En
casi todos los grupos de adolescentes en los que he estado, en las primeras
sesiones, para saber un poco el nivel de fe que hay en el grupo, siempre les
hago dos preguntas: La primera “Y
vosotros ¿quien decís que es Jesús?”.
Ellos
responden: “un buen hombre”, “un revolucionario”, “un sabio”, “un humanista”, “uno que hacía
milagros”. La mayoría de sus respuestas van en la línea de hablar de Jesús
como un personaje del pasado, … Aquí empieza un diálogo que termina con mi
reflexión: “Situar a Jesús en el pasado es quitarle toda la fuerza
transformadora que tiene su persona. Sólo si Jesús es el Mesías, el Ungido de
Dios, el Hijo de Dios, tiene fundamento nuestra fe, porque entonces él abandona
el pasado y entra en nuestro presente, en nuestra historia personal para
liberarnos del pecado y comunicarnos su fuerza para amar.”
Luego
les hago otra pregunta semejante a la anterior pero a la vez muy distinta: y
desde tu vida, mirando tu vida, ¿quien es Jesús para ti? O sea, no quien es
teóricamente Jesús, o quien te han dicho que es Jesús, sino quien es Jesús en
tu vida.
Aquí
la mayoría se quedan callados pensando, no es fácil responder la cuestión, y
acaban diciendo: “una persona lejana”, o
“alguien que hace que hemos de ir a misa”, o los más sinceros “no es nadie, la verdad”.
No
han entrado en contacto con un Jesús cercano, amigo, dador de vida, con quien
llegas a tener una relación que le da sentido a todo.
Jesús
no es sólo un personaje del pasado, Jesús es el Mesías, el Ungido de Dios, el
Hijo de Dios, una persona divina que quiere entrar en relación con nosotros y
en esa relación cambiarnos la vida. Cristo puede llenarnos en todo
totalmente.
“Y vosotros ¿quien decís que soy?” La
respuesta teórica la sabemos: Jesús es el Hijo de Dios, pero cómo respondemos
desde nuestra vida: ¿es Jesús un amigo?,
¿alguien cercano?, ¿es mi buen pastor? ¿es mi camino?, ¿es mi verdad?, ¿es mi
vida?, ¿es mi luz? ¿es mi resurrección?, ¿me siento amado por él? ¿me impulsa a
amar, a darme a los demás? . Sería una pena que también nosotros tuviéramos a
Jesús situado en el pasado y no en el presente. Ya no somos adolescentes…
Si
Jesús es un sabio, un revolucionario, un humanista, es uno entre cientos...
miles... Pero si Jesús es Hijo de Dios todo cambia. Ya no es uno entre muchos.
¡Es único!
Si es uno más entre
cientos, puedo prescindir de él y no pasa nada... Es irrelevante para mi, y
para todos, uno más. Si es el Hijo de Dios es relevante para mi y para todo el
mundo. No podemos prescindir de él. Lo que decíamos domingo pasado. Su
salvación es universal. Salvador de todos. Relevante para todos. Importantísimo
para todos. De aquí nace la necesidad de comunicar la Buena Nueva, a Jesús.
Jesús no viene a dar
cuatro “consejitos”: sed buenos, no matéis, no robéis, no adulteréis... Esto
estaba ya en los diez mandamientos. Jesús viene para comunicar una vida nueva,
para hacer de nosotros criaturas nuevas... Nunca captaremos del todo la
transcendencia que tiene su persona. Nunca...
Por tanto, la
identidad de Jesús es un tema capital. Es más podríamos decir que los
evangelistas cuando escriben los evangelios quieren responder a una pregunta:
¿quién es Jesús?
Vemos como la
pregunta por la identidad de Jesús no es una pregunta secundaria o por expertos
en teología. Es una pregunta determinante para cada uno de nosotros y para
aquellos que nos rodean. ¡Y determinante quiere decir que determina!, ¡que
condiciona!, ¡que afecta a nuestra vida! “Y vosotros, ¿quién decís que
soy?”, pregunta que hemos de contestar todos desde la vida, no desde la teoría.
Hoy vale la pena imaginarnos esta escena, contemplarla como
si “presente me hallara”: Jesús y sus discípulos van andando hacia un
pueblecito y él lanza la pregunta, como quien no quiere la cosa: “¿Quién
dice la gente que soy yo?”. Y todos se lanzan a dar diversas respuestas de
lo que habían ido oyendo que decía la gente. Y después Jesús lanza la otra
pregunta, la determinante: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?”. Es fácil
imaginarse el silencio que se hizo, las miradas que se debían hacer los unos a
los otros y finalmente Pedro, la Iglesia, responde.
Lo que hizo Pedro, responder la pregunta,
también lo hemos de hacer nosotros. Cuando Jesús hace una pregunta en los
evangelios es una pregunta que se dirige a nosotros. No la podemos ver como una pregunta del
pasado, o dirigida a los demás; en los evangelios Jesús me habla a mi, a cada
uno de nosotros, por tanto sus preguntas se dirigen a nosotros. Tenemos que
contestarla... ¿y tu quién dices que soy? Hagámoslo ahora en unos momentos de
silencio...