestos, esperanzados de recibir una luz, una gracia, de llegar un poco antes, de leer las lecturas antes,... Si no hacemos todo esto, el riesgo es que todo lo que leemos y celebramos parezcan cosas del pasado. No tocan la vida, y me voy tal como he venido... no puede ser...
Por esto, dejamos en la entrada la fotocopia de las lecturas, para poder seguirlas mejor. Por esto, dejamos treinta segundos de silencio después de las lecturas, para poder rezar brevemente aquella lectura.
Jesús ha convertido el agua en el “vino bueno”. La presencia de Jesucristo es una presencia transformadora, transforma el agua en vino, transforma las cosas en “mejor”. Jesús se manifiesta a través de la mejoría. Jesús nos quiere mejorar a nosotros, que somos un vino normalito (algunos bastante aguados), en el mejor vino.
Hoy, María nos dice a nosotros: “Haced lo que él diga”. Es una interpelación a que la palabra no quede en el pasado y se convierta en una palabra que entra en diálogo con nuestra vida. Cada domingo Jesús nos habla... ¿hacemos lo que nos dice?
¿Lo que estamos leyendo, lo que estamos celebrando, afecta a nuestra vida, conecta con nuestra vida?, ¿nos va iluminando, nos va mejorando?
Y como María es protagonista de este evangelio, la última idea parte de ella.
Es fácil imaginar que una boda es un momento de alegría, de fiesta, de encuentro con familiares que hace tiempo que no has visto, momento de comer, de beber, de bailar. Por esto es significativo que María se dé cuenta de un detalle, que para todos los demás pasa desapercibido, se está acabando el vino.
María está atenta a las necesidades de los novios... María, modelo para nosotros, nos enseña a estar atentos a las necesidades de los que nos rodean.
El egoísmo nos hace centrarnos en nosotros (mi salud, mis comodidades, mi bienestar, mis proyectos,...) y la caridad nos hace estar centrados en los demás y nos lleva a estar atentos a los demás: ya sea en pequeñas cosas: la vecina enferma, la abuela un poco triste, ya sea en grandes cosas: el hijo que no encuentra el sentido de su vida.
Pidamos a María que nos ayude a mirar a los demás y sus cosas como ella miraba, descubriendo lo que necesitan. Nos rodea mucha gente que nos necesitan...
