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Pastoral de las favelas, una mirada hacia adentro del Brasil

Tue, 06 Aug 2013 05:03:00
 

Monseñor Luiz Antônio Lopes Pereira, coordinador de la pastoral de las favelas de la arquidiócesis de Río de Janeiro, dialogó en exclusiva con AICA al concluir la Jornada Mundial de la Juventud y evaluó los principales desafíos que comporta la tarea pastoral en las zonas más humildes de esta jurisdicción eclesiástica, además de los principales problemas sociales que hoy afronta el país.

Este sacerdote, de 58 años, capellán de Su Santidad desde 2008 y responsable del vicariato Leopoldina, tuvo a cargo la atención de casi 3.700 peregrinos en la parroquia Santa Rosa de Lima y las nueve capillas de su jurisdicción, en Jardim América. En un alto de su tarea pastoral, habló sobre la labor de promoción humana que realiza la Iglesia, la penetración de las iglesias pentecostales, las deudas sociales y los desafíos que encuentra esta área eclesial que conduce desde hace 20 años.


La aparición
La pastoral de las favelas nació en la década del 60 como respuesta a los problemas que afectaban a los pobres y que no encontraban solución desde la clase dirigencial. Por un lado, los gobiernos municipales promovían políticas de desalojo en las barriadas pobres, justificando las medidas en la precariedad y riesgo de las viviendas. En este marco empieza la labor pastoral de monseñor Helder Câmara, obispo auxiliar de Río de Janeiro y primer presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam).

“Él pensó que el pueblo pobre no precisaría ir a las periferias de la ciudad, ya que en el propio centro podría haber una convivencia entre las clases altas y bajas. Entonces, dom Helder creó la Cruzada San Sebastián, en la zona del Leblon, más específicamente en la favela de Pinto”, recordó el padre Pereira. En ese entonces, monseñor Cámara logró reunir, a través del Banco da Providência (una institución filantrópica fundada por él en 1959), los recursos necesarios para construir 850 apartamentos en el área más rica de Río de Janeiro: el Baixo Leblon. Hoy continúan siendo casas de clase baja, aunque con servicios de luz, agua y gas.

Desde entonces quedaron sentadas las líneas para la tarea pastoral con los más pobres: los sacerdotes resignaron una misa en la iglesia matriz para llevar la celebración de la Eucaristía a las capillas de la jurisdicción parroquial. También fue una época de nacimiento de muchas capillas y centros comunitarios y guarderías. En el plano espiritual, se indicaba la necesidad de oración y promoción humana. El momento de consolidación llegó en 1980, con la primera visita del beato papa Juan Pablo II al Brasil, y quien decidió por entonces visitar la favela de Vidigal, en una de las serranías de Copacabana, en ese momento en peligro de desahucio.

Para esa época, el padre Luiz Antônio vivía en el seminario arquidiocesano, en Sumaré, aunque regresaba cada tanto a Marechal Hermes, un barrio de los suburbios de Río de Janeiro, distante a más de 50 kilómetros del centro de la ciudad. Allí había sido trasladada su familia, a pesar de que su padre, mecánico de la Fuerza Aérea, había recibido la jubilación y la promesa de permanecer en su hogar. Esa experiencia marcó su tarea como sacerdote.


Justicia social
Las inequidades resisten. “En las favelas urbanizadas, las tasas son tan altas que los vecinos tienen que vender su casa para sobrevivir. Hay moradías simples que no se encuentran por menos de 50.000 dólares; y es mucho para una favela. Si quieren comprar un kilo de frijoles o de arroz les resulta muy caro”, reveló.

Hoy en día, la pastoral de las favelas es una de las principales entidades que reclama el cambio de legislación y el fomento de políticas de inclusión social. “La Iglesia siempre trabajó con los pobres, pero ese trabajo a veces no pasó del mero asistencialismo. Yo tengo aquí personas que son hijos y nietos de la pobreza. Los padres eran pobres; los hijos son pobres, y hoy, los nietos son pobres. ¿Será que un pobre no puede salir de la pobreza? Mi experiencia me dice que es muy estrecho ese camino. En cambio, si hay incentivo de instituciones como la Iglesia, hay un camino posible”, consideró.

A pesar de las modificaciones y las leyes de corte social que dieron derechos a los más vulnerables, los problemas continúan: “Aquí tenemos un barrio, y alrededor, el resto es favela. No hay un solo barrio de Río sin favelas, porque no se han pensado políticas habitacionales serias. Por eso, consideramos que Río de Janeiro se está volviendo una ciudad transnacional, y el pueblo brasileño, en especial los más pobres, ya no tienen derecho de habitar en esta ciudad. Los mudan donde no tienen transporte, no tienen escuela, no tienen su trabajo… ¡Los llevan a lugares que no tienen ni asfalto!”.

Para monseñor Lopes Pereira, hay un interés muy grande del gobierno para mantener a esas familias “en la sumisión”. A pesar de los avances sociales de los últimos gobiernos, sostiene que hay una visión “demasiado paternalista” de los problemas estructurales.


Avalancha pentecostal
Según encuestas privadas, la feligresía católica en el Brasil representaba a fines de 2012 el 59 por ciento de la población. Las confesiones cristianas no tradicionales, como los pentecostales, sumaban ya el 19 por ciento, muchas de ellas con alta penetración entre las clases populares.

El padre Luiz Antônio hace una autocrítica de la situación. “Tenemos que estar más con la gente y modificar nuestro lenguaje. Quizás mantuvimos un lenguaje muy racional y menos afectivo. El papa Francisco nos ha mostrado que con gestos, con la cercanía, se pueden lograr cosas maravillosas. Más de las que puede conseguir una gran homilía”.

También reconoce que no existe una puja o competencia con las iglesias evangélicas: “Si no llego por capacidad, gracias a Dios que alguien lleva un mensaje de bien a otras personas. Tenemos otras cosas mucho más perversas que la religión en las favelas”. Y agrega: “Mi esperanza es que el papa Francisco incentive la tarea de los laicos”.


Sobre la teología de la liberación
Hablar en el Brasil sobre la tarea de la Iglesia en los sectores populares implica mencionar a la teología de la liberación. Monseñor Pereira reconoce que hay en ella “una inspiración” de la tarea que realizan desde la Pastoral de las favelas, pero también la hay del Concilio Vaticano II, y en la Iglesia petrina y paulina. No obstante, reconoce la importancia de cultivar la vida de oración, de práctica sacramental y de formación de los sacerdotes, muchas veces sin recursos para afrontar los desafíos que implica su tarea.

“Cuando era joven miraba con buenos ojos a la teología de la liberación. Ahora, como un cincuentón, encontré el equilibrio. Dom Eugênio [n. de r.: Card. Eugênio Sales, arzobispo emérito de Río de Janeiro] me ayudó mucho a encontrarlo. Francisco nos dice que no podemos ser una ONG. Y sin duda, es Dios quien me alimenta en esta pelea por los pobres. Conocemos el riesgo de no mostrar ese amor de Dios a los hombres”.+







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