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"Yo soy el pan de la vida" "… éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera". Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
Después de escuchar a Jesús ¿¿cómo alguien que se considera cristiano puede decir “no hace falta ir a misa”??... ¿¿cómo??... ¡Sería incomprensible! Si Jesús dice que es el pan que da la vida, la vida plena, eterna, auténtica, … ¿cómo puedes rechazar este pan? ¿Cómo puedes mirar de vivir tu fe al margen de la eucaristía? ¿O participando de ella sólo el domingo que te vaya bien y que tengas tiempo? ¡¡Imposible!!
¡Para un cristiano no hay domingo sin misa!
En tiempos de Jesús el pan era un alimento imprescindible. Cuando había malas cosechas de trigo, la gente podía morir de hambre. Al decir Jesús que él es el pan, hemos de entenderlo también en clave de alimento imprescindible. ¡Jesús habla del pan de la eucaristía como un alimento imprescindible!
Pienso que hay dos maneras de vivir la vida cristiana:
1) Yo hago mi camino y en este camino pongo a Dios de la manera que a mi me va bien. Miro de ser buena persona, rezo un poco cada día. Pero soy yo quien marca el camino. Yo soy el centro. Se hace lo que a mi me parece mejor. Y si no voy a misa una temporadita no pasa nada. Porque a mi me parece que no pasa nada. Yo hago lo que me viene de gusto. Y si convivo sin estar casado, no pasa nada, porque a mi me parece que no pasa nada. Yo hago lo que a mi me parece. Y si odio a un vecino/compañero de trabajo, no pasa nada, porque a mi me parece que no pasa nada. Seguro que encuentro autojustificaciones para no amar.
En este camino pienso que estoy en el camino de Dios, pero en verdad estoy en mi camino. Todo es según mis gustos y conveniencias. Hago lo que a mi me parece. Hay muchos cristianos en este camino.
2) La otra manera de vivir la vida cristiana es mirando de hacer el camino de Dios, no mi camino, sino el camino que Dios quiere. Aquí ya no soy yo quien manda. Aquí yo miro de ser dócil a lo que Dios quiere.
En este camino hago confianza en lo que la Iglesia, que es madre, fundada por Jesucristo, me enseña.
En este camino reconozco que soy un pobre pecador que necesita toda la ayuda posible que la Iglesia me ofrece.
Aquí Dios no es un sentimiento, sino una opción de vida.
Aquí vivo de la fe, no de las emociones del momento.
Aquí me dejo iluminar por la Palabra, me dejo interpelar por Dios que me habla.
Aquí, en este camino, la misa tiene un espacio ineludible, innegociable. No hay domingo sin misa.
Aquí dejo que sea Dios quien lleve el timón de mi vida. Él es el piloto, y yo soy el copiloto.
¡¡Son dos caminos muy diferentes!! Lo que ayuda mucho a estar en el camino de Dios es vivir bien la misa del domingo:
¡No fallar nunca! Cristo nos convoca.
Al participar de la misa me abro a la Palabra que Dios tiene para mi aquel día. ¡Escucho atentamente!
Escucho la homilía, me dejo iluminar por otro.
Miro de participar exteriormente (cantos, oraciones, respuestas) e interiormente (cada momento...)
¡Cuanto bien me hace la misa si antes he meditado los textos de la palabra de Dios, si he podido llegar un poco antes para pensar lo que voy a hacer: escuchamos a Dios que nos habla, entramos en comunión con Jesús resucitado! ¡Esto tiene una gran fuerza transformadora! Si se vive con fe.
Esta comunión nos transforma, poco a poco, sin darnos cuenta. Imposible entrar en comunión con Jesús resucitado y que no nos transforme... Y cuanto más actualicemos lo que vamos a hacer, cuanto más deseosos nos acerquemos a entrar en comunión con Jesús, a comulgar, más nos transforma la comunión con Jesús.
“¡¡No voy a misa porque no siento nada!!” ¡¡¡Y quién te había dicho que tenías que sentir alguna cosa...!!! No venimos a misa a sentir cosas. Si algún día sientes alguna cosa, pues, fantástico, no pasa nada, (nadie es perfecto ), pero la misa es un acto de fe: fe en que Jesús está presente en el pan, y fe en que entramos en comunión con su persona. Y esta comunión, poco a poco, nos va transformando.
Acabo ya, en el primer camino, no dejo a Dios ser Dios. Mi dios es un ídolo que yo me he hecho. Según mis necesidades, según mi manera de ser, según mis circunstancias, según mi psicología.
En el segundo camino: dejo a Dios ser Dios en mi vida. Y este Dios hace que mi vida sea una vida transformada por la fuerza de Dios... “Yo soy el pan de la vida”. Que así sea...