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Hechos 15, 1-2.22-29
Salmo 66
Ap 21, 10-14.22-23
Jn 14, 23-29
El Tiempo Pascual culminará dentro de dos domingos con la Solemnidad de Pentecostés. Y la liturgia de estas semanas nos quiere ir preparando para vivir fructuosamente esta celebración, en la cual nosotros, como los discípulos ahora hace 2000 años, recibiremos la fuerza del Espíritu Santo.
En estas dos semanas hemos de pedir insistentemente al Señor que nos comunique el don del Espíritu Santo, que es el regalo más grande que Dios nos puede hacer. El don que transforma nuestras vidas.
Por esto, el Espíritu Santo aparece en las lecturas de hoy. En la primera lectura hemos visto como un conflicto dentro de la iglesia naciente es solucionado con el llamado Concilio de Jerusalén donde acaban redactando una declaración donde dicen: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros...”
¡Qué expresión tan espiritual!, ¡tan cristiana!, “El Espíritu Santo y nosotros...”. Vemos como ya desde sus inicios los cristianos tenían una clara conciencia de la presencia y acción del Espíritu Santo en la Iglesia.
La vida del cristiano es una vida vivida desde la docilidad al Espíritu Santo. Seremos mucho más felices si nos dejamos influir por el Espíritu Santo que si nos dejamos llevar por nuestras tendencias inmediatas.
Y esto si vamos cogiendo sensibilidad lo vamos notando: ¿Veo la tele o rezo un rato? La alternativa es clara: podemos hacer una cosa que sabemos que sale de uno mismo o un acto que me inspira el Espíritu Santo, que me diviniza. El primero sabemos que nos deja igual, el segundo sabemos que nos hace bien y que nos da paz. Pero muchas veces acabamos viendo la tele porque las tendencias naturales en nosotros son más fuertes que las tendencias sobrenaturales.
Hemos de vivir de la fe, poner en práctica la fe, ejercitar la fe. Es con pequeñas decisiones que crecemos en la fe...
Jesús nos ha dicho hoy: “El Espíritu Santo, que enviará el Padre… será quien os lo enseñe todo”. Ante palabras como estas tendríamos que hacer como María: “María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón.” (Lc 2, 19). Hemos de pensar que el Padre desea ardientemente comunicarnos el Espíritu Santo. Y que el Espíritu Santo nos enseñará lo que hemos de hacer para llegar a ser el santo que Dios ha proyectado para cada uno de nosotros.
Uno de los frutos de la presencia del Espíritu Santo en nosotros es la paz. Por esto después de prometer el Espíritu Santo Jesús habla de la paz. ¡Todo liga perfectamente en el evangelio!
El fundamento de la paz es la creencia viva en el amor paternal de Dios. Cuando yo veo que Dios Padre es mi Padre y que Cristo es verdaderamente mi buen pastor, no puede haber ningún problema en nuestra vida que nos haga perder la paz. No digo que no sintamos (por ejemplo, tristeza), digo que no perdamos la paz. Por eso hablo de “Creencia viva”, no de una teoría …
Pienso que si sumáramos la cantidad de malos ratos que pasa la gente inútilmente... me parece que sumaríamos años. Algunas consideraciones para que aprendamos a vivir con más paz:
• Nos dejamos llevar por la tendencia natural a dar vueltas a las cosas. Jesús: “no os preocupéis por...”.
• Nos llenamos de pensamientos negativos (que nos centran en nosotros mismos)... cuando lo que tendríamos que hacer es mirar el Cristo.
• Pasar temporadas un poco duras no tiene nada de extraño, la vida en la tierra es muchas veces dura...
• En la vida espiritual nos pasan cosas que no entendemos: es necesario saber que hay una serie de fases y cada una tiene su papel, pero todas juntas nos han de enseñar que hemos de renunciar a nuestros planes (a controlar) y atender este amor que nos desborda infinitamente y que nunca sabemos por donde nos saldrá.
En definitiva, ¡dejémosle hacer! Fijaros qué dice Jesús hoy: “Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”. No nos podemos asustar por nada, ¡todo pasa! y todo nos deja mejores ¡si lo vivimos con Cristo!
Lo que es necesario en esta vida es saberse amados y cuando nos sentimos amados por Jesucristo ya no hay problema. La vida espiritual comienza a ser seria cuando lo tratamos a Él con confianza...
Que esta eucaristía nos comunique su paz, como la comunicó a sus discípulos, y nos predisponga espiritualmente a vivir estas dos semanas pidiendo, implorando, la gracia y el don del Espíritu Santo.
