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Domingo XI del T.O. : "A quien poco se le perdona, poco ama"

Sun, 13 Jun 2010 07:01:00
 

CAMINEO.INFO.-

2Sa 12, 7-10.13
Salmo
31
Gal 2,
16.19-21
Lc 7, 36-8, 3


Hoy las lecturas nos presentan la misericordia de Dios ante el pecador que reconoce su pecado.

La primera lectura y el evangelio nos presentan dos pecadores, que han pecado gravemente, pero han reconocido su pecado y han recibido el perdón misericordioso de Dios.

En la primera lectura contemplamos las palabras del profeta Natan ante el pecado del Rey David. Vale la pena explicar la historia para entender de qué estamos hablando …

David desde su terraza vio como una mujer se bañaba, la mandó a buscar, tuvieron relaciones y quedo embarazada. Entonces llamó al marido de ella –Urías- que estaba en el frente, en una guerra, para que tuviera relaciones con ella. Pero él por solidaridad con sus compañeros no quiso ir a dormir a su casa y se quedo con los saldados. Al día siguiente cuando se enteró el rey David lo hizo llamar y lo emborrachó para que fuera a dormir a su casa, pero tampoco así fue. De modo que volvió al frente y David ordenó al jefe del ejército que pusieran a Urías en primera línea, ordenaran un ataque y lo dejaran solo. Y Urías murió.

Este es el gran pecado del Rey David: el adulterio. Y después de una bella historia que le explica el profeta Natán, David reconoce su pecado y profundamente arrepentido dice: “He pecado contra el Señor”. Y Natán le dice: “El Señor te ha perdonado ya tu pecado”

Este grave pecado del rey David inspirará el salmo 50, uno de los salmos más bellos de todo el salterio y que manifiesta la actitud que debemos tener todos ante el pecado: reconocer la culpa e implorar la misericordia de Dios, que es lo que también hace la pecadora del evangelio.

El Rey David ha pecado pero ha sabido escuchar al profeta, se deja iluminar por él y es suficientemente humilde para reconocer que ha obrado mal.

Lo que hace el Rey David es lo que deberíamos hacer nosotros, pero nos cuesta horrores reconocer nuestros pecado. El relativismo moral (todo es relativo, todo depende de cómo se mire .. ), el subjetivismo (yo determino lo que está bien y lo que está mal), nos afectan más de lo que parece y van debilitando nuestra conciencia moral y al final ya no hay pecado …

Por eso casi nadie se confiesa, porque no hay verdadera conciencia de pecado. Si leyésemos el evangelio y nos creyésemos que todo lo que dice Jesús a nosotros nos lo dice, entonces descubriríamos con muchas más facilidad nuestros pecados.

Necesitamos muchos “Natans” que nos iluminen con sabiduría y nos muestren nuestro pecado. Y el mejor “Natan” es Jesús en el evangelio…

“Es que no sé de que confesarme …” Déjate ayudar, acércate a Jesús, a su Palabra, acércate a los que dispensan su perdón. David tampoco sabia de qué confesarse y Natán le ayudo.

En Roma a los sacerdotes estos días se nos ha hablado intensamente del sacramento de la confesión. Exhortándonos a vivirlo nosotros, para luego comunicar esa experiencia inefable a los feligreses.

Se nos dijo muy bellamente en una de las conferencias: “¿Cómo es posible que una cosa que alegra tanto en el cielo (un pecador que se convierte) suscite tanto rechazo en la tierra?”.

Seguro que nos cuesta vernos pecadores porque meditamos poco el evangelio, pero también es porque hay mucho orgullo y mucha soberbia. Somos unos orgullosos y unos soberbios.

En el evangelio hemos contemplado una escena entrañable, parecida a la de la primera lectura. Donde se vuelve a manifestar ante un pecador arrepentido la misericordia de Dios.

Jesús es invitado a una comida en casa de un fariseo. Y una mujer famosa en la ciudad porqué era pecadora entra en el banquete sin estar invitada buscando a Jesús, buscando la salvación. Deseaba que Jesús la ayudara a salir de aquella vida que llevaba. Y Jesús la perdona y le dice “Vete en paz”.

Nosotros somos esa mujer pecadora, nosotros hemos de aprender a llorar nuestros pecados a los pies de Jesús (¡otra vez!, cerca de Jesús, escuchando a Jesús, …) e implorar la gracia del perdón …

Con la parábola que explica Jesús se nos ilumina algo muy importante: a mayor reconocimiento de la falta, mayor experiencia de perdón y por tanto mayor experiencia del amor de Dios.

Esto de reconocernos pecadores, si lo hacemos mal, nos puede aplastar, agobiar, desanimar, pero si la hacemos dentro de una relación de amor con JC todo cambia.

Y ese reconocimiento se convierte en vida, vida dada por él, en advenimiento hacia nosotros. Por eso Jesús nos dice: “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.”

Pidamos la gracia de llorar nuestros pecados a los pies de Jesus y recibir su perdón ...







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