El padre Iván Flores es un joven sacerdote argentino, miembro del Instituto del Verbo Encarnado (IVE), que en la actualidad está cumpliendo su ministerio sacerdotal en la ciudad de Jabárovsk, situada en el Extremo Oriente ruso. Allí, con temperaturas frigidísimas de varios grados bajo cero, y a más de 23 mil kilómetros de su tierra natal, aprovecha los momentos que el clima y la actividad sacerdotal le permiten para participar en un curso de iconografía.
Lo cuenta en una crónica que envió a AICA y que participamos a nuestros lectores.
Un curso de Iconografía en silencio y con música ortodoxa
Hace tiempo que esperaba tener un curso intensivo de iconografía, para poder mejorar la técnica y aprender más de este gran tesoro de la Iglesia. Gracias a Dios, pude participar del curso porque me invitó el rector del Seminario Ortodoxo y porque dio su bendición el obispo metropolita ortodoxo Ignacio, quien me dijo que se había puesto muy contento cuando le avisaron que yo participaría del curso y que le alegraba que pudiéramos hacer actividades en común.
El curso duró 8 días. Cada día comenzaba a las 7.30 con las oraciones en las que pedíamos a Dios que nos ayude con su gracia y terminaba a las 20.30 agradeciendo a Dios por tantos dones que nos había concedido en la jornada. Fueron días muy agotadores. Durante el curso estábamos en estricto silencio, solamente podíamos hacer las preguntas necesarias y sólo escuchábamos música ortodoxa. También en profundo silencio almorzábamos muy austeramente, rezando antes y después de la comida.
Se notaba que había un gran clima de oración, si bien muchos de los que participaban no estaban acostumbrados a todo esto.
El curso fue dictado por Aleksander Ivanovich Sharnov, que se especializa en pintar íconos, participó de cursos en Moscú, en Kostroma y en Riazan. La técnica que él usa para pintar es la que se usaba en la antigüedad, en la época de Andrei Ruvlov.
El proceso de la técnica se divide en varias etapas: Preparación de la madera con una mezcla de tiza y pegamento, aplicación del dorado, pintado del ícono con témperas preparadas con pigmentos naturales y emulsión de yema de huevo y vinagre y por último el barnizado del ícono. Este proceso dura 7 horas ya que con la mano se debe expandir el aceite sobre el ícono para que la madera se impregne de aceite.
El profesor nos dijo que pintaríamos al Arcángel San Miguel, ya que esta imagen posee todo lo necesario para un pintor de íconos: la vestimenta, el rostro, el dorado del nimbo y la caligrafía, y explicaba que el orden para pintar íconos en la vida es el siguiente: Arcángel Miguel, Arcángel Gabriel, San Juan Bautista, la Madre de Dios y por último Jesucristo Salvador. Este último es el que se pinta en el ocaso de la vida, pues cuando se pinta se reza y se contempla a Dios como el único Salvador, al cual debemos rendir cuenta de nuestra vida.
Muchos se preguntaban si podríamos en tan corto tiempo hacer un ícono, y Aleksander nos decía que algo muy necesario es el deseo de pintar y, por supuesto, confiar muchísimo en Dios. Y que si la persona no tiene experiencia en hacer íconos, debe estar asistido por un maestro que le enseñe las técnicas y sobre todo la espiritualidad del ícono.
El ícono por sí mismo es un símbolo. Es un signo misterioso de la belleza de Dios, por eso Macario el Grande decía: “El alma que ha sido plenamente iluminada por la belleza indecible de la gloria luminosa del rostro de Cristo, está llena del Espíritu Santo, es toda ojo, toda luz, toda rostro”.
No sólo hay que “copiar” la imagen del ícono, también hay que meditar lo que nos dice la Sagrada Escritura y los Santos Padres acerca del misterio que se quiere representar. Por eso el iconógrafo debe ser consciente de a quien representa cuando pinta.
Con respecto a los cánones que hay que seguir, podemos decir que no limitan al iconógrafo sino que lo ayudan para que pueda lograr de la mejor manera posible la imagen. A la íconografía se la llama “Teología en la pintura”, pues a través del ícono se representa en forma visible lo que la Iglesia enseña, por eso quien pinta debe tener conocimiento de las verdades de fe, no olvidando que es el Espítu Santo quien guía cuando se pinta un ícono.
Decía el beato Juan Pablo II: “La belleza del ícono puede ser admirada sobre todo dentro de un templo con lámparas que arden, produciendo infinitos reflejos de luz en la penumbra”.
Al respecto escribió Pavel Florenskij: “El oro, bárbaro, pesado y fútil a la luz difusa del día, se reaviva a la luz temblorosa de una lámpara o de una vela, pues resplandece en miríadas de centellas, haciendo presentir otras luces no terrestres que llenan el espacio celeste”.
Doy gracias a Dios por haber participado de este curso, que me ayudó a profundizar la técnica y los cánones del pintado del ícono, y sobre todo me ayudó a entender que “el mundo en el que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, que une a las generaciones y las hace comunicarse en la admiración”.+
