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Domingo XI T.O.

Sat, 16 Jun 2018 22:40:00
 

CAMINEO.INFO.-


EZEQUIEL 17, 22-24
Salmo 91, 2-3. 13-14. 15-16

CORINTOS 2Cor 5, 6-10

MARCOS 4, 26-34


Estas dos parábolas del Reino nos hablan de la vida cristiana, y nos dan una visión muy correcta y positiva de la vida cristiana. Nos plantean un tema capital del cristianismo: la acción del hombre y la acción de Dios. Distingo tres momentos, cómo dan entender las dos parábolas

 

1. Sembrar: El hombre planta la semilla, “…un hombre que echa simiente en la tierra”. Somos nosotros que al abrir el corazón a Dios, plantamos semillas. Somos nosotros que nos damos cuenta que nos hace falta hacer un paso más, y plantamos semillas: la semilla de la oración, la semilla de los pobres, la semilla del servicio... plantamos semillas y, entonces, hemos de pedir a Dios que las haga crecer.

 

Nosotros nos abrimos a Dios, nos llenamos de deseos hacia las cosas de Dios y hacia las enseñanzas del evangelio, pero, después es Dios quien hace crecer.

 

A veces, las semillas nos las plantan otros: como cuando éramos pequeños y nuestros padres nos enseñaron a rezar las tres avemarías antes de ir a la cama. Una semilla pequeña, muy pequeña, como la del grano de mostaza, pero que fue creciendo, y creciendo... hasta  dar fruto y transformar nuestras vidas. Qué semilla tan pequeña y qué fruto tan grande ha dado.

 

También nosotros estamos llamados a plantar semillas, pequeñas, sencillas, en el corazón de los que nos rodean. Enseñar a rezar a los nietos: por ejemplo, estos días dar gracias por el curso que han vivido, por todas las cosas buenas que les han pasado, pedir que Dios bendiga el verano, que esté lleno de cosas que les hagan crecer. Plantar semillas...

 

Nosotros plantamos semillas, Dios ya las hará crecer. Y esto enlaza con el segundo momento después de la siembra: el crecer.

 

2. El crecer. Este punto es muy, muy, importante. La semilla crece sin esfuerzo, sin trabajo: el crecimiento de la vida cristiana es gracia, es don, es regalo. ¡Él ha de darlo todo! No es un esfuerzo nuestro. No es una conquista nuestra. Él ha de darlo todo. Y nosotros, lo que hemos de hacer es, fundamentalmente, esperar. Esperar que nos haga crecer, desear este crecimiento.

¿Cómo nos hacemos santos? Recibiendo los dones divinos. Irse santificando, es ir recibiendo los dones divinos.

El otro día una jovencita de segundo de ESO, me hizo una entrevista. Y una de las preguntas era: ¿Cuál es tu objetivo en la vida? Yo le dije: “Ser santo”. ¿Y qué es ser santo? Alcanzar la plenitud absoluta del desarrollo de la personalidad.

 

Y esto el hombre no lo puede hacer todo solo... ¡¡es un don!! ¡¡Es una gracia!!

 

Es la experiencia comun de todos los santos: ¡¡todo es gracia!! ¡¡Todo es un don de Dios!! “Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo”.

 

Por ejemplo: rezar es un don, es una gracia. Si te cuesta mucho rezar, no reces, quiere decir que Dios aún no te ha dado el don... Pero, pídele el don. Pedir el don y esperar el don, sería sembrar, sería nuestra parte de la vida cristiana, lo que nos tocaría a nosotros. Y hay un momento donde Dios te da el don, y rezas sin esfuerzos...

 

Sembrar sería esperar la gracia de Dios, y después Dios comunica la gracia, y la hace crecer, hasta dar fruto.

 

En todo aquello que te cueste en la vida cristiana, ¡¡pide el don!!

 

Si una cosa no la puedes hacer con paz, no la hagas. Quiere decir que no tienes la gracia para hacerla. Porque la vida cristiana va acompañada de la paz. Pide el don para hacerla.

 

3.  Los frutos, es un elemento común a las dos parábolas. “... primero los tallos, luego la espiga, después el grano”. “... echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas”. Las dos parábolas acaban dando fruto, un fruto a favor de los demás. El fruto como aquello que es el sentido de la semilla, su razón de ser. Todo aquel crecimiento ha de llevar a algún lugar, ha de tener algún sentido: los frutos.

 

La gracia de Dios fructifica en nosotros. Seguramente, si en nuestra vida hay pocos frutos, es porque vivimos un cristianismo muy centrado en nosotros y poco en la gracia de Dios. El dinamismo natural de la semilla es dar fruto.

 

Lo que Dios quiere es que nosotros demos fruto y sea un fruto abundante... y Dios nos dará la gracia para que así sea. Amén.







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