Tras varias sesiones de preparación e ilusiones compartidas, los jóvenes de la diócesis de Zaragoza pudimos celebrar la Pascua de Pastoral Juvenil.
Yo tuve la suerte de poder asistir de animadora por 2º año consecutivo, pero al final resulta que fue al revés: me sentí más animada, que animadora.
Me sentí animada porque pude compartir con un grupo de jóvenes extraordinarios, las alegrías y tristezas, las ilusiones, los anhelos y las luchas del día a día que vamos teniendo para vivir en clave de Dios. También me sentí animada porque pude experimentar que, me pase lo que me pase, Dios nunca me abandonará, porque Él sabe cómo me siento en cada momento y me ayuda a encauzarlo con el mayor ejemplo de Amor manifestado en la historia de la humanidad. Y por otra parte también me sentí animada mediante las personas que contribuyeron para que todo marchara bien: El equipo de preparación con toda su entrega para que saliera lo mejor posible: nuestro delegado que estuvo pendiente de nosotros; nuestro consiliario que hizo que la liturgia estuviera tan bien preparada y que cuidaba de todos nosotros; los cocineros que pusieron todo su amor en darnos una comida que estaba muy buena; la familia que vino de mantenimiento que hizo que fuera todo más llevadero y por supuesto los chavales porque sin ellos no podríamos haber vivido estos 4 días tan maravillosos.
El tiempo también fue cómplice de lo que nos tocaba vivir cada día, fue como si nos echara una mano para poder interiorizar mejor estos momentos tan importantes para la vida de un cristiano. Empezó lloviendo el Jueves Santo y el Domingo terminó con un sol radiante que parecía que quería celebrar con toda su plenitud que Jesús ha resucitado.
He de decir que he venido muy contenta de esta Pascua, con ánimo, ilusión, energías renovadas y sobre todo me he sentido enviada y amada por Dios a este mundo dónde vivo cada día y en el que me toca ser el mejor instrumento del Padre, esté, donde esté y me toque vivir, lo que me toque vivir.
¡DE COLORES!
