La conversión personal como fundamento de la conversión pastoral

Muchos agentes pastorales formados en la Iglesia, que eran estrechos colaboradores de la comunidad parroquial, han incursionado en la vida política y estando en cargos de poder han dado la espalda a la Iglesia católica e incluso se han puesto en su contra. Por eso nos preguntamos en qué hemos fallado como Iglesia en su formación cristiana. De pronto su preparación era sólo doctrinal, mera transmisión de las verdades de fe, sin lograr un encuentro personal con Cristo que les comprometa de por vida; por eso no hay coherencia entre fe y vida, claudican a su fe y se alejan de la Iglesia, son más cristianos por tradición que por convicción.

Para responder a esa realidad la Nueva Evangelización tiene que comenzar evangelizando primero a los evangelizadores, sean estos ministros sagrados, consagrados o laicos comprometidos. El anuncio del Evangelio de Cristo es tarea de todos los bautizados, y parte del encuentro personal con Cristo, una experiencia de fe que haga redescubrir la belleza de la fe cristiana y le constituya en verdadero discípulo misionero, que escucha al Maestro con docilidad, aprende de El para la vida plena y está dispuesto a compartir su fe con alegría, entusiasmo y fascinación. Un cristiano maduro en la fe actúa por convicción, está dispuesto a dar razón de su fe también en el ámbito público, se hace un testigo de la fe que profesa, su anuncio lo demuestra con la vida, contagia entusiasmo y es convincente.

Según el documento de Aparecida todos los bautizados son sujetos de la evangelización, por eso urge una iniciación cristiana sólida que sea un proceso gradual, progresivo e integral, un itinerario de fe que incluya desde la catequesis sacramental, la experiencia de comunión eclesial con la participación en la celebración litúrgica y ayudando en los ministerios de la comunidad, superando de esta manera el individualismo, la fe rompe el aislamiento y le lleva a la comunión con Dios y con los hermanos.

No podemos pretender la conversión pastoral (IL 79, Aparecida 370), es decir el cambio de estructuras e instituciones caducas en la Iglesia, si primero no se ha logrado la conversión personal. Con cristianos renovados podemos emprender una Nueva Evangelización, con un nuevo ardor, dando respuestas creativas a los nuevos desafíos; de esta manera ”será posible pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera”, donde cada bautizado sea tomado en cuenta en su comunidad eclesial, que es comunión y partición (Aparecida 213), reflejo de la comunión trinitaria. Luego la conversión pastoral podrá impregnar las estructuras eclesiales, así como los planes pastorales a nivel parroquial y diocesano. La renovación misionera en la Iglesia “ha de llevar a abandonar las estructuras caducas que no favorecen la transmisión de la fe” (Aparecida 365).

Lo que afirmamos para la iniciación cristiana hay que aplicar también a los que se forman para el sacerdocio y para la Vida Consagrada. El seminario diocesano y la casa de formación religiosa han de ofrecerles los medios para que los formandos tengan un auténtico encuentro personal con Cristo, una experiencia de fe que les toque el corazón y suscite en ellos la conversión personal y pastoral, y les ayude a perseverar con fidelidad en su vocación.

De esta manera la Nueva Evangelización impulsará un itinerario de iniciación cristiana sólido que por todos los medios (doctrina, liturgia y servicio eclesial) procure el encuentro personal con Cristo, para que los bautizados sepan dar razón de su fe y testimoniarlo con alegría, impulsado por el Espíritu Santo, en el ámbito de la familia y en la comunidad cristiana. Entonces la comunidad parroquial será atrayente y cautivadora, porque encontrarán en ella acogida fraterna, motivación en su vida de fe y la oportunidad de asumir un compromiso con Dios en la Iglesia. Consiguientemente habrá que favorecer la formación inicial y permanente de los agentes pastorales, acompañarles y orientarles en su ministerio y reconocer con agradecimiento su servicio desprendido, sacrificado y generoso en la transmisión de la fe en Cristo.